LO QUE SE QUEDA Atentados del 11 de septiembre: Sabemos lo que estábamos haciendo

Vida
/ 11 septiembre 2023

Veintidós años después del ataque a las Torres Gemelas, recordamos ese día como si fuera ayer

El ruido más repudiado estaba sonando puntual, como siempre. Se empeña en torturarme a las siete de la mañana. Esto no es de Dios. De un manotazo lo hago callar... para siempre. No creo que este despertador vuelva a funcionar después de estrellarse contra el piso. Me doy la vuelta en la cama. Recuperar unos minutos de sueño es un esfuerzo completamente inútil. Enciendo la televisión con el noticiero local. Que los postes de las luminarias en todas las colonias nomás sirven para estorbar el paso en las banquetas, porque encender en las noches para espantar a la oscuridad nomás no pueden, mucho menos sirven para desalentar a los rateros a domicilio en sus intenciones de apropiarse con las propiedades de otros. Que el agua de las últimas lluvias son cómplices de los cráteres que pueblan las calles de las mismas colonias que viven en tinieblas, en su objetivo de desconchinflar la suspensión, el diferencial y las rótulas de cuanto automóvil tenga la mala suerte de circular por las calles anegadas y destrozadas como por un ataque con misiles. Que los vecinos afectados por tanta calamidad han optado por adaptarse ante la indiferencia de las autoridades comodinas que se llenan la boca diciendo en los noticieros que todo está bien y en aparente calma... Subo el volumen mientras me doy un regaderazo rápido para escuchar los reclamos matutinos de cada día. Cinco minutos son suficientes; 10 son un lujo, pero creo que lo valgo. Me visto deprisa. Pongo a calentar agua para el café. Que no se me haga tarde. Me arrepiento de haber dañado mi despertador. Llegaré a comprar uno cuando salga del trabajo.

“Miren, queridos televidentes. Esto está pasando ahora. Un avión se estrelló contra una de las Torres Gemelas en Nueva York. Qué terribles imágenes. Qué espantosa desgracia. Nuestras condolencias a los familiares de las víctimas”, dijo el conductor del noticiero, convencido de que su programa es de alcance mundial. “¡Otro avión chocó contra la otra torre...!”. Con mi café en la mano, corro a ponerme enfrente de la pantalla. La imagen me hizo recordar una escena de la película que vi la noche anterior; una con Jamie Lee Curtis y Arnold Schwarzenegger. Quién iba a imaginarlo como gobernador antiinmigrante de California un par de años después.

Me lavo los dientes, color en los labios y delineador en los ojos bastan. Tomo mi bolsa. Levanto el despertador convertido ahora en sonaja. Antes de apretar el botón de apagado en el control de la tele se alcanza a ver un tercer avión cayendo en el Pentágono, sede del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. “¡Esto es la guerra!”, pensé y me dio un escalofrío que no he vuelto a sentir. Viviendo en una ciudad fronteriza con la más grande potencia mundial cuyo territorio era vulnerado de esa manera sí me sacudió. Más miedo sentí al recordar que en Del Río, Texas, a unos kilómetros de Ciudad Acuña, hay una base militar aérea. Como estaban las cosas, no descarté que también fuera blanco de ataques.

Mis hijos hacía rato que estaban en la escuela, lejos de mí. Más me valía dominar mi angustia y salir a enfrentar un mundo desconocido.

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Llegué al periódico y la Redacción en pleno estaba reunida, algo extraño a esa hora de la mañana, cuando cada reportero hace su labor en campo. Todos tenían la mirada fija en la televisión. Los ojos muy abiertos; algunos con lágrimas. Las cejas alzadas. Las comisuras hacia abajo. La transmisión televisiva mostraba imágenes del otro lado del mundo: personas de todas las edades celebrando en las calles la muerte espantosa de tanta gente que nada tenía que ver con el conflicto.

Había que reasignar las coberturas. Todas las fuentes hablaban de “la situación”. Protección Civil de Acuña estaba alerta, como siempre. En las escuelas las actividades se llevan a cabo de manera normal, así como en los centros de trabajo. La excepción es la circulación vehicular en las calles aledañas al Puente Internacional. Los padres cuyos hijos estudiaban en Del Río sienten la misma angustia que me aprieta los adentros y optan por ir a sacarlos de las escuelas y de paso, del país que estaba en caos.

Muy pocos hacen caso a las recomendaciones de la alcaldesa de la ciudad texana, que toma los micrófonos radiofónicos para, en inglés y en español, pedir calma a la población. Informa que su gobierno decidió no cerrar los puentes internacionales para ingresar a la ciudad por ser esta resolución un derecho del cabildo que ella encabeza. Se sale unos minutos de la junta con altos mandos de su administración a la que también asistieron representantes de diferentes iglesias. En vista de la situación, ninguna plegaria a todas las deidades rogando por protección y bendiciones estaba de más. Las escuelas eligen trabajar de manera regular, pero respetan la iniciativa de los padres que quieren llevarse a sus muchachos.

“Nosotros como autoridad estamos al pendiente de las indicaciones que nos dé nuestro presidente”, recalca la primera mujer en asumir la presidencia local de Del Río, Texas. Republicana ella. Igual que el entonces mandatario de su país, George W. Bush.

En la base aérea hay tranquilidad, al menos en la caseta de entrada en donde a los reporteros nos dicen que no hay permiso para ingresar, que el personal está reunido a la espera de indicaciones. Eso y un comunicado de prensa igual de escueto es todo lo que se informa.

Volvemos a la Redacción, pero antes llego a la escuela de mis hijos. El tema de conversación en el trayecto del plantel a la casa es el mismo que en todo el mundo: ¿Qué está pasando? No pude aclarar sus dudas. Les pido que se resguarden bien. Que coman, se bañen y hagan la tarea. No sé a qué hora saldré del trabajo. Los abrazo, todavía me acuerdo.

A organizar la información. A escribir. A seleccionar fotografías. A revisar notas. Rápido. Hay que hacer una edición vespertina y el editor ya quiere el material. ¡Vamos, vamos, vamos! Hasta no ver en la calle los ejemplares. Ahora sigue la edición de mañana. ¿Pensaron que habíamos terminado?

A pesar de la vorágine, de los sentimientos, de las reacciones, de la historia, el periódico de mañana también lo hicimos bien y a tiempo, como se debe.

Llego a mi casa de noche. Muy tarde para lo acostumbrado. Mis hijos ya están dormidos, con sus mochilas y uniformes preparados para la mañana siguiente.

En mi buró permanece el despertador-sonaja. A ver si mañana me alcanza el tiempo para ir a comprar otro.

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