La primera poeta novohispana
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Eso de “la primera” es un decir, porque en realidad las mujeres nunca han dejado de alzar la voz
Josefina Muriel empieza un capítulo de su hermoso libro “Cultura femenina novohispana” con esta frase: “Las mujeres que pasan a América son las mujeres del Renacimiento Español”. En aquellos años (como en cualquier época), las mujeres sabias existían. Beatriz Galindo (1465-1534), apodada “La Latina”, fue la filósofa encargada de enseñar latín a la reina Isabel; Luisa Sigea (1530-1560), “La Toledana”, se volvió famosa por escribirle una carta al papa Pablo II “en latín, griego, árabe y siriaco” (como apuntan Kate y Ángel Flores); Juliana Morell (1594-1563) a los 17 años hablaba 14 lenguas y estudiaba tanto poesía como aritmética, por mencionar algunas.
No sólo las eruditas llegaron en los barcos. En realidad lo hicieron personas de todas las edades, condiciones económicas y ambiciones diversas. Y como es natural, en los barcos venían los libros: La mística española, las aventuras de Cervantes, las palabras de Aristóteles y de Platón, la Biblia y una infinidad de tratados teológicos, las famosas vidas de los santos, Garcilaso, Calderón, Góngora. Creo que las pinturas barrocas ahora me ayudan a recrear el movimiento, el color, la multitud de esos ayeres. En medio del barullo, los bardos comenzaron a cantar, los ilustrados a escribir.
Hasta donde sabemos, la primera poeta (con nombre) en la Nueva España fue Catalina de Eslava. Eso de “la primera” es un decir, porque en realidad las mujeres nunca han dejado de alzar la voz. La escritora era sobrina del también poeta Fernán o Hernán González. Años más tarde se publicaron sus “Coloquios sacramentales y espirituales”, donde aparece, con motivo de ello, un soneto de Catalina. Son todos los datos que se conocen sobre ella. Leo la ficha en una y otra antología. En las revistas, lo mismo. Muriel intenta hacer el retrato de la poeta basándose en el único poema que tenemos.
El soneto era la forma lírica más alta de la poesía en los siglos de oro. Su construcción es difícil porque, además de la métrica, discute temas elevados: disertaciones filosóficas, definiciones de Eros y Tánatos, entre otras complicaciones. Catalina es elegante y culta. Por los elementos de su poema, es evidente que estaba al tanto de los movimientos literarios. Dominaba la tradición griega a la par de la versificación. ¿Qué más escribiría Catalina de Eslava? ¿Cuáles eran sus autores preferidos? ¿Dónde aprendió? ¿Qué vida tuvo? ¿Quién fue?
¿Se imaginó que pasaría a la historia como la primera poeta publicada de la Nueva España? Jamás lo sabremos. Nos quedan solo sus palabras. Un soneto de ocasión a la muerte de su tío. En el barroco los escritores hacían competencias sobre tópicos literarios. La escritura testimonial no era la tendencia, pero eso no significa que las obras fueran frías o artificiosas (en el mal sentido).
“En el carro de Apolo te den gloria, / Digo de aquel Apolo soberano / A quien con tanto amor tan bien serviste: / Y pues él hace eterna la memoria, / Con que muevas mi pluma con tu mano / La gloria alcanzarás que acá nos diste”, escribe. Apolo es el dios griego de la belleza y la perfección. Ángel María Garibay detalla que se le atribuyen “los más altos y útiles menesteres humanos”. Música, poesía, guerra. Los versos finales del soneto, como dice Muriel, “son la tierna súplica de una mujer que no queriendo que éstos se terminen, ofrece su pluma a la inspiración del poeta para continuar ella su obra literaria”. No sabemos si Apolo le concedió este deseo. Quizá habrá que realizar un ejercicio parecido al de Marcel Schwob con sus “Vidas Imaginarias”: a falta de datos concretos sobre los personajes, la biografía se arma con la fabulación. Al menos de Catalina quedó su nombre, aunque sea ahora poco más que un fantasma. Algo, también, quedó de su espíritu poderoso en aquel soneto de despedida. La autora casi no aparece en las antologías. En los libros de la literatura es apenas un apunte. Así comienza la historia de las poetas hispanohablantes en nuestro país.