¡Strikeout, fuera!

Politicón
/ 10 febrero 2021

Una de las imágenes más significativas de la semana fue, con sus múltiples reproducciones, el cartón del monero Rapé donde se muestra al presidente Andrés Manuel López Obrador ataviado en uniforme de beisbolista y conectando un certero batazo con la gallardía propia de Babe Ruth, Ted Williams, Willie Mays o Alex Rodríguez. En la imagen original, que data de 2018, lo que hacía las veces de pelota era la representación clásica del político rapaz: un gordo de traje y sombrero que era enviado a la estratósfera por el golpe contundente de quien en aquel entonces representaba las firmes esperanzas de un cambio positivo en el rumbo de este lacerado país. Quizá muchos recordaban el dibujo, otros no lo habíamos visto nunca, pero el propio gobierno de México, a través de Twitter, se encargó de revivirlo para celebrar que el primer mandatario había superado el COVID-19, sustituyendo en la imagen al político neoliberal por un vapuleado coronavirus proyectado por los aires. Tras los reclamos por la estridente insensibilidad de la publicación en momentos donde el país ha alcanzado la trágica cifra de 170 mil muertos por la pandemia, el tuit fue borrado mientras Rapé se apresuraba a acotar que no autorizó ni el uso ni la modificación de su obra. Pero para entonces ya era tarde, la maquinaria del meme se había descontrolado.

Y después de esa alteración en la que al Presidente se le acumulaban los strikes en las bolas que representaban asuntos fundamentales como salud, economía, seguridad y generación de empleos, hubo otra acaso más desgraciada: aquella donde lo que el líder bateaba con furor era un cubrebocas, ese sencillo instrumento que millones nos hemos habituado a utilizar, que ha contribuido a frenar los contagios en el mundo, y que el Presidente sigue desdeñando con rencor politiquero. “No, no. Ahora ya además, de acuerdo a lo que plantean los médicos, ya no contagio”, dijo en su regreso a las mañaneras. Ni recomendará ni hará obligatorio el uso del cubrebocas porque, a decir suyo, eso sería autoritarismo y él se precia de dirigir un país de libertades.

Por supuesto que, viniendo de Andrés Manuel, esas necedades no sorprenden. Lo que sí resulta alucinante es ver cómo los discursos de quienes deberían ofrecer certezas, con fundamentos científicos, se siguen torciendo para justificar las actitudes del mandatario. Si en su momento fue el tristemente desacreditado subsecretario Hugo López-Gatell diciendo (entre tantos otros malabares) que hacer obligatorio el uso del cubrebocas generaría presión social y provocaría violaciones a los derechos humanos, ahora el turno al bat maromero correspondió al director de Epidemiología, José Luis Alomía, quien señaló que el uso de la mascarilla obedece a “una decisión que debe nacer de la persona” y que el Presidente sabe identificar con claridad las situaciones en las cuales un tapabocas no genera protección adicional. Menuda claridad que tiene al País en un luto permanente.

Y es que si volteamos a ver a algunos países que hicieron obligatorio el cubrebocas o por lo menos difundieron la utilidad de su uso masivo, notaremos que lograron reducir significativamente el tamaño de su tragedia. Cuba, por ejemplo, tenía en julio 2 mil 445 casos y 87 muertes. Y si bien los casos se multiplicaron hasta totalizar hoy 33 mil, la letalidad en la isla no se disparó, pues se cuentan hoy 240 decesos. Revisemos ahora Vietnam, uno de los casos más ejemplares del manejo de la pandemia. La nación asiática tenía en julio 382 casos y ningún deceso. Al día de hoy se cuentan 2 mil casos con 25 fallecimientos. ¿Y México qué tal? Pues pasamos de tener en julio 345 mil casos y 40 mil decesos, a padecer ahora mismo un acumulado de 2 millones de contagios y 170 mil muertes. Nuestro país no sólo ocupa el penoso tercer lugar mundial de fallecidos en números absolutos, sino que ahora también somos el primer lugar de letalidad entre las 20 naciones más afectadas por la pandemia, con una tasa de 8.6 muertes por cada 100 contagiados.

Y si por cuestiones de proporción poblacional resulta injusto comparar a México con Cuba o Vietnam, ¿qué tal Japón? Con una población casi idéntica a la nuestra (126.5 contra 126.2 millones de habitantes), el país del Sol Naciente reporta en toda la pandemia un acumulado de 407 mil contagios y 6 mil 507 fallecimientos. Números, por cierto, ante los que el gobierno nipón está terriblemente atribulado. ¿Y aquí? Aquí se sigue hablando de éxitos ficticios, se batea a ciegas, se minimiza la evidencia científica y se contamina de tufo politiquero casi cualquier palabra en torno a lo que desde hace mucho es una tragedia nacional. Cuidado con los yerros, que después del strikeout podría no haber regreso.

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