No somos Venezuela… todavía

Politicón
/ 17 febrero 2020
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A los acólitos y devotos de Andrés Manuel López Obrador desagrada sobremanera la comparación del profeta de Macuspana con el extinto dictador venezolano Hugo Chávez. Por ello, ante la mención de los paralelismos reaccionan con iracundia y escupen descalificaciones en contra de quien osa comparar al inmaculado con el sátrapa sudamericano.

A despecho del Presidente y los suyos, sobran elementos para demostrar cómo López Obrador se encuentra, sin duda, más cerca de Chávez y bastante más lejos de Mandela. Y abundan, por cierto, porque él los provee todos los días a partir de su conocida incontinencia verbal.

Aunque, a fuerza de ser justos, también debe decirse lo otro: es posible enumerar aspectos de las personalidades de ambos (Chávez y López), en los cuales saltan las diferencias.

Un signo distintivo, por ejemplo, es el relativo al origen castrense de Chávez y el civil de López Obrador… aunque nuestro salvador sea presa, como ha quedado bien claro en los primeros meses de su gobierno, de un arrobamiento profundo por todo lo castrense.

Otro elemento distintivo, acaso el más importante, es la vocación por el parloteo. Cierto: Chávez hablaba mucho y tenía su programa dominical –Aló, Presidente– mediante el cual torturaba a la audiencia durante seis horas en promedio… ¡pero el hijo predilecto de Macuspana le ganó de calle con “la mañanera”!

En fin: sí existen diferencias, por supuesto. Pero nos interesan los paralelismos porque se refieren a los rasgos deleznables en los cuales Chávez y López aparecen como gemelos univitelinos. Y esos rasgos nos interesan porque implican serios riesgos para la democracia.

Beneficiarios acomodaticios del modelo democrático, ni Chávez ni López pueden o deben ser considerados demócratas. Ambos son apenas unos oportunistas a quienes no debe negarse el talento para asaltar el poder por la vía de los votos, aunque claramente les produzca urticaria el verse obligados a comportarse como demócratas.

Uno de esos aspectos en los cuales el comportamiento de López Obrador es una mímesis perfecta de Chávez, es la interacción con los periodistas. Y aquí vale una precisión no menor: el problema de míster “yo soy la verdad encarnada” no es con los medios de comunicación, sino con los periodistas.

Y para muestra el botón obsequiado en la semana por el Presidente durante el intercambio sostenido con el reportero de la revista Proceso, Arturo Rodríguez, quien le solicitó fijar posición respecto de la investigación realizada por la publicación respecto de la presunta vinculación del empresario Ricardo Salinas Pliego en la venta de la empresa Fertinal.

La pregunta fue aprovechada por el titular del Ejecutivo para airear su molestia con la revista –a la cual acusó de “no portarse bien” con él, whatever that means– y para intentar dictar cátedra a los periodistas “ignorantes”.

Porque desde la visión de López Obrador, inspirada, como muchas de sus ideas, en los empolvados manuales de los socialismos de los años 60, la buena o mala prensa se reconoce a partir de su grado de adhesión al Gobierno en turno… siempre y cuando el Gobierno en turno sea encabezado por él.

Y como al Presidente le gusta la historia y dice saber de ella, pues saca de su chistera un ejemplo inmediatamente aplaudido por la gradería, siempre dispuesta a vitorear al héroe popular: la biografía de Francisco Zarco y los hermanos Flores Magón.

En sus sueños megalómanos, López Obrador debe estar convencido del poder transformador de sus palabras. A partir de ello creerá haber realizado una revelación contundente merced a la cual los periodistas hemos experimentado una epifanía. Y necesariamente la epifanía obrará el milagro de convertir a la prensa en instrumento útil… a los intereses del gobierno en turno.

ARISTAS

Como a Chávez y a todos los déspotas bananeros, a López Obrador le seduce la idea de perpetuarse en el poder. Muy probablemente una de las razones por las cuales desea asemejarse a Juárez sea la prolongada permanencia del oaxaqueño en la silla presidencial, pese a las críticas de las cuales fue objeto, particularmente la última ocasión en la cual se obstinó en la reelección.

—¡Blasfemo! –gritarán desgañitándose los pejebelievers–. ¡Mentiroso!: nuestro amado líder ya hasta firmó un documento, ¡y lo hizo públicamente! comprometiéndose a no perpetuarse en el cargo.

Es verdad… firmó el papelito en marzo. Aunque luego la oficina de su camarada Alfonso Romo “lo extravió” y, como le fue imposible encontrarlo pese a buscarlo con denuedo, se vio obligado a ratificarlo en la semana, tras ser descobijado por los periodistas “malos”.

Es cierto: México no es Venezuela… todavía. Pero López Obrador claramente sueña con transformar al País en una filial del eje Caracas-La Habana y está haciendo todo lo posible para lograrlo. A los periodistas nos corresponde señalarlo. Y hacerlo ahora, cuando todavía es posible evitarlo.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3

carredondo@vanguardia.com.mx

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