Cultura y pop: Star Wars y la propiedad del arte, ¿el creador o los fans?
Una reflexión acerca de la naturaleza de los personajes, con base en sus circunstancias, y cómo un pequeño cambio puede alterar su trasfondo
¿A quién pertenece una obra de arte? ¿Al artista que la hace, a su dueño legal, o las personas que la aprecian? El tema ha dado para muchas discusiones, y como cada mayo los fans de Luke Skywalker celebran el Día de Star Wars (Mayo 4: léalo en inglés: “May the Fourth...”, ”May the Force...” etcétera), el tema me vino de nuevo a la mente.
Un poco de historia: en total se han hecho once películas de Star Wars, pero sus tres películas seminales son ”Una Nueva Esperanza”, “El Imperio Contraataca” y “El Regreso del Jedi”, estrenadas en 1977, 1980 y 1983, y escritas por George Lucas.
Obsesionado con las limitaciones tecnológicas y financieras que había padecido al filmarlas, Lucas fundó Industrial Light and Magic, y en la siguiente década, en vez de filmar más películas, se concentró en el entonces naciente uso de computadoras para crear efectos especiales. Hacia 1994, cuando por fin se sentó a escribir las precuelas de Star Wars, también sintió ganas de darse de cabeza contra la pared: de haber filmado por entonces las tres películas originales, habría empleado esas nuevas técnicas para crear escenas que en aquella época resultaron imposibles.
Lucas no pudo contenerse, y para coincidir con el vigésimo aniversario de la primera película de Star Wars, en 1997 lanzó una nueva versión de la trilogía con “mejoras” digitales.
La mayoría de sus cambios fueron estéticos. Lucas limpió las tomas, mejoró la calidad de las imágenes y transformó efectos especiales de baja calidad en escenas que dejaban con el ojo cuadrado. La apasionada comunidad de fans de Star Wars recibió bien la mayoría cambios pero juzgó que otros era anatema.
Uno de ellos, conocido como la controversia “Solo Shot First” (“Solo disparó primero”) sintetiza las razones.
Si usted ha visto la versión original de “Star Wars: Una Nueva Esperanza,” probablemente recuerde que al principio Han Solo es un contrabandista que no tiene ninguna alianza: solo se preocupa por él y por su amigo Chewbacca. Es verdad que posee los planos de la Estrella de la Muerte y planea entregarlos a los rebeldes para que puedan destruirla, pero a Solo no le importa derrotar al Imperio, sino el dinero que recibirá a cambio.
Lo siguiente que sabemos es que Solo es acorralado en un bar de mala muerte por un cazarrecompensas llamado Greedo (Oscar para el nombre más sutil). Han Solo le debe dinero y lo ha estado evitando, Greedo deja en claro está harto y no solamente que lo va a matar, sino que va a disfrutarlo. Pero al igual que los villanos de James Bond, Greedo habla demasiado: Solo dispara primero y mata a Greedo. Phew.
Pero, oh sorpresa: en la versión renovada de 1997 Greedo dispara primero, y Solo, que esquiva el disparo, lo mata en defensa propia. Esto altera la naturaleza del personaje. Solo ya no es el contrabandista egoísta y asesino que más adelante tendrá una epifanía y se unirá a los rebeldes para derrotar al Imperio; ahora es un tipo que no dispararía a nadie primero, porque eso no es lo que hacen los buenos.
Los fans reaccionaron con horror. Pero Lucas dice que no le importa lo que piensen: “Maduren. Son mis películas, no suyas.” Dentro de unas décadas, dice, las copias antiguas de Star Wars ya no serán visibles, y sus nuevas versiones, todas digitales, se convertirán en el canon, la única versión de Star Wars que la gente podrá ver.
Pero así como los Jedi lucharon contra el Imperio, un grupo de fans Star Wars (gulp) se rebeló y embarcó en la aventura de recuperar viejos carretes de las versiones originales para restaurarlas y transferirlas a tecnología digital, preservando así las películas originales. Su objetivo, dicen, es que sus hijos vean la misma película que ellos vieron cuando eran niños.
Las versiones de Star Wars que han rescatado son más ásperas y granuladas. Los colores cambian entre escenas, los personajes están sudorosos, sus rostros brillan, y los efectos especiales a veces dan ternura de tan primitivos. Pero por alguna extraña alquimia, todo esto hace que la historia parezca algo que les sucedió a humanos reales, no a personajes generados por computadora.
El sueño de la inmensa mayoría de los artistas es que sus libros, películas, pinturas o canciones pasen a formar parte del imaginario colectivo. En cierta forma, es venderle el alma al diablo: a cambio de eso, su trabajo ya no les pertenece. Lucas no parece entenderlo. Me recuerda a los niños a los que no les gusta cómo va la cascarita, y deciden irse a casa llevándose la pelota, “¡Es mía!” Como si pudieran jugar un partido de fútbol ellos solos.
IG: @luisalfredops