‘Adolescencia’: Planos secuencia, violencia digital y padres que hablan sin escuchar

Nuestro colaborador Alfredo de Stéfano comparte su crítica sobre la producción de Netflix que está dando mucho de qué hablar
La serie británica Adolescencia (Netflix) podría transcurrir en cualquier suburbio del mundo globalizado: padres que trabajan hasta el agotamiento, aulas donde TikTok sustituye a los libros, y adolescentes que navegan aguas tóxicas entre la manosfera y la soledad. Con cuatro episodios filmados en planos secuencia de una hora —un desafío técnico y narrativo—, la ficción convierte el formato narrativo en un dispositivo ético: no hay escapatoria para el espectador, igual que no la hay para sus personajes.
El plano secuencia como terapia de exposición
Los planos secuencia no son aquí un recurso estético, sino una cárcel en tiempo real. En el episodio 2 (el mejor de la serie), la cámara sigue por 58 minutos a Luke Bascombe, un detective londinense, mientras investiga pistas sobre los motivos del crimen, y es testigo de cómo su propio hijo es “buleado” en una escuela donde los profesores han claudicado. La toma continua —sin cortes, sin respiros— logra algo perturbador: nos obliga a habitar la incomodidad de un padre que no entiende los códigos de sus hijos (emojis, memes violentos, slang digital). Es un espejo para padres mexicanos que, como Luke, ven a sus hijos como algoritmos indescifrables.
Manosfera: el monstruo que crece en el sótano de internet
Aunque la serie sea británica, expone un cáncer global: la normalización de la misoginia adolescente. En una escena desgarradora, un grupo de chicos de 15 años ríe mientras circulan un meme que cosifica a una compañera como “trofeo de caza”. Lo escalofriante no es el acto (que replica casos reales en escuelas de CDMX o Monterrey), sino la naturalidad con que los chicos justifican el acoso como “humor negro”. La serie acierta al mostrar cómo la cultura de la violación no nace en aulas, sino en foros y plataformas donde adultos ausentes (padres, maestros) son cómplices por omisión.
*Manosfera: Conjunto de espacios digitales donde hombres (en su mayoría jóvenes) se agrupan para expresar ideas antifeministas, promover la superioridad masculina y difundir teorías conspirativas sobre las mujeres. Estos espacios suelen normalizar la violencia verbal, los estereotipos de género y la cultura de la violación, bajo etiquetas como “red pill” (píldora roja), “MGTOW” (Men Going Their Own Way) o “incel” (célibes involuntarios).
Padres “presentes”: la mentira del tiempo de calidad
El hogar del adolescente acusado de asesinato es un microcosmos de muchas familias mexicanas de clase media y clase alta: el padre está físicamente, pero ausente en lo emocional. En una escena, el hijo del detective intenta explicarle el significado de un sticker (usado en su escuela para señalar a un “chivato”), pero el detective mira su teléfono y murmura: “Esto puede esperar”.
La serie retrata una verdad incómoda: en México, donde el 34% de los adolescentes afirma que sus padres no conocen sus gustos o amistades (ENSANUT 2021), la conexión se reduce a checklists (“¿Vas aprobado?”, “¿No te metas en drogas?”).
La escuela como síntoma (y el espejo mexicano)
Aunque la serie se ambienta en Reino Unido, sus aulas son un calco de las mexicanas: profesores desbordados —uno de ellos confunde TikTok con “un juego de baile”—, filtros de internet obsoletos y alumnos que usan apps cifradas para burlar la vigilancia. Es aquí donde la serie trasciende su localismo. En México, donde el sistema educativo ocupa el lugar 102 de 140 en el Índice de Competitividad Global, la serie encuentra eco, pues el 68% de los docentes de secundaria admiten sentirse incapaces de gestionar el ciberacoso (INEE). Cuando el detective visita la escuela, descubre que su propio hijo recibe mensajes con amenazas veladas... en una plataforma que él confunde con “un juego de naves”. La serie acierta al mostrar que el problema no son los alumnos, sino un sistema que dejó de hablar su idioma.
¿Por qué verla en familia, aunque duela?
Dejar de ser extraños bajo un mismo techo
Netflix podría promover Adolescencia como thriller, pero su valor real es pedagógico. Debería ser serie obligatoria en hogares mexicanos, no como entretenimiento, sino como espejo incómodo:
• El plano secuencia del episodio 2 funciona como termómetro familiar: si los padres no entienden por qué su hijo se identifica con la escena del emoji , es señal de que hay códigos por descifrar.• La serie no da lecciones, pero sí expone dinámicas tóxicas: padres que exigen confianza sin ofrecerla, hijos que claman atención tras pantallas.
Conclusión: Un grito ahogado en formato binge-watching
Con sus planos secuencia agotadores y su mirada cruda, Adolescencia logra lo que pocas ficciones educativas: no aleccionar, sino confrontar. En un país donde el 62% de los jóvenes reporta falta de comunicación con sus padres (IMJUVE), esta serie es un síntoma y una cura posible. Quizás su mayor mérito sea recordarnos que, en la era del multitasking, la atención —esa que los padres niegan a sus hijos y las escuelas a sus alumnos— es el recurso más revolucionario.
Aquí una advertencia: la adolescencia ya no es una fase, es un campo minado. Y solo hay dos opciones: aprender a caminarlo juntos, aunque eso implique soltar el teléfono, o seguir fingiendo que no escuchamos las explosiones.
Calificación: ★★★★★Advertencia: No verla es más cómodo. Verla y actuar, es el verdadero desafío. No apta para padres que prefieran seguir diciendo “En mis tiempos esto no pasaba”.