¿Cómo desafiar la lógica de consumo? Teatro, sociedad líquida y ciudad (II)
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El teatro en varias épocas de su evolución ha estado asociado a la renovación, a la limpieza de espíritu, a una cierta rebeldía. En todas sus presentaciones, el teatro sirve de “espejo” a la sociedad y en sus mejores versiones, realiza una aproximación crítica hacia lo que sucede dentro y alrededor de nosotros.
La semana pasada hablaba de lo que Zygmunt Bauman clasificó como sociedad líquida, un entorno en el que los cambios acelerados y la neurosis por mantenerse relevante parecen ser la regla. Por supuesto, el arte ha reaccionado a ello y en ambos sentidos, aunque por ahora me interesa enfocarme en las manifestaciones que se oponen a la lógica de consumo.
Si bien me parece que existen diversas estrategias que el arte teatral ha tomado para rebelarse, la que me parece más obvia y quizás más directa al punto es la de aquellas manifestaciones, cercanas al performance, en las que cada evento es único e irrepetible en las formas más extremas. En realidad, toda manifestación teatral es única, aunque en diferentes grados, pero la fusión entre teatro y performance que viene dándose desde el surgimiento de éste último lleva la efimeridad a otros niveles. Dentro de ese grupo, me parece que las teatralidades que, además, se salen de los espacios preestablecidos como los edificios teatrales o las galerías, representan uno de los frentes más activos en contra de la alta aceleración y consumismo que se nos viene encima.
Si bien el performance y el teatro pueden ser tan efímeros como la propia vida líquida, el hecho de no pertenecer al cotidiano de esos espacios provoca, irónicamente, la desaceleración de la rutina de los espectadores accidentales que son los transeúntes, ya sea por la curiosidad o por el extrañamiento que estas acciones provocan. Además, se trate de una intervención como tal o de una obra en espacio urbano, el hecho de que no se pueda evitar la presencia de estos espectadores “no invitados” atenta directamente con la lógica de consumo establecida. En locales que entran dentro de lo que Marc Augé llamó “no lugares”, es decir, espacios de lo provisional, del anonimato y que sólo tienen como función los trayectos cada vez más acelerados, una pequeña acción que provoque que un transeúnte se detenga por unos minutos parece, por contraste, una acción increíblemente significativa.
Las teatralidades enfocadas en romper el modus operandi de la sociedad en la que estamos inmersos funcionan como arte relacional, que más que enfocarse en la construcción de un universo simbólico, se enfocan en las relaciones humanas. Como tal, acaban actuando significativamente sobre ambos frentes, el de los que accionan los espacios y el de los que ven su cotidianeidad interrumpida.
Durante el año de 2014, mientras realizaba una investigación de campo sobre el tema, pude percibir de primera mano cómo en realidad los ciudadanos estamos sedientos de algo que nos saque del ensimismamiento. En este caso, las acciones estaban dirigidas a desestabilizar la rutina del otro, pero ya entonces pude notar el efecto que tienen también sobre el ejecutante los pequeños momentos de encuentro bien logrados. Por otro lado, tenemos proyectos como Nocturna de Ámbar Luna, una propuesta de coreografía colectiva con mujeres que consiste en caminar las calles de nuestro país de noche. En este caso, aunque la acción pueda también ser percibida desde fuera y también funcione en ese sentido, el efecto más poderoso es al interior, en las caminantes.
Los métodos pueden ser los más sencillos, pues, como descubre cualquier artista que se aventure al espacio de la ciudad, en espacios altamente homologados, la más simple contradicción a los flujos, un cambio de velocidad o un uso inusitado del espacio son suficientes para llamar la atención. Sentarse en medio del flujo de un pasillo del metro, abrazarse en medio de un embotellamiento de autos, montar un desayuno “íntimo” en la esquina de cualquier plaza pública, un grupo de mujeres caminando de noche por las calles y accionando el espacio. Lo más pequeño, en realidad parece ser lo más grande.