La lectura, un viejo tema
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Fue un acierto de la Secretaría de Cultura de Coahuila presentar en días pasados, en la Feria del Libro en Arteaga, al escritor argentino Alberto Manguel, quien de joven le prestó sus ojos al gran Jorge Luis Borges, ya imposibilitado de realizar por sí mismo la lectura debido a la ceguera que le aquejó, y quien, al igual que en su momento lo hizo el autor de “El Aleph”, hoy dirige la Biblioteca Nacional de Argentina. Pero haberle hecho llegar la lectura a través de sus ojos y su voz a su gran antecesor no es lo importante de Manguel. El antiguo lector de Borges es hoy por hoy el gran lector él mismo y la mayor autoridad en el tema de la historia de la lectura.
La lectura es, ciertamente, en México, un añejo tópico que a algunos preocupa. No se trata, desde luego, del mero acto de saber traducir los signos escritos en sonidos, asunto que en nuestro país se ha cultivado con esmero en las últimas décadas hasta llegar a abatir las aterradoras cifras que en materia de analfabetismo se manejaban a mediados del siglo pasado. Se trata del hábito de leer, de la preocupación por completar la formación escolar con lecturas complementarias y no sólo de obtener en los libros información de cualquier tema, sino de alcanzar el goce de la lectura. En una palabra, de prepararse para la vida, o simplemente, de encontrar el placer que significa sumergirse en el mar de la literatura.
Un tema viejo que revive año con año, y que resucita cada día internacional del libro, ocupando algunos espacios en las primeras planas y páginas y programas de opinión en los medios de comunicación. En México se hacen con frecuencia campañas nacionales y programas de fomento a la lectura. Hace una década y media se manejaba públicamente que los mexicanos leíamos en promedio la mitad de un libro al año, mientras que en países como Suiza, Alemania e Inglaterra cada habitante leía 48 libros en el mismo periodo. Había también un dato preocupante, pues entonces se manejaba que tres décadas atrás, es decir hace unos 40 años, cada mexicano leía en promedio 3.5 libros anualmente. ¿Dónde se habían quedado los otros tres libros? Afortunadamente, las estadísticas oficiales manejadas este año marcan otra vez el promedio de 3.5 libros leídos anualmente, “por gusto”, añaden.
Actualmente, el tema debe tener un enfoque distinto y debe dársele una conducción novedosa a la vieja preocupación. Los educadores, sociólogos, psicólogos, economistas, historiadores, literatos, escritores y quienes se interesen en el tema, tienen ahora una razón de peso para conducir sus investigaciones y buscar la fórmula para evitar que ese promedio anual de 3.5 vuelva a caer. Sería interesante indagar por qué la lectura en México no es en la actualidad una costumbre común de los mexicanos, si en otros tiempos fue una actividad que llegó a preocupar incluso a los Gobiernos.
El tema de la imprenta, el libro y la lectura a partir de la conquista de México tiene una interesante historia que habla, entre muchas otras cosas, de obras de carácter religioso o histórico prohibidas o expurgadas, libelos infamatorios, impresores y lectores o comentadores de libros heréticos perseguidos y juzgados por la Inquisición; de cómo la Corona española con sus objetivos de evangelización reguló fieramente la imprenta y monopolizó la producción de libros en la Nueva España mediante la restricción de las licencias a los impresores en el virreinato y en todo el nuevo continente, y de cómo vigiló y registró estricta y minuciosamente la entrada y circulación de los libros europeos.
Encontrar a los lectores mexicanos del pasado y saber no sólo qué leían, sino también cómo aprendían a leer y por qué y en qué circunstancias o cómo leían, parece un tema que puede depararnos gratas sorpresas y aportar datos interesantes para conocer nuestra propia historia de la lectura.