Rusia, que se anteponga la cordura

Opinión
/ 7 noviembre 2024

Junio 20 de 1997: Hoy no sé en dónde estoy. Veo gente y la gente me ve. Sus rostros son extraños, hasta podría decir que no tienen rostro, todos son iguales. Los veo. Me confundo. Me impaciento.

Una sonrisa es imposible en los labios de esas personas. Una palabra de ellos nunca viajará por el aire y sus oídos parecen negar la entrada a cualquier sonido. Físicamente todos son muy parecidos: altos, rubios, fuertes, pero totalmente inexpresivos. Lo único verdaderamente interesante son sus ojos. No importa que no pronuncien ni una sola palabra, sus ojos lo dicen todo. Puedo ver en ellos mi propio reflejo. Al mirarlos descubro mis alegrías y tristezas, mis fuerzas y debilidades. Me siento rodeado por esas personas y tengo miedo de convertirme en alguien así.

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Todos aplastados en un asiento, nos conducimos a un lugar, no sé a dónde y para ser sincero, hasta el momento no me había puesto a pensar en ello. Es inevitable, estoy siendo contagiado por la insensibilidad de mis compañeros de viaje.

Afuera de la caja en que nos transportamos se ve un mundo hermoso, un mundo en donde la naturaleza triunfa. Pero yo soy ajeno a ese mundo, pues estoy preso en esta chatarra caminante que se atreve a partir en dos como navaja oxidada al paisaje. Abro la ventana y trato de aspirar un poco de libertad, pero triunfa el ambiente represivo en el que estoy inmerso.

Llego a mi destino final. No sé dónde estoy, pero al bajarme del viejo tren veo un letrero oxidado que dice con letras borrosas: RUSIA.

Si preguntamos por una nación que fuera totalmente diferente a México, de seguro nos contestarán que Rusia. El verano de 1997, cuando recién me gradué de la universidad, tuve la oportunidad de conocer este país y me di cuenta, que al igual que México, tiene hermosos paisajes; tiene grandes ciudades como Moscú o San Petersburgo, donde descansan construcciones que nos hacen ver la majestuosidad de su pasado. Sin embargo, la gente es muy distinta a nosotros. Era triste ver a los rusos. Notar en sus rostros una pequeña muestra de felicidad era algo casi imposible. No sé a qué se debía esto: puede ser herencia cultural, o quizás el clima hace que su carácter sea igual de frío, sin embargo, creo que la causa principal es su gobierno. El sistema paternalista antidemocrático fue convirtiendo a los rusos en robots, unas veces disfrazados de militares, otras de obreros, o de esculturales atletas, pero al fin y al cabo robots.

Con la caída del bloque socialista y su incursión en el mundo del capitalismo, el mundo descubrió que Rusia no es la potencia antes temida, sino más bien un país atrasado, pobre. Las ciudades lucían totalmente descuidadas. Bellos edificios estaban sin pintar y con los vidrios rotos. En aquel verano del 97 la mayoría de los automóviles estaban viejos y chocados. Esto se explica si tomamos en cuenta que en aquel momento las tres cuartas partes de la población rusa apenas conseguían lo necesario para sobrevivir.

Dos años después, con la llegada al poder de Vladimir Putin, la situación comenzó a cambiar. Los altos precios del petróleo y el gas le ayudaron para apuntalar una economía que parecía moribunda. Comenzaron a construir modernos edificios que dieron la imagen de prosperidad. Además, se organizaron los Juegos Olímpicos de Invierno en 2014 y cuatro años después se celebró en Rusia el mundial de futbol. Estos eventos sirvieron para vender la imagen al mundo de una nación fuerte y próspera.

Nuevas crisis económicas llegaron a Rusia, pero Putin se centró en devolverle a su país la gloria y el poder pasados. Compraron y fabricaron equipo militar y armas nucleares, y su ánimo expansionista de antaño ha vuelto a florecer al invadir Ucrania.

Hoy el mundo está en ascuas, como en los más tensos días de la Guerra Fría. Rusia sube el tono de sus ataques en la frontera con Ucrania, y Estados Unidos responde con amenazas sobre una intervención militar en caso de guerra. Eso tendría como consecuencia la intervención de países aliados, por un lado, y de China, por otro lado. Y para no hacer el cuento largo, podría provocar una Tercera Guerra Mundial que sería catastrófica para nuestro planeta.

Ante este tenso panorama, sólo nos queda esperar que en medio de tanta amenaza, se anteponga la cordura. Y rezar para que la luz de la paz ilumine las tinieblas de corazones ambiciosos.

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