Ricky
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Ricky Riquín Canallín tuvo el mejor regreso a la escena desde el legendario “comeback” de Elvis en 1968. Pero claro, Anaya decidió probar suerte esta vez en el humorismo y parece que se le está dando bastante bien
Ricardo Anaya intentando conectar con el electorado mexicano, es como un adolescente, torpe y desesperado, tratando de atinarle en su primer encuentro sexual:
-Esteee… Por ahí no, cariño.
El espectáculo es lamentable, patético, pero no deja de ser divertido. Una vez que se supera la pena ajena (lo que tampoco exige gran esfuerzo), todo se vuelve comedia y loca hilaridad.
Ricky Riquín Canallín tuvo el mejor regreso a la escena desde el legendario “comeback” de Elvis en 1968. Pero claro, Anaya decidió probar suerte esta vez en el humorismo y parece que se le está dando bastante bien. En cosa de semanas pasó del más abyecto olvido, a disputarse el primer lugar en el ranking del clown-politicón nacional, contra el único senador con licencia para matar -de risa-, Samuel García.
Y sí, ya sé que algunos malquerientes del inquilino del Palacio Nacional me dirán que el viejito cotonete es el campeón absoluto del pancracio humorístico mexicano.
Pero yo les advierto: No se confundan. Por más disparates que largue en sus arengas eternas, por más dislates que nos obsequie diariamente y por más resonancia que tengan sus “chespiritadas”, todo lo que provenga del Jefe del Ejecutivo es para provocarnos miedo, no risa.
De regreso con el panista… (pregunta en serio: ¿Aún es panista Anaya?). De regreso con el excandidato androide que quería ser un niño de verdad: De por sí, en su fallida intentona se ganó una antipatía como el mamoncete insoportable del salón, ese que no es un nerd, sino que es ¡al que le pegan los nerds para sacar toda su frustración!, ha tenido ahora una aproximación con la realidad mexicana bastante desafortunada por decir lo menos.
Desde el momento en que admite que tiene que ponerse en contacto con la realidad, él mismo está reconociendo lo alejado que está de la misma.
El desacierto se agrava al abordar con el enfoque de un documentalista -chafa- lo que no es sino la vida diaria de la clase trabajadora de este país, presentándola con esa mezcla de miedo y fascinación de quien se logra comunicar con una tribu virgen en lo más impenetrable de la jungla, o de quien descubre una forma de vida endémica a la que nos urge a preservar por el bien de la bio-diversidad.
Olvídese de lo acartonado de su convivencia con las familias de clases populares; de lo impostado de su presencia en escenarios que bajo ninguna otra circunstancia se habría dado la oportunidad de conocer jamás, y de las frases con que su cerebro positrónico intenta recrear lo que interpreta como indignación por las condiciones de pobreza en que vive la mayoría de los mexicanos (“¡me da muchísimo coraje!”).
El verdadero “punchline” está en que Anaya, en toda su ingenuidad, piensa verdaderamente que nos está acercando un pedazo de la realidad que desconocemos, siendo que somos nosotros los que estamos atestiguando cómo Ricky descubre el mundo, el mundo del transporte público, el de las viviendas de interés social, el de la comida mal balanceada, el de las caguamas como única opción evasiva para vidas sin alternativas de desarrollo humano.
Pero es muy pendejo de su parte, que los propios especímenes que escoge como objeto de estudio sean los mismos que busca cautivar como espectadores de sus excursiones a un mundo que sólo para él y los de su clase (incluyendo sus asesores) constituyen novedad alguna.
De tal suerte que él cree que está documentando las condiciones adversas de las clases menos favorecidas en México. Pero el espectáculo que en verdad nos está ofreciendo se debe mirar desde un piso más arriba y es un “reallity show” sobre un whitexican conociendo los frijoles.
La comedia allí está, servida y lista para cebarnos en risotadas antes, durante y después de las elecciones. Pero la parte trágica (toda buena comedia tiene su respectiva dosis de tragedia), no es la evidente desconexión de la clase política con el país al que aspiran dirigir; ni ver cómo la ultraderecha sigue empeñada en utilizar a la pobreza como argumento proselitista, pero sin demostrar una pizca de empatía, ni ser capaz de abordar a ésta de una manera digna e igualitaria, sino como un “curious” de Discovery Channel, un fetiche de campaña y anda más.
Lo alarmante es que este mequetrefe de colegio salesiano, mitificado hoy como la versión ‘posmo’ del coco (“si no te comes tus verduras va a venir Anaya y se las va a chingar”) es hoy por hoy toda la carga opositora al proyecto lopezobradorista.
No hay liderazgo, no hay carisma aglutinante, no hay ideas, pero ni siquiera hay un conocimiento medianamente aceptable de la realidad, ni la más tímida noción sobre cómo entablar un diálogo con los mexicanos, que no sea sobre las bases del populismo que hoy nos desgobierna.