Purificación

Politicón
/ 20 marzo 2017

Este año di un curso en la universidad sobre la historia hispana en Estados Unidos. Empecé con la hipótesis –no mía, ni nueva ni radical, pero tampoco muy aceptada– de que Estados Unidos es un país latinoamericano. Al principio, todos mis alumnos me miraban con escepticismo. Por ahí de Cabeza de Vaca y Carlos I, algunos empezaron a concederme el beneficio de la duda. Y por ahí del Batallón de San Patricio, más de la mitad abrazaban la hipótesis como causa. Más allá de si estemos de acuerdo o no con esa hipótesis, debería de ser al menos debatible que en Estados Unidos, un país con casi 60 millones de hispanos, y cuya historia es inseparable de la del resto del continente, los latinos hispanohablantes sigamos siendo vistos como invasores extranjeros. Y a ratos, en periodos oscuros, como una plaga tan amenazante que hay que esterilizar a nuestras mujeres para evitar que nos reproduzcamos.

Está el caso “Madrigal v Quilligan”, de 1978, en el cual 10 mujeres de bajos recursos y origen mexicano, en California, demandaron al doctor James Quilligan por haberlas esterilizado sin su consentimiento. El caso, gracias a otras mujeres chicanas, recibió atención mediática y expuso las prácticas racistas a las cuales habían sido sujetas no sólo estas 10 mujeres mexicanas, sino cientos de miles de mujeres latinas y afroamericanas (entre otras minorías) a lo largo del siglo.
Las esterilizaciones se pusieron de moda en la década de 1920 –con particular éxito en California– basadas en un discurso eugenésico según el cual estaba en los mejores intereses de la salud pública prevenir que algunas personas pudieran procrear. El discurso de “purificación” genética dejó de ser aceptable en los años 50 y 60, pero las prácticas de esterilización continuaron, ahora bajo la excusa del exceso de población y la amenaza que las clases trabajadoras supuestamente suponían para el bienestar social. En ese discurso, las mujeres mexicanas y latinas figuran bajo el estereotipo de mujer “hiperfecunda”.

El caso “Madrigal v Quilligan” no lo ganaron las mujeres, aunque después de eso se volvió obligatorio que los formularios médicos fueran bilingües, para que las pacientes supieran a qué estaban consintiendo cuando los firmaban. Hoy en día las esterilizaciones no son obligatorias, pero los médicos siguen “aconsejando” a mujeres migrantes de bajos recursos que se liguen las trompas. La violencia institucional contra ellas sigue existiendo, sustentada por una narrativa esencialista sobre la “identidad nacional” de Estados Unidos que dicta quiénes tienen derecho a formar parte y quiénes no; quiénes pueden procrear libremente y quiénes no.

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