Winter Metal Fest II: Un cantar de gesta black metal en Saltillo
La noche saltillense fue invadida por la música del Helheim en el bar The Factory, con bandas de Coahuila y diversos estados de México
El sábado 11 de Marzo se celebró el Winter Metal Fest II, en el bar The Factory Pub & Co., en Saltillo, Coahuila. La organización del evento fue hecha por Nosferatum Productions & Booking y The Hell Studio.
Participaron varias bandas locales y nacionales. Con una batería compartida, los integrantes de cada grupo afinaron sus instrumentos, prepararon los equipos técnicos y verificaron la acústica. La anticipación era nítida, pero al sonar el primer acordé, el caos comenzó.
El primer grupo en presentarse fue Templo; una banda local con un sonido tan fuerte como un martillo rompe cráneos. Su potencia simulaba el marchar de una horda vikinga y sus guturales emitían la misma brutalidad de quienes elaboraban las águilas de sangre o los tzompantlis.
La segunda agrupación en destrozar el escenario fue Endless Torment, grupo originario de Monterrey. Con un estilo Death metal, su música era una estampida de no muertos. Su batería era una ametralladora con los pedales y el vocalista gritaba guturales de ultratumba. El tridente de bajo y guitarras era explosivo. No es hipérbole decir que sus instrumentos estaban a segundos de estallar.
En el público había amigos, familiares y gente que frecuenta el bar. En pocas horas, las mesas estaban ocupadas, la mercancía se vendía y los vasos de cerveza se apilaban.
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La tercera banda, Black Ritual, fue la primera en transformar el escenario en una oda al Blackmetal original; con riffs bestiales y una voz desgarradora, era imposible no visualizar las ruinas de alguna civilización pagana en pleno sacrificio de plenilunio.
Para entonces, la mayoría de la audiencia rugía y gritaba a los pies de la banda. Aullaron la euforia que el festival les provocaba. Sin embargo, la ausencia de slams fue notoria, quizás por el espacio o que el tipo de música no incitó al público a hacerlo. Pero fue un detalle que no dañó la noche. El público manifestó su pasión con headbendings y fuertes aplausos. Hicieron del sitio el Valhalla para el Metal mexicano.
Blasphemous Altar, un grupo encarnado en un solista, tomó su tiempo para prepararse, creó expectativa. El momentum de su música figuró a la cornada de un toro enfurecido. Su Blackmetal era estridente y crudo; como El Rey Amarillo en Carcosa, el artista gobernó el escenario e hipnotizó al público. Su guitarra fue suficiente para generar un ambiente macabro, capaz de orquestar a los espíritus nocturnos.
Para la quinta agrupación, los decibeles ya habían tumbado el techo. Las bandas del festival se volvieron en una tempestad de melodías, ritmos y guturales tan monstruosos, que hasta el mismo Cthulhu quería ser invocado.
La agresividad incrementó y los cráneos que adornaban el escenario cobraron vida.
La presencia de Marabuntha, peregrinos de Tamaulipas, fue brutal. Su música era salvaje. Imponían el mismo estandarte que el Bárbaro de Cimmeria. Con temáticas polémicas, el grupo destacó por emplear un discurso explícito en sus letras, haciendo de su presentación una vorágine de rabia y conciencia.
En las pausas, los músicos conversaban entre ellos y pedían cerveza tras cerveza. La comunidad era solidaria, bastante grata con los organizadores del evento. Se festejaba la llegada del siguiente grupo y en instantes se sentía la fuerza de los amplificadores rebotar en el pecho de los escuchas.
Encarnalium nosferatum, el penúltimo grupo de la noche, fue tan errático como el Monstruo de Frankenstein al recibir descargas eléctricas. La agrupación contaba con integrantes de otras bandas, pero aún así su identidad musical era incuestionable en el escenario; especialmente por el cuarto jinete del apocalipsis que fungió de vocalista.
Motivaron al público y prepararon el escenario para recibir a la banda headliner de la noche.
Postnecrum, originarios de Zacatecas, cerró el evento. Su blackmetal melodico revivió a los muertos de la capital coahuilense. Sus integrantes, utilizando corpse make up, fueron el coro ominoso que toda película de horror necesita. Sus melodías guiaron a la audiencia por senderos tenebrosos, similares a lo narrado por Stoker en su novela cumbre. En paralelo, la percusión y los guturales capturaban las mentes de los fanáticos para transportarlas a la meseta del Gorgoroth -en Mordor- con miles de orcos al acecho.
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Con ellos, resonó la última nota en las paredes del bar, y al mitigarse, el festival finalizó. El súbito silencio fue abrumante, pero el eco de los acordes persistió en los oídos de la audiencia. Para las dos de la madrugada, la gente se despedía y los músicos ya tenían sus instrumentos guardados.
El Winter Metal Fest II tornó a esa noche primaveral en la epítome del Ragnarok, construyendo su legado en la escena del Blackmetal en México.
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