Por Mariana Canepa Leite
En Japón hay una costumbre muy interesante, además de única, se llama ‘Kintsugi’ y consiste en reparar un objeto roto pegándolo con láminas de oro para darle una nueva vida a la pieza, incluso queda más bella que la original y es más apreciada.
En algún punto de nuestra vida todos nos romperemos, inclusive unos más de una vez, pasaremos por situaciones dolorosas y aquí hay solo dos caminos, o dejas el jarrón roto y lo echas a la basura, o lo pegas con láminas de oro haciéndolo más bonito.
Yo he pasado por muchas situaciones dolorosas, y todas ellas han sido grandes maestros que vienen a moldearme para ser una mejor persona, no solo conmigo, sino con los demás. Pero todo empieza conmigo sanando mis heridas, si yo no sano, no puedo ser luz para los que me rodean, no puedo aportar algo positivo en sus vidas, y yo misma me apago y amargo.
Cada situación complicada te rompe en mil pedazos y cuesta mucho esfuerzo, dolor y tiempo, pero sobre todo fuerzas, poder levantarte.
Al principio nos quejamos y decimos ¿por qué a mí?, pero una vez que logras salir puedes hasta agradecer lo que te pasó porque te hizo más sabio, más humano, más empático y mejor persona.
Nada es para siempre, el dolor pasa, la felicidad pasa, y así como nada es para siempre, tampoco hay pérdidas, solo aprendizajes. Hay que estar atentos y vivir en el presente y disfrutar todo lo lindo que Dios pone en nuestro camino, pero también hay que ser fuertes cuando nos mande un reto.
Yo estoy convencida que Dios nos ama y no nos abandona, y si permite que algo pase, aunque nos duela y sea horrible, es por nuestro bien. Él siempre va a estar ahí juntito a ti. Y con el pasar del tiempo vas a decir “¡Wow, ya no me duele! Logré salir de esta”, y te vuelves más fuerte, porque de verdad tú no sabes lo fuerte que eres hasta que no te queda otra opción.
Yo tengo cáncer de mama, tuve que hacer ocho quimios, pero sentía que mi cuerpo ya para la sexta no podía más, le pedí a mi papá y a mi doctora parar (pero obviamente no se puede interrumpir el tratamiento).
Mi última quimio me mandó al hospital casi dos semanas en cuidados intermedios, totalmente aislada porque mis glóbulos rojos, blancos y defensas estaban en mínimos, y llegué desnutrida. Las quimios fueron muy dolorosas y difíciles, los primeros tres meses lloraba en la regadera para que mis papás no me vieran y se pusieran tristes, no podía verme en el espejo, me dolía mucho verme sin pelo, sin cejas, sin pestañas, pero sobre todo ME EXTRAÑABA, porque ya no me reconocía. Entonces empecé a platicar con Dios, le decía que estaba triste y con dolor, que me mandara una sorpresita, y ese día alguien me mandaba flores o un mensaje bonito o comida o una virgencita, y fue así que empecé a sentirme más tranquila, más acompañada, más segura, más feliz.
Empecé a sonreír nuevamente, a hablar, estaba regresando la Mariana que yo y todos conocemos. Todavía me falta hacerme la mastectomía y radioterapia. La verdad es que la quimio me rompió, es lo más doloroso y difícil que he vivido, pero al mismo tiempo es de las cosas más enriquecedoras y sanadoras que me han pasado.
Ver a tantas personas rezando por mí, escribiéndome a diario (por cierto, muchas gracias, ustedes sin saberlo me levantaban), ver a mis hermanos aquí conmigo (ellos viven fuera de México), estar todo ese tiempo en el hospital encerrada en un cuarto con mi papá fue la cosa más hermosa y maravillosa, porque a mi papá lo veía muy poco, y ver cómo me cuidó, cómo me mimó, canceló sus consultas para estar conmigo y escucharlo decir “mi hija es mi prioridad”, llenó y sanó mi corazón.
Esta enfermedad me hizo sentir como una oruga (un gusano atrapado en un caparazón), la antigua Mariana se está transformando en una hermosa mariposa que volará más alto, aunque el proceso es doloroso habrá un final feliz, pero porque yo así lo decido. No me dejo apagar, no me dejo vencer, pero sobre todo no dejo de sonreír, porque lo que estoy aprendiendo y las cosas lindas que estoy viviendo es porque soy positiva y tengo fe, y esas pesan más que el dolor.
Mi consejo es habla con Dios, platícale qué te pasa, qué sientes, muchas veces yo empezaba diciendo PADRE y no podía hablar más, solo caían lágrimas, pero Él entiende y ve tu sufrimiento, no hacen falta palabras, solo encomiéndate a Él. Algo que también aprendí en esta quimio es que si el sufrimiento es por amor, el dolor es diferente. Por ejemplo, en el hospital, todos los días me ponían una inyección en el estómago que duele un montón, la primera vez lloré, las siguientes veces cuando me la ponían yo ofrecía ese dolor por alguien que la estaba pasando mal, y de verdad que no me dolía tanto, a eso me refiero.
Para terminar, otra cosa hermosísima que me enseñó este tratamiento es que la belleza está en la fuerza de tu espíritu, en tu interior, no en la apariencia física. Quiero terminar con esto porque, sobre todo nosotras las mujeres, gastamos mucho dinero y muchos tratamientos para estar dentro de un “estándar” de belleza. Hoy yo estoy pelona, sin cejas, sin pestañas y nunca en mi vida había sentido tanto cariño.
El secreto está en estar en paz, ser positivo y siempre tener una sonrisa, una palabra bonita y una actitud de servicio con el prójimo.
La belleza y la luz vienen de adentro. Deja de buscarlas allá afuera.