Mundo Dron

Artes
/ 6 julio 2021

"Hoy sabemos con certeza que los dispositivos que cargamos a todos lados van rindiendo cuentas de nuestros hábitos, costumbres y rutinas a corporaciones que trafican con nuestra información". "Nos volvemos proveedores, clientes, vasallos y usuarios en una extraña economía dominada por empresas que no producen nada, como Facebook, Twitter, Uber y Airbnb, pero que acumulan y controlan el tráfico y los recursos en su beneficio generando miles de millones de dólares".

Los párrafos anteriores pertenecen al más reciente libro de Naief Yehya, Mundo Dron (Debate; 2021). Es probable que el extravío de la autonomía del individuo, a causa del poder que ostentan hoy en día las industrias o empresas tecnológicas, se haya convertido en uno de los más agudos problemas éticos en la actualidad. No sólo atañe a la pérdida de movilidad de la conciencia y al deterioro de la intimidad; también a la edificación de monopolios que administran la comodidad, las nociones de belleza y la capacidad de decisión de quienes utilizan los servicios de las corporaciones. En otro sentido, la erosión de la inteligencia humana, su robotización y la pérdida de lo que podría llamarse una "vida propia", son acciones que han afectado los más maleables conceptos de libertad. El libro de Naief Yehya dibuja en alguna forma este panorama, bastante aterrador, a partir de un conjunto de ensayos que, en esencia, descansan sobre el relato minucioso de cuatro obras fílmicas que resultaron cruciales para narrar la inevitable relación entre lo humano y lo tecnológico, y también para consolidar el ciberpunk que, en palabras de Naief, "postula la inevitable, intensa y violenta tecnologización de lo humano, incluyendo nuestro cuerpo, así como la perspectiva de un mundo donde hemos de compartir el planeta con mentes maquinales e híbridas". Las películas referidas son Mad Max (1979) de George Miller; Alien (1979) y Blade Runner (1982), ambas de Ridley Scott y Terminator (1984) de James camerón.

Además de dar cuenta de una genealogía que abarca las relaciones vitales y técnicas entre la inteligencia artificial, la robótica y los ánimos depredadores de los Estados y las corporaciones que los suplantan o gobiernan, Naief hace énfasis en el que, probablemente, sea el instrumento más intimidante de la tecnología moderna: el vehículo aéreo no tripulado, UAV, o dron como se le nombra comúnmente. Esta palabra, dron "comenzó a usarse en 1946 para referirse a un RPV (vehículo piloteado de manera remota) y proviene del ruido o zumbido que hacen ciertos modelos de UAV y que evoca a abejorros o abejas zánganos (drones, en inglés), insectos que tienen reputación de no tener una mente propia y de vivir una existencia sin otro sentido que fecundar a la reina. La palabra dron es casi sinónimo de robot espía con la capacidad de asesinar".

El problema crucial, en el caso de estos robots controlados desde la comodidad que ofrece el "no lugar" es que son utilizados, no sólo como instrumentos de espionaje, sino también como armas criminales que se encuentran a disposición de casi cualquier persona. El pesimismo que acompaña al progreso de la tecnología es justificado porque, en su versión de entretenimiento, comunicación obsesiva y arma de control masivo, va acompañado de un descenso de la imaginación creadora y de la abolición de filosofías concernientes a lo humano. El libro La nueva ciudad de dios, de Andoni Alonso e Iñaki Arzos, publicado por Siruela hace 20 años, ha sido también un intento por darle al ensayo de cibercultura, la posibilidad de una rebelión que aminore el control de las corporaciones, el sonambulismo del consumidor y, sobre todo, que ofrezca un lugar a lenguajes más imaginativos, artísticos y reacios a ser dominados o manipulados.

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