Tres viajeros del jazz

Artes
/ 15 febrero 2024

Los pasos tumultuosos de tres leyendas del género musical terminaron en tragedia, a pesar de los grandes éxitos que habrían cosechado en vida.

El nueve de marzo de 1955 Charlie Parker llegó a casa de la baronesa Pannonica de Koenigswarter, se tumbó en el sillón de la sala y ahí durmió hasta bien entrada la noche. Al despertar confesó sentirse terriblemente mal, y continuó dormido durante muchas horas más. Al despertar nuevamente, abrió una botella de vino y la bebió hasta caer aturdido. Las siguientes horas las fue alternando entre un sueño pastoso y más alcohol. Al tercer día falleció. El doctor escribió en el parte médico las causas de la muerte: neumonía, úlcera estomacal, cirrosis e infarto. “Se trata de un hombre de raza negra, de aproximadamente 60 años de edad.”. Al morir Charlie Bird Parker tenía 35 años.

Desde los 15 años, edad en la que empezó a frecuentar los salones de jazz de su natal Kansas, Bird se aficionó a la heroína y al alcohol, con una fuerza que no lo abandonaría hasta depositarlo en la tumba. A pesar de los personales esfuerzos que hizo por sí mismo para sanar, a pesar de haber rodado ebrio en las banquetas de Nueva York, de haber recibido las ovaciones más atronadoras en Europa y América; de haber cofundado con Dizzy Gillespie el be-bop, esencial para comprender la música contemporánea de Stravinski a Gershwin, Bird Parker no supo contenerse y se abandonó en el cielo líquido de la heroína, en el cielo blanco del alcohol.

La historia del primer jazz americano encuentra a sus pilares más sólidos en Charlie Parker, Art Tatum y Billie Holiday, adictos voraces o bebedores empedernidos hasta la sepultura.

La historia de Art Tatum es distinta a medias. No puede decirse que Tatum viera la primera luz en Ohio en 1910, puesto que nació con cataratas en ambos ojos. La primera ocasión que se sentó al piano fue después de acudir a los ensayos del coro de la iglesia. Retuvo en su memoria cada nota que horas después reprodujo textualmente en el piano de casa. Entonces tenía tres años y su vista se encontraba en un estado lamentable. Tras muchas operaciones, Tatum logró recuperar considerablemente la vista, aunque sólo en uno de sus ojos.

Desafortunadamente, sus primeros paseos adolescentes lo llevaron a encontrarse con el alcohol, y en una parranda alguien golpeó su ojo bueno, sumergiéndolo en las tinieblas borrascosas para siempre. También para siempre Tatum se arrastró en la bebida hasta que ésta le destrozó los riñones y terminó por aniquilarlo de un ataque de uremia a los 46 años.

Y por aquí nos podemos seguir con el anecdotario de muertes dramáticas: Carmen McRae, adicta al cigarrillo, murió de enfisema pulmonar a los 74 años. Sarah Vaughan fumaba dos paquetes diarios de cigarrillos, murió de cáncer de pulmón a los 66 años. Dexter Gordon, heroinómano, murió a los 67 años

De entre todas las biografías, la de Billie Holiday está llena de claroscuros. Lo mismo brilla su portentosa voz interpretando God Bless The Child que la clásica As Time Goes By. En su autobiografía Lady Sings The Blues (Tusquets Editores, 1988), Billie empieza así: “Mamá y papá eran unos críos cuando se casaron. Él tenía 18 años, ella 16 y yo tres”. Este inicio da noticia de las probabilidades de enfrentarse a una existencia llena de intensidad que la llamada Lady Day no rehúye.

En Los Ángeles se habituó a la heroína a tal grado que la Federación de Músicos le prohibió grabar, hasta que sanara. A la contra, Billie se casó con un trompetista adicto a la heroína; al poco tiempo murió su madre, aumentando su dependencia. Durante los siguientes meses dio tumbos de contrato en contrato, incapaz de cumplirlos. A la heroína sumó la afición por la bebida al grado de prohibírsele trabajar en locales donde vendiesen alcohol, por lo que se internó en una clínica de desintoxicación. Aparentemente curada ofreció conciertos, entre ellos el del Carnegie Hall, un hito en la música popular del siglo XX. Sin embargo, el vicio, el dolor y las desveladas, la llevaron a la muerte. El 31 de mayo de 1959 entró en coma, y falleció sin tener “...una gran casa en el campo, un sitio donde cuidar perros extraviados y niños huérfanos, niños que no han pedido que los trajeran a este mundo, niños que no pidieron ser negros, azules, verdes o de un color intermedio. Este es mi sueño dorado”.

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