Fanáticos mexicanos le prenden veladora a ‘Fangoria’
Como si se tratara de santos milagrosos, los fans de Alaska y Nacho Canut peregrinaron a su concierto en el Teatro Metropolitan en Ciudad de México para ser testigos de un milagro: Convertir el agua en vino, el vino en canciones y hacer del travestismo una doctrina radical
Mientras el mundo tenía a David Bowie, las jotitas proletarias teníamos a Alaska. En mi casa, enclavada en el desierto Coahuilense y donde vivíamos todos apilados, solo alcanzaba para tener televisión abierta. Era el final de los años ochentas y fue toda una revelación que un parsimonioso fin de semana, donde yo esperaba ver a la recatada y plástica fauna cantarle a las buenas maneras y al amor que sí puede decir su nombre, descubrir la estrambótica existencia de Olvido Gara y verla bajar de su platillo volador en un programa facho y conservador llamado Siempre en Domingo. Al fin la televisión nacional tenía espacio para los aliens, para los punks y los freaks, para las almas disidentes y para una diosa queer y empoderada comandando un grupo llamado Alaska y Dinarama.
El programa lo veíamos en familia. Su conductor era el hacedor de estrellas más grande de Latinoamérica y además el brazo armado de una moderna Santa Inquisición. Si no le gustabas no había manera de que triunfaras en México. No por nada al entrevistar a Alaska en esa primera visita se le fue a la yugular: “Me decían que es extraño que una chica como tú, tan punk, cante canciones tan fresas. El público no entiende ese contrasentido. Además, ven a alguien como tú y dicen es de la onda de las drogas, de gente desordenada o promiscua”. Alaska, con todas las luces de su cabeza y sonriendo zanjó la “charla” con un “Vamos a dejarnos ya de los clichés. No se debe juzgar a nadie por su apariencia”.
Mi abuela, Dama de Acción Católica, lo amaba y lo vitoreaba como a un héroe, claro, solo estaba por debajo del Papa, del Presidente y del sacerdote de la colonia y en casa era bienvenida su agenda de golpe de pecho y su proselitismo patriarcal y conservador. Yo, que era un niño de moral despistada y finos modales, buscaba referentes en la televisión y sólo encontraba simulación, machismo disfrazado de valerosos charros y comediantes haciendo escarnio del árbol torcido y aventando chistes de mariconcitos a diestra y siniestra.
Era curioso, pero cuando allá a las quinientas salían a escena Pablito Ruiz, nuestro gran divo Juan Gabriel, Locomía o hasta Rafael, yo casualmente iba por agua a la cocina y ponía pies en polvorosa. Todos esperaban un desliz, un grito de emoción, un gesto solidario, un algo que les comprobara lo que todos decían entre dientes: Que al nieto que el papá había arrumbado en casa de los abuelos, se le tronaba la reversa y le gustaba el arroz con popote.
Que era maricón pues, como eso cantantes que salían a escena solo para ser la burla nacional, con todo y el talento que llevaban encima. Cuando vi a esa mujer espectacular envuelta en un festival de fuego sentí que no estaba solo en el mundo, pero guardé silencio porque tenía encima las miradas de todos. “Esa mujer va a ser la perdición de muchos”, dijo alguien en la sala. Yo salí a la “tienda” y cuando estaba lejos de casa y a mitad de la calle grité, grité y salté como loco porque ese niño de manita caída había encontrado una cómplice. Y es que casi se me sale el corazón cuando de la nada, apareció Alaska a iluminar la pantalla de televisión y a encender las luces de mi alma tiernita, pero taciturna. Al tenerla de frente durante la década de los ochentas y noventas, yo no sabía donde acomodarla, que etiqueta ponerle, se trataba de una especie de Daniela Romo, pero con rastas de colores, una Gloria Trevi, pero sin el chicote de Sergio Andrade y ese grito fingido para hacerse la morra de barrio: “Qué onda raaaaaza”, una Ale Guzmán, pero dark y sin faldas de crinolina y sin importarle verse eternamente bella, una Lupe D'Alessio a la que le valía el amor romántico y que su pelado’ tuviera segundos y terceros frentes, una Chavela Vargas con chamarra de cuero y estoperoles, una Timbiriche nada virginal, ni domesticada, una Dulce, Marisela, Amanda Miguel sin un ápice de mujer engañada, llorona y arrodillada al patriarcado. Para acabar pronto se trataba de una tal Alaska que venía del espacio y no se parecía a nada de lo que yo había visto y traía un grito de lucha y un escudo protector que hacía que las pedradas, los golpeas y la maledicencia del mundo machín que yo habitaba, no me dolieran, porque además de tenerla a ella tenía un himno que me abrazaba y que fue un escudo protector invisible que me dotaba de poderes sobrenaturales: ¿A quién le importa?
Esa heroína de ocho chichis era una marciana y los maricas, pero no cualquier marica, los maricas proletarios como yo, teníamos de pronto alguien de quién agarrarnos, una morra que además nos prestaba el hombro para llorar por los desencuentros que nos regalaba diario este país de mata jotos. Alaska no lo sabe, pero desde su primera aparición en Siempre en Domingo a finales de los ochentas, nos ha acompañado, ha poblado nuestras soledades, nos ha abrazado con el abrazo cálido de su música y además nunca nos soltó la mano a toda la comunidad del arcoiris. Los heterosexuales de México tienen a todo un santoral de su lado para linchar y quemar a los raritos en leña verde. Nosotros, de pronto, tuvimos a quien rezarle y prenderle veladora, una santita llamada Olvido, Olvido Gara, Olvido Gara alias Alaska. La morra de Kaka de Luxe, la morra de los pegamoides, la morra de los Dinarama, la diosa de ese animal mitológico llamado Fangoria. Además, ella tampoco está sola, tiene como cómplice a una mente maestra llamado Nacho Canut.
No se si lo sepan, pero para los que aman los números, las encuestas, las tablas comparativas, los índices y las estadísticas, en México alguien que nace en la pobreza, es casi menos que imposible que salga de esa espiral de marginación. No lo digo yo, lo dicen los expertos en movilidad social: De cada 100 mexicanos que nacen pobres, 74 morirán sin progresar.
Yo escapé del lodo no sé ni cómo. Pero mis abuelos que eran campesinos, huyeron del campo a la ciudad donde mi padre y mis tíos subieron un escalón y se convirtieron en obreros. Yo y algunos primos subimos uno más y estudiamos la secundaria, la preparatoria y cosa extraña, pero yo quería probar un poquito del mundo que veía por televisión y con todo y hambre, me pagué la universidad trabajando en la maquila. ¿Por qué les cuento todo esto? Porque todo llegó tarde a mi vida, pero llegó. Cierto confort, cierto sueldo, cierta profesión (acomodador de letras en varios medios impresos), viajar del norte a la Ciudad de México y tener, treinta años después, de frente a mis héroes de la niñez y la adolescencia con algunos conciertos que llevo hospedados en el cora.
Así fue como se hizo la magia el pasado viernes 19 de enero. Como si se tratara de un deja vú, de regresar el tiempo y estar sentado frente a la televisión en la sala de la casa y listo para sintonizar Siempre en Domingo, al fin tuve de frente a esa mujer que me maravilló los ojos y me puso a mover el esqueleto con su música que me sabía a libertad, a un amor sin etiquetas, a valentía y entre líneas te acompañaba, te regalaba amor propio y te susurraba al oído: “No tengas miedo a ser tú mismo”. Y así como todo ha llegado tarde a mi vida, la bonanza económica aún no ha hecho acto de aparición. Así que cuando yo y Hassel Sara, mi compañero de travesías nocturnas, vimos anunciado el concierto, nos lanzamos a comprar un boleto donde mejor nos alcanzaba: La última fila del segundo piso del Teatro Metropolitan. Aún así estábamos enloquecidos con el encuentro con ese lugar de descanso llamado Fangoria. La cita iba en partida doble: Nacho Canut y Olvido Gara.
No, esta no es la crónica de ese concierto, esto se trata de cómo gran parte de la comunidad LGBT+ llegamos a él. De cuánto sudor, lágrimas y sangre hubo que limpiarse para cantar en vivo ese repertorio que nos levantó del piso, nos sacudió las penas y nos puso a bailar.
No por nada muchos aventamos las de cocodrilo y les gritamos a todo pulmón, aunque no nos oyeran: ¡Te amoooooooo Alaska! ¡Te amoooooooo Nacho! Que fantasía fue estar ahí y vernos como sobrevivientes y susurrar para ti, con la mano en el corazón, como si por telepatía Alaska pudiera sentir lo que le dices: “Gracias por tanto, gracias por no soltarme mi diva hermosa, mi diosa del arrabal. Aquí sigo entero y lleno de dignidad gracias a ti”.
Tengo que aclarar que Hassel, mi compita del alma con el que fui al concierto, con apenas 20 años de vida, se sabe vida y milagros de toda la movida española: Discos, productores, conciertos, entrevistas, presentaciones. No hay canción de Alaska y Nacho que no se sepa y este concierto tendría un toque especial porque caería justo en su cumpleaños 21. Los dos soñamos que Olvido paraba el concierto para cantarle las mañanitas. Nos reímos como locos sólo de imaginarlo. Se vale soñar, le dije. Y aunque eso no pasó, toda la noche Hassel no paró de bailar, de gritar, de corear, de llorar a moco tendido ese milagro que tenía frente a sus ojos. Al siguiente día fue a perseguirlos al concierto de Nancys Rubias y un día después a hacer guardia por horas en el aeropuerto, pero su foto con Fangoria para celebrar a lo grande su cumpleaños no fue posible.
Y es que la vida camina a su propio paso y días antes del concierto, al irse a realizar su exámenes de rutina a la Clínica Condesa, el bicho lo sorprendió anidando en su cuerpo. No estoy romantizando la enfermedad, pero le dije que quién no iba a querer acompañarlo a todos lados. A veces uno es muy pendejo para decir las palabras correctas en el momento indicado. Igual nos reímos y nos abrazamos. Y es que cuando me dio la noticia y vi sus hermosos y enormes ojos inundados de lágrimas, solo atiné a decirle: No estás solo, siempre me vas a tener a mí, vamos a salir de esto y los dos tenemos una hermosa vida por delante. Nene, ya no son los años ochentas, este virus ya es una enfermedad crónica. ¿Y es qué, cómo se dice “Te amo amigo y aquí estoy para ti” con otras palabras? Así que lo abracé y pronuncié las letras precisas: Fangoria y cumpleaños, ambas cosas el mismo día. Él se limpió las lágrimas y empezó a sonreír. Prometimos bailar como poseídos: Yo con “Dramas y Comedias” y él con “Miro la Vida Pasar” y como diría la Juanga: Así fue. Qué noche, qué gritos desgarrados, qué felicidad. Diría un amigo: “un disfrutar”.
El Teatro Metropólitan a reventar y en cada asiento una historia de vida y en cada aplauso una batalla ganada y en cada lágrima y en cada coro y en cada bravo y en cada paso de baile un gracias a la vida que nos ha dado tanto y nos permitió tener frente a frente a esa bruja cósmica que no enseñó que se vale amar de cualquier forma y en cualquier dirección.
Ahí estaba Miguel Bosé tirando las redes de la memoria bajo un sol forastero, celebrando el triunfo de su camarada y colega. Ahí estaba La Bogue bailando encima de una vida a marchas forzadas para que todo mundo la reconozca como una mujer trans, ahí estaba Hassel en plan travesti radical, de falda negra, de ojos maquillados, de lentejuelas, celebrando su cumpleaños, su identidad no binaria y muerto por dentro, pero de pie como los árboles, dándole la bienvenida a ese bicho a base de puro baile, porque de ahora en adelante bailarán y cantarán juntos una vida a la que jamás le faltará amor, amor a manos llenas y que será vivida con intensidad porque ese nombre, el nombre Hassel, desde esa noche, significa una sola cosa: Carpe diem.
Y ahí estaba yo aferrado a la mano del niño que fui. Dándome las gracias por resistir, por avanzar con todo y miedo. Por no permitir que nadie me impusiera cómo sentir, cómo vivir la vida, como amar del modo que me diera mi chingada gana. Ahí estaba en ese viaje al pasado llorando y gritando a la vez porque lo que pasó esa noche no es poca cosa: Tener de frente a ese faro que iluminó y acompañó mi infancia maricona. Los dos cantando unidos en un coro monumental y resumiendo una vida que, a gritos y sombrerazos, sigue de pie, sigue orgullosa de ser quien es y canta, canta con lágrimas en los ojos: “Yo soy así y así seguiré... nunca cambiaré”.
¿Qué mejor declaración de principios que ese tema que lo grita todo? Y así durante todo el concierto. Quién de todas las almas presentes no se sintió espectacular esa noche, la noche de Fangoria, la noche de todos. Cómo no acudir a ese llamado, a esa fiesta pagana, a ese aquelarre en el infierno. Quién no vio su vida pasar al escuchar los primeros acordes de esas canciones que no son canciones, son himnos, son el soundtrack de generaciones completas. Quién, durante esa noche mágica, dejó los dramas en la puerta y se preparó para el teatro, la maravilla y la comedia de un show que no requirió más parafernalia que una voz ronca y aterciopelada y unos sintetizadores y teclados que son cómplices, almas gemelas. Quién no retorció sus cuerdas vocales, sus palabras para cantar fuerte, para exponer el corazón como si no hubiera mañana. A quién no le hizo falta un mariachi y un tequila para gritarle, al puro estilo de Lucha Villa, al susodicho, a la susodicha, al susodiche: “Cómo pudiste hacerme esto a mí/ Yo que te hubiese querido hasta el fin/ Sé que te arrepentirás.
TE PUEDE INTERESAR: ¡Poder Swiftie! Sale sindicato de actores en defensa de Taylor Swift por falsas imágenes íntimas creadas con IA
En fin, la noche transcurrió bailando y afuera, en el lobby, las cocteleras agitando. Ya mañana llegaría la cruda y los achaques como consecuencia de esa noche pagana, de esa ceremonia de iniciación, de nuestra gran vida social. Pero alto, esto no se acaba hasta que se acaba y ‘¿A quién le importa?’ ; aterriza como aterrizó en los años ochentas esa mujer marciana, ese dúo de aliens, esos seres de otro planeta a enseñarnos a los simples mortales que fuimos a recibirlos en vivo o por la señal de televisión, a ese cerro del Tepeyac que era Siempre en Domingo, que nuestro destino es el que nosotros decidimos. Que somos locas, pero también arquitectas. Y si a alguien no le parece, tenemos esa arma secreta para lanzarla como se lanzaba una piedra allá en mi colonia pobre cuando era niño y había que defender la vida. El himno que lo resume todo: ¿A quién le importa lo que yo haga? ¿A quién le importa lo que yo diga? No hace falta describir la locura en ese sauna art decó llamado Teatro Metropolitan.
Esa noche, con Fangoria en el escenario, todos fuimos héroes, fuimos héroes por un día y sobre todo esa noche en que Olvido nos cantó en vivo y Hassel cumplió años. Felicidades mi niño hermoso, esta reseña es para ti que en plan travesti radical le diste y le darás la espalda a cualquier muestra de tristeza. Qué bonito fue verte saltar mientras cantabas con la voz desgarrada y desde la última fila del Metropolitan: “Siempre he sido fuerte/Aunque a veces he dudado/Si la vida no se ha reído de mi/Por el momento, miro la vida pasar/ Sin venir a cuento, alguien te vuelve a nombrar”. Lo repito, el mundo tenía a David Bowie y nosotros, las jotitas proletarias, tenemos a Alaska, esa mujer marciana que nos sigue regalando himnos para algo que no es poca cosa: Sobrevivir y seguir apostando al amor.
COMENTARIOS