Respeto a la dignidad y naturaleza de los animales

Opinión
/ 21 junio 2022
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En un momento dado, de veinte, quizá treinta, años atrás, las estanterías de los supermercados aparecieron de pronto cargadas de productos alimenticios para animales. Perros y gatos, antaño alimentados con las sobras de las comidas, dejadas por debajo de la mesa, empezaron hace unas dos o tres décadas, a ser atendidos con comida especialmente diseñadas para ellos.

En los empaques, es posible observar los ingredientes que contienen, vitaminados y especiales para razas grandes, medianas y pequeñas.

Fue entonces que los animales domésticos comenzaron a ser objeto de mayores atenciones. Desde siempre, en las antiguas civilizaciones, formaron parte de los escenarios del hombre. Algunas culturas, incluso dotados de tributos particulares, como los gatos en el Antiguo Egipto.

Hay imágenes emblemáticas en el arte donde aparecen gatos recostados en escenas familiares, y perros en alerta en otras tantas. En fin, de la mano del hombre, a lo largo de toda su historia y registrados por él en el arte y la literatura, dejando constancia de la importancia que les conferían.

Hay autores, como Benito Pérez Galdós, que a lo largo de varias de sus novelas aparecen dotados de las particulares señas que los identifican. La propia novela Miau, en donde los personajes tienen rasgos identificatorios de felinos, los gatos son registrados en sus peculiares formas de ser.

De otros autores, como Hemingway o nuestro Carlos Monsiváis, el inolvidable Monsi, sabemos su amor por los gatos: aparecen en fotografías en demostración palpable de su cariño hacia ellos.

Pues bien, la sociedad, en los últimos años, a la compañía por gusto de los gatos y perros, le añadió una condición diferente. Miembros de la sociedad moderna comenzaron a sustituir hijos por gatos y perros. Se ha acuñado un término incluso para ello: perrhijos, que identifica al animal como un hijo sustituyendo con ello el concepto del hijo que no se tiene.

Los gatos y los perros, animales de compañía, los protege la legislación. Es importante que exista, pues como habitantes de este planeta tienen derechos a ser protegidos. Importa que así sea, es menester que ello ocurra.

Y esa protección está encaminada a que sus derechos como animales sean respetados; el primero, a la vida. Es menester que los animales, en estricto respeto por su esencia, sean respetados como lo que son: animales. Dotarlos de características humanas es faltar al respeto a su esencia. Desde hace siglos que llevan pelo. Desde hace siglos que no necesitaron una prenda que los cubra de inviernos, que más fuertes que los que vivimos ahora pudieron ser antes, y más expuestos los animales a la intemperie.

Una falta de respeto a su dignidad animal es vestirlos como si fuesen seres humanos. Amarlos y prodigarlos de comodidades forma parte de una buena conciencia humana. Pero disfrazarlos de lo que no son es algo que no está en su naturaleza.

Favorezcamos su vida, beneficiémosla hasta donde sea posible, para evitar que sus derechos particulares sean vulnerados, pero entendamos que al personificarlos podemos hacerles más daño que el bien que intentamos ofrecerles.

En su bienestar está el respeto, indudablemente, de su condición animal.

Urbanidad e higiene en Saltillo

Calles de Saltillo y avenidas, puentes peatonales, centro histórico, son constantemente ensuciados y es un hecho que no se dan abasto en Servicios Primarios. No hay una cultura de la limpieza y urbanidad en nuestra ciudad. Puentes como el que se encuentra a la altura de la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social, ofrecen aspectos deplorables de higiene. A lo largo de él, como a lo largo del centro, no existen suficientes botes de basura. Y aunque existan, la gente en Saltillo opta por no usarlos. ¿Tendremos que conformarnos con una ciudad que en muchas de sus facetas urbanas aparece tan sucia?

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