Iñárritu: ‘El artista tiene ego, el artesano no’
‘El cineasta acudió a la exposición ‘Dolores Porras: Taller’ organizada por su esposa María Ilaria Hagerman. Una muestra que rescata el arte en barro de una talentosa mujer que dejó escuela y la heredó a su familia
Dolores Porras era una creadora en toda la extensión de la palabra. Hay rumores que cuentan que hacía pájaros de barro que, de tan perfectos, los tomaba en sus manos y los echaba a volar. Y así como la artesana Oaxaqueña hacía maravillas con la arcilla de su natal Santa María Atzompa, el cineasta capitalino hace lo propio a través de la cámara de cine y, a 24 cuadros por segundo, sus historias cobran vida y no sólo te atrapan y te sacuden, se vuelven un acto de prestidigitación.
Pero qué sería de estos dos enigmáticos magos sin la complicidad, el ojo, el acompañamiento y el empuje de alguien que fue seducido por su arte y no sólo creyó en ellos, sino que se decidió a que el mundo entero los descubriera. El cineasta se abrió camino en Hollywood y éste fue su trampolín luego de dar vida a su poderosa ópera prima ‘Amores Perros’. La artesana Dolores Porras continuó con una herencia milenaria de un pueblo de artesanos que trabajaban el barro y ella lo llevó a un nivel de maestría que hoy, 10 años después de haber trascendido, conquista la capital del país y recibe aplausos de pie. Todo gracias a que una mujer puso sus ojos en su obra y no la descubrió, pero sí la promueve y la presume como lo que es: Una artista en toda la extensión de la palabra.
Su obra llega al Museo Nacional de Culturas Populares en Coyoacán en la ciudad de México y esta mujer, cuyo retrato da la bienvenida al inicio del recorrido y este cineasta que no deja de tomar fotos a sus creaciones, tiene algo en común: La complicidad y el enamoramiento de una fiel seguidora del arte Latinoamericano: María Eladia Hagerman, esposa de Iñárritu y promotora de la obra de Dolores. Las dos mujeres, en un acto de sororidad, se tomaron de las manos, Dolores desde el más allá, pero con la presencia de sus hijos, para dejar con la boca abierta a los asistentes a una muestra que huele a tierra mojada, orgullo, tradición y mucha creatividad.
Mientras tanto el cineasta se une a la prensa local, toma fotos lleno de orgullo, aplaude a su mujer y se une a la horda de fans que acercan su rostro a las obras que tienen luz propia, hablan, seducen y también, como las películas, tienen una historia que contar. Pero en esta narrativa y en el éxito de esta muestra, hay un compendio de voluntades en el que destaca la labor de Maggie Galton, una “gringa enamorada de México” que ha hecho mancuerna con María Eladia y juntas han creado Onora, un proyecto que enaltece y proyecta el arte popular mexicano.
Pero Hagerman e Iñárritu se hacen ojo de hormiga y caminan casi flotando y sin hacer ruido para que la atención esté donde debe de estar: Sobre la obra de Dolores y también sobre su descendencia que la han puesto un sello propio a una herencia que está más viva que nunca y que además está firmada porque el apellido Porras representa muchas cosas: Una fauna variopinta que está compuesta por seductoras sirenas, coloridas aves que abren sus alas al mundo, reptiles que dan ganas de domesticar, vírgenes de iglesias paganas, peces que se escabullen cuando los quieres fotografiar, mujeres frondosas, dadoras de vida, cactus que bailan y apuntan al cielo y cazuelas, donde cocinar sería un sacrilegio. En fin, una obra que cuando te acercas te susurra que barro somos y en barro nos convertiremos.
Iñárritu se agacha, toma fotos, se aleja y vuelve sobre la misma obra, explica, a quien se le atraviese, sobre el valor de lo que tiene enfrente, debate sobre un trazo, una línea, una figura caprichosa que salió de las manos de Dolores a mediados del siglo pasado. Nadie en la sala habla de cine, del éxito arrollador de Bardo, de una filmografía que tiene sello propio y él lo agradece.
Alejandro rodea cámaras y micrófonos, pero cuando casi la mitad de la sala se ha retirado al jolgorio oaxaqueño que preparó y decoró la propia Hagerman para sus invitados, VANGUARDIA lo aborda sobre ese trabajo creativo que tiene miles de años de producirse en un continente que aún no había sido “descubierto” y ya moldeaba su cosmogonía y su manera de ver el mundo en ese material del que todos fuimos hechos: “Descubrí el trabajo de Dolores gracias a mi esposa y a Maggie, creadoras del proyecto Onora. Gracias al acercamiento que ellas han tenido con esta tradición alfarera, me sé la historia y la narrativa de esta familia y de esta comunidad que trabaja el barro de una forma bastante luminosa, yo estoy maravillado”.
Al cuestionarlo sobre qué tanto lo inspira el trabajo de los artesanos mexicanos en su obra fílmica y sobre el debate sobre si estas magníficas piezas que se exhiben en este espacio debe ser consideradas artesanías o arte, el cineasta lo tiene claro, esos creadores están a su nivel y de cualquier otro autor de cualquier disciplina artística: “Creo que tenemos que empezar a apreciar las obras de esta clase de alfareros ceramistas al que se les llama artesanos. Yo no dejo de pensar en que es muy curioso que se les llame artesanos porque en realidad son artistas. Para mí la línea entre artesano y artista es muy frágil. Muchas veces la diferencia se resume en una sola cosa: El ego. El artista tiene ego y el artesano no. Todo lo que hacen los integrantes de esta familia es un gran arte que sale de sus manos. Ellos hacen cosas hermosas y de una gran factura, por el hecho de ser utilitarias, muchas veces se les minimiza con la palabra de artesanía. Pero en realidad este tipo de cerámica es digna de exhibirse en un museo y de ser apreciada en el mundo entero”.
“El Negro”, como se le conoce en el mundo del cine, parece un guía contratado por el museo, pues va de un lado a otro regalando sonrisas y hablando con los presentes sobre los hilos ocultos que hay detrás de cada pieza, sobre la diferencia de técnica y temas en cada uno de los miembros de la familia que mantiene viva esta tradición: “Dolores Porras tenía una voz y un punto de vista y aquí se puede ver muy claramente. Yo aprecio muchísimo el trabajo que hace mi esposa porque me inspira mucho lo que veo, hay una enorme variedad y riqueza de propuestas en los artistas mexicanos. Lo que hacemos aquí es único en el mundo y me encanta lo que hacen. Yo estoy orgulloso de este rescate, de traer esas obras a este museo y ojalá que este sea solo el inicio, ojalá que estas piezas se vayan a diferentes partes del mundo”.
El director viene de un trabajo que le costó años levantar y además se atravesó la pandemia y dificultó la filmación de una obra que finalmente todos vimos, aplaudimos y discutimos sobre mucho de lo que cuenta, una conversación de la filigrana que teje el mundo interno del mexicano y que podría ser eterna: Bardo. Pero cuando le preguntamos qué viene para él, respira hondo y muestra sus manos en señal de que no lo tiene claro aún: “Estoy planeando cosas, ando viendo hacía donde ir, todavía no tengo nada concreto”.
Volviendo a Dolores, podemos asegurar que ella ya era famosa al convertirse en una incansable promotora de la cultura Oaxaqueña a través de su magistral arte en la alfarería. Nacida en Santa Maria Atzompa en el año de 1937, Dolores inició su trabajo como alfarera a la edad de 13 años al lado de su padre y su madre adoptiva.
A principios de los 80’s, Dolores y su esposo Alfredo Regino Ramírez, decidieron poner en práctica una nueva técnica para producir cerámica en colores, lo que no solo revolucionó su obra sino toda la cerámica de Atzompa.
Su fama cruzó cerros, agarró brechas y llegó a oídos de María Eladia Hagerman y Maggie Galton, la primera lo resume así: “Maggie y yo llevamos más de diez años trabajando con artesanos de todo el país y gracias a esta labor nos hemos encontrado con gente muy talentosa. Un día, gracias a trabajar con uno de sus hijos en Oaxaca, nos encontramos con unas piezas de Dolores y nos empezamos a interesar más sobre su vida, su familia y el legado que había dejado. Además de la aportación que había hecho al quehacer alfarero de Atzompa, que tiene dos mil quinientos años de existencia. Un linaje alfarero ininterrumpido que es hermoso y tiene mucho que decir”.
Maggie es norteamericana, pero sus años de investigación en México le ha granjeado un español perfecto: “María y yo somos socias y trabajando en un proyecto en Oaxaca dimos con las piezas de Dolores, las cuales no vamos a llamar artesanías, sino obras de arte, porque ellas sabían lo que hacían, estaban tan conscientes de su valía, que empezaron a firmas su piezas. Antes de eso, ellas regularmente hacían una producción utilitaria que no era vista como arte. Hacían comales, cazuelas y cántaros para el uso diario. A mí lo que me encanta es que las nuevas generaciones están volteando a ver sus raíces, están retomando el trabajo de esta familia y aprecian su magnitud y valía”
María toma de nuevo la palabra y se muestra orgullosa del poder de convocatoria y de todo lo que ha desatado esta exhibición en la capital del país y es que el trabajo de relaciones públicas estuvo a cargo de dos personajes son sinónimo de calidad: Rosenda Ruiz y Alberto Cinta: “Nos da muchísimo orgullo hacer esta muestra a diez años del fallecimiento de Dolores y estamos felices porque Mayra Nakatani y Cristina Fraesler hicieron un trabajo increíble junto a todo su equipo, porque fuimos encontrando muchas capas en la historia de la familia Porras y en esta exposición se resume perfecto su valor y su paso por este mundo”.
La muestra ya está abierta al público y María Eladia Hagerman respira aliviada y feliz de ver este proyecto hecho realidad: “Yo desde niña me interesé por el arte popular”, nos dice sonriendo, sabiendo que no ha dejado morir esa pasión. Por eso no es una casualidad que haya unido su vida a la de un esteta que ha hecho de su cine una herramienta para lanzar cuestionamientos y mostrar su visión del mundo externo y también interno. Pero María rápido nos aclara: “Alejandro y yo mantenemos muy separadas nuestras profesiones, obviamente compartimos todo, pero mantenemos separado lo que él hace de lo que yo hago. Aunque siempre nos apoyamos y nos preguntamos sobre qué camino tomar”.
Uno de los grandes aciertos de Onora y el Museo Nacional de Culturas Populares, fue que trajeron a toda la familia de Dolores a presenciar lo que su madre y ahora ellos, a través de su trabajo creativo, sigue provocando: Sonrisas, admiración, aplausos y el orgullo por un legado y un apellido que sigue de pie.
Norberto Regino Porras, uno de los hijos de Dolores vivió la algarabía en torno al trabajo de su madre, pero también en torno al suyo, de sus hermanos, sobrinos y nietos: “Nos sentimos muy honrados por todo lo que están haciendo por nosotros. Para todos los involucrados en esta exposición en honor a mi mamá solo tenemos agradecimiento infinito. Es hermoso ver en la capital el trabajo que mi madre ideó junto con mi papá. Nosotros crecimos viéndolos y obviamente aprendimos su trabajo y también decidimos seguir ese camino en honor a ellos, que eran un gran equipo. Mi mamá tuvo la fortuna de vivir muchos homenajes en vida, pero este es el primero que la hacen póstumo. Mi esposa y yo seguimos haciendo piezas parecidas a las que hacía mi mamá, aunque nunca las vamos igualar, pero le metemos de nuestra cosecha. De ella me inspiraron muchos los colores, la policromía, el pastillaje, los motivos. Este homenaje es un motivante para seguir trabajando el barro por el resto de nuestros días y además vamos a seguir enseñando a las nuevas generaciones para que esta tradición continúe. Además el hecho que la señora Hagerman y la señora Maggie pongan los ojos en los artesanos de Oaxaca, nos alienta a seguir haciendo cosas bellas, porque eso quiere decir que no estamos haciendo nuestro trabajo nada mal”.
¿QUIÉN FUE DOLORES PORRAS?
Es una innovadora alfarera zapoteca de Oaxaca, México que comenzó a hacer cerámica a los catorce años y trabajó durante más de cincuenta años creando en arcilla. Ella construía piezas y ollas grandes utilizando únicamente un plato plano o “molde” redondeado en el fondo. Este método se utiliza sólo en su pueblo de Santa María Atzompa y no ha cambiado durante siglos.
Dolores construía cada pieza a mano y frecuentemente las decoraba con sus ya famosas tiras trenzadas, sirenas, flores, e iguanas para darles el acabado final con sus distintivos esmaltes.
ONORA
Maggie Galton y María Eladia Hagerman son las fundadoras de ONORA, dos apasionadas del diseño, emprendieron un proyecto con el que enaltecen la riqueza cultural de los artesanos del país.
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