Esa "charla" sobre sexo con tus hijos debe ser un diálogo constante
Al término de nuestra charla, le di un fuerte abrazo y me dijo las palabras mágicas “Mamá, es fácil hablar contigo de estas cosas. Gracias.” ¿Quieres saber cómo lo hice?
Alrededor de un año atrás, tuve “esa charla” con mi hija. Fue un momento incómodo pero me comporté como un adulto y logré suprimir la risita digna de una niña cada vez que utilizo términos anatómicos correctos. Esto fue un gran logro para mí. La conversación fluyó sin inconvenientes. Ninguna de las dos sufrió daños psicológicos duraderos.
Conversación sobre sexo, triunfo de la crianza
¿Por qué nunca me dijeron que “la charla” no se mantiene una única vez y listo? Desde que tuvimos esa conversación, mi hija me ha hecho preguntas al respecto, que originan preguntas aclaratorias, que a su vez nos llevan por caminos que no estoy segura de querer transitar por el momento.
La otra noche tuvimos una de esas charlas derivadas. Puse mi mejor cara de adulta y sobreviví la conversación. Esta vez, el tema fue “¿Por qué la gente hace eso que hablamos si no quieren tener hijos?”
¡Alerta roja! ¡Alerta roja! ¡Nos descubrió!
Por dentro, versiones pequeñas de mi misma entraron en pánico, saltaban a los botes salvavidas y se tiraban al piso en posición fetal. Por fuera, mantuve la calma.
Sopesé esta pregunta por un momento, principalmente para ganar tiempo porque tenía muy claro que mi respuesta tendría un efecto dominó en sus años formativos.
Continué con precaución y contesté sus preguntas como mejor pude, tratando de pasar por alto su cara de repulsión. No voy a transcribir lo que dije porque no quiero privar a los padres que lean esto de la satisfacción de encontrar su modo de asquear a sus hijos y que estos los miren con cara de disgusto y digan “¿Pero por qué? ¿Por qué hacen eso?”
Hay una cosa que aprendí cada vez que tuvimos una charla seria acerca del aspecto más adulto de la vida: no es lo que digo sino cómo lo digo.
Si bien la información es importante, no creo que sea un punto de inflexión que llevará a mi hija al éxito o al fracaso. Lo que más importa es que estoy a su lado, la escucho y le tengo el respeto suficiente para contestarle con sinceridad.
Por supuesto que me dan ganas de salir corriendo o reír a carcajadas porque sigo siendo esa chica inmadura que se reía de la representación de los ovarios en la clase de educación para la salud. Pero no lo hago. Me obligo a permanecer en calma y contestar las preguntas de mi hija con amor y respeto. Aunque en mi mente den vueltas dudas de si lo que estoy diciendo es adecuado, lo más importante es que estoy hablando con ella. Le estoy dando la información necesaria para poder tomar decisiones en el futuro y, con suerte, abonando el terreno para una comunicación abierta entre nosotros.
¿Cómo sé que funciona? Al término de nuestra charla, le di un fuerte abrazo y me dijo las palabras mágicas “Mamá, es fácil hablar contigo de estas cosas. Gracias.”
Quédate tranquilo, mi corazón desbocado de mamá
Me sometería a 10.000 conversaciones incómodas sobre sexo con tal de escuchar esas palabras. Y, con suerte, mantendré muchas charlas como esta con mis hijos. No siempre tendré una respuesta pero estaré a su lado, cualquiera sea el tema o la hora, con un abrazo y ganas de escucharlos.