Palomas de paz

Politicón
/ 25 diciembre 2016
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El simbolismo de la paloma constituye una buena reflexión para este domingo en que celebramos la Natividad de Jesús. Desde tiempos inmemoriales, a la paloma se le considera símbolo universal de la paz, y ese significado le viene desde que se convirtió en el símbolo de la reconciliación del hombre con Dios. La pequeña y misteriosa ave aparece en muchas páginas de la Biblia, principalmente en los libros del Génesis, los Profetas y el Cantar de los Cantares. Es protagonista principal en la tan conocida historia del arca de Noé y el diluvio universal, donde se narra que al cesar las lluvias después de 40 días y 40 noches, Noé mandó a la paloma fuera del arca por primera vez, y regresó.

Esperó siete días más, la mandó de nuevo y regresó con una rama de olivo en el pico. Siete días después volvió a mandarla y ya no regresó. Se convirtió entonces en el símbolo de la reconciliación con el Señor y en el emblema de la paz.

Además de inspirar a los escritores sagrados, en la historia bíblica, la pequeña ave ocupa lugar preponderante. Es el símbolo del Espíritu Santo y como tal aparece en la Anunciación, en el Bautismo de Cristo, en la Venida del Espíritu Santo y en la Santísima Trinidad. Aparece también como símbolo del cristiano bautizado, y representa a los mártires con el laurel o la corona del martirio en el pico. Una paloma posó en el hombro del profeta Mahoma cuando conversaba con el ángel Gabriel y le acompañó en su huída.

En el arte sagrado, una paloma inspira al oído los escritos de San Bernardino, Santa Teresa y Santo Tomás de Aquino, y a Gregorio Magno la composición del canto sublime. Varios santos la llevan como atributo: en Remigio aparece una de estas aves misteriosas con una ampolla en el pico; apoyada sobre una vara florecida es el atributo de San José, y dos palomas con las alas extendidas en un plato, son el de San Nicolás de Tolentino.

La leyenda dice que en los montes de Umbría, una paloma acompañaba siempre a un hombre humilde con sandalias y un hábito marrón, que hablaba de paz y reconciliación. Era el venerado Francisco de Asís.

Y no sólo en el cristianismo. La paloma ha tenido un profundo simbolismo a través de la historia. El “Diccionario de los Símbolos”, de Udo Becker, la sitúa en el Oriente Próximo vinculada a la diosa Ishtar y entre los fenicios al culto de la diosa Astarté, ambas consagradas a la fecundidad. Los griegos la consagraron a Afrodita, y en la India y algunas tribus germánicas, una paloma negra era la guía de las ánimas en el camino a la morada de los muertos.

En el arte universal aparecen con mucha frecuencia. Hay palomas en el “techo etrusco” de Braque, en el Museo del Louvre, en los frescos de Giotto y en los guaches bíblicos de Chagall. A la paloma que aparece en el famoso “Guernica”, de Picasso, se le atribuye el significado de “la paz rota” por su ala caída.

Independientemente de su bello simbolismo, las palomas se han convertido en la plaga mayor de la Catedral de Saltillo. Viven y se reproducen en los tibios recovecos de las piedras labradas y constituyen un serio problema para la conservación y limpieza de sus bellas fachadas, torres y cúpulas. En un tiempo lo fueron también para el funcionamiento del reloj en la torre de la Capilla del Santo Cristo, que debió ser protegido con telas de alambre para evitar la intromisión de las misteriosas aves a su mecanismo. El problema se agrava en los alrededores y se extiende cada vez más lejos de la plaza de Armas, los Portales, el Palacio de Gobierno y otros edificios cercanos, para alcanzar otras manzanas mucho más lejos del Centro Histórico. Un estanquillo de barrio en la esquina de Múzquiz y Bravo lleva el nombre

La Paloma, por su constante presencia, sin embargo, ésta llega ya hasta las colonias del norte de la ciudad.

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