Sobre la posmodernidad y el neoconservadurismo en trabajadores y artistas
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“Ni una catástrofe obligará al cambio de los seres humanos”, algo así lo dijo el filósofo germano-estadounidense Herbert Marcuse en la década de los ochentas. Esto es debido a que la nueva estratificación de la sociedad industrial pauperizada, ha creado, usando a los mismos explotados, una nueva base popular conservadora, que también, curiosamente se suma a sus explotadores y sostiene el sistema inequitativo que prevalece. Aquí van incluso las y los creadores.
Y esto ¿porqué? Porque estamos en la posmodernidad neoconservadora, y ya lo vio usted, es una época caracterizada por la falta de compromiso social, la apuesta al desarrollo individual por encima del colectivo, y la necesidad de pertenencia a una sociedad de consumo, donde el consumo mismo dicta las normas de conducta y por tanto, de dinámicas en el campo de convivencia, el trabajo y la creación.
En este sentido, trabajadores y artistas, también forman parte de la sustancia misma para perpetuar la posmodernidad actual que se afianza en el libre mercado, ese corazón innegable del capitalismo voraz.
Esta ola avasalladora atrapa al arte que en forma general no es propositivo y se suma a la tendencia publicitaria, a la docilidad y a la reproducción de imágenes que se encuentran en Instagram o en los productos que se publicitan. Vueltas a la misma cosa en círculos y en bucles. Sí, vueltas al mismo mecanismo de productos que es reproducido por quienes en actos “creativos”, realizan claras manifestaciones de rendición y adulación a la era posmoderna.
Por otro lado, como dijera Fredric Jameson en su libro “Posmodernidad. La lógica cultural del capitalismo avanzado”, ahora, en la era posmoderna, los propios rasgos ofensivos del arte “desde la oscuridad y el material sexualmente explícito hasta la obscenidad psicológica y las expresiones de abierta provocación social y política” que trascendieron todo lo imaginable en los momentos más extremos del modernismo, ya no escandalizan y no solo se reciben con la mayor complacencia, sino que se han “institucionalizado e incorporado a la cultura oficial de la sociedad occidental”. En este sentido, no “solamente Picasso y Joyce han dejado de ser repugnantes”, sino que ahora se les encuentra bastante “realistas”. Esto como “resultado de la canonización e institucionalización académica del movimiento modernista en general”, ocurrida al final de la década de los años cincuenta.
De acuerdo a Jameson, “la producción estética actual se ha integrado en la producción de mercancías en general”, incluyendo la descontextualización de las obras de Picasso por ejemplo y su reproducción ad infinitum en playeras y en otro tipo de productos. Esto es lo moderno traído al posmodernismo de una forma serial vasta. Por el otro lado, en el arte posmoderno existe una “frenética urgencia económica de producir constantemente nuevas oleadas refrescantes de géneros de apariencia cada vez más novedosa” en donde lo inmanente son las “cifras de negocios siempre crecientes”.
El neconservadurismo opera de tal modo que tanto los trabajadores exhaustos como los creadores sin seguridad social ni derechos laborales en general, se conciben a sí mismos ya fuera de la clasificación de las fuerzas socioeconómicas a las que pertenecen (alguien tiene qué trabajar), ya que este nuevo sistema ha logrado que clases productivas y artistas se conviertan en una masa acrítica, amante de las formas, sin compromiso social, ni ideología alguna (está mal visto), que solamente se reconocen entre sí, a través del consumo de productos y servicios.
Así, trabajadores y artistas defenderán a un sistema que, ni ante la presencia de una catástrofe -como lo dijera Marcuse-, podrá cuestionarse ni proponer cambio alguno. Esto es el juego claro del mercado en el que estamos todos. El vocablo “posmodernidad”, de raíces latinas, tiene el prefijo post que significa después, y modernus que refiere a reciente o actual. más el sufijo dad que significa cualidad.