Medios de adivinación: tras la pandemia, ¿qué pasará con López-Gatell?

Politicón
/ 4 mayo 2020

“No está usted embarazada, señorita Dulcibel –tranquilizó el doctor Ken Hosanna a su linda y preocupada paciente-. Lo que tiene es un caso de meteorismo, que así llamamos los médicos al abultamiento del vientre por efecto de la acumulación de gases en el aparato digestivo. Se lo diré con claridad mayor, si me disculpa: se trata sólo de un pedito”. Pasó el tiempo –es lo que sabe hacer mejor- y el facultativo se topó con Dulcibel en un centro comercial. Le preguntó por su salud. “Me encuentro bien, doctor –respondió ella-. Y el pedito está ya en tercer año de primaria”… En la junta de consejo propuso Babalucas: “Para atender este asunto debemos formar una comisión hot dog”. “¿Hot dog?” –repitió sin entender don Algón,  el presidente de la mesa directiva. Le aclaró en voz baja el secretario: “Quiere decir una comisión ad hoc”… Casi todas las palabras relativas a la adivinación provienen del griego. Eso se explica porque los antiguos habitantes de la Hélade eran muy dados a practicar las artes adivinatorias, de ahí la abundancia en la Grecia homérica de oráculos, augures, sibilas y arúspices en general. A algunos de ellos los dioses los condenaban al horrible sino de que sus profecías salieran siempre ciertas. A los griegos no les interesaba mucho su pasado hasta que Schliemann los enseñó a ocuparse en él. Tampoco del presente se cuidaban. Eso sí: siempre andaban metiendo las hermosas narices griegas en lo por venir, campo vedado a los mortales, perteneciente sólo a los moradores del Olimpo. ¿De qué medios se valían para hurgar en el futuro? De la quiromancia, adivinación por medio de las líneas en la palma de la mano; la cartomancia, de los naipes; la oniromancia, de los sueños; la nigromancia, con la evocación del espíritu de los difuntos; la ornitomancia, a través del vuelo de las aves -“ovimos la corneja diestra”, se lee en el Poema del Cid-; la onomancia, estudio del nombre de la persona (“Nomen omen” dirían luego los latinos: en el nombre está el destino); rabdomancia, arte de adivinar con el uso de unas varas el sitio oculto donde hay agua o metales. A veces me dan ganas de adivinar a cuál de todos esos medios de adivinación están recurriendo entre nosotros los voceros oficiales del coronavirus para determinar cuántos contagiados habrá el día tal y tal, la fecha en que la epidemia llegará a su punto álgido y cuándo empezará a desaparecer el virus. Ganas me dan también de vaticinar que a fin de cuentas –y de cuentos- el doctor López-Gatell no saldrá bien librado de este trance, y que su popularidad de hoy se tornará quizás en las recriminaciones de mañana. Espero equivocarme, pero al que anda en el fuego cenizas le quedan. Sea como sea yo seguiré obedeciendo las recomendaciones de las autoridades de salud, y me mantendré en este confinamiento que hasta la fecha no me ha pesado, pues desde niño aprendí a estar conmigo mismo sin aburrirme y sin que me enfade mi presencia, y tengo además compañía de mujer, precioso don que basta para hacer de cualquier Tebaida un paraíso. El mundo sigue rodando, eso está fuera de dudas, y piedra que rueda no cría moho. En sus vueltas y revueltas el planeta se irá librando de este mal virus, lo mismo que a lo largo de los tiempos se ha librado de otros. Mientras tanto, sursum corda. Eso quiere decir “arriba corazones”… En un bar de Las Vegas empezaron a discutir un ruso y un norteamericano. Ambos se jactaban de tener atributos masculinos fuera de serie. El yanqui mostró el suyo. Era, en efecto, de tamaño excepcional. Con orgullo declaró su nombre: “Wellhung Bill”. El ruso dio a ver su entrepierna. ¡Tenía dos atributos en vez de uno! Declaró escuetamente: “Chernobyl”… FIN.

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