Tres lecciones de Disneyland

Vida
/ 10 marzo 2016

"Estoy sufriendo una especie de síndrome de abstinencia con Disney después de un viaje con mis hijas pero espero traer algo de esa magia a casa", Erin Stewart

Mi familia y yo acabamos de regresar de un viaje a Disneyland, un lugar mágico donde el tiempo permanece inmóvil y los hot dogs cuestan US$10. Sí, es un paraíso infantil de princesas, paseos y complacencia que lleva tanto a los niños como a los padres a ese tumulto mágico.

Durante los cuatro días juntos en el lugar más mágico de la tierra, aprendí algunas lecciones duraderas.

1. En Disneyland hay algunas personas súper importantes. Es la única forma en que puedo explicarme cuántos de los que estaban en Disney se colaban en los paseos, llegaban a empujones hasta adelante en las rutas de los desfiles y en general daban por sentado que sus hijos eran las personas más importantes en el Reino Mágico. Mis hijas no tendrán destellos de princesa en su cabello recién peinado ni un globo de US$20 en la mano, pero son importantes en mi mundo. De modo que nadie debe darle un codazo a mi hija en la cara para pasar primero cuando abren por la mañana. 
A Walt no le habría gustado y espero que mis hijas tampoco crezcan de esa manera.

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2. Soy mayor. ¿Las tazas de té siempre giraron tan rápido? ¿Y el recorrido de Indina Jones siempre tuvo tantas sacudidas? El hecho es que estoy envejeciendo, lo cual significa que me mareo en juegos que antes no me hacían nada y ni siquiera pude intentar algunas de las montañas rusas más grandes. Por supuesto, usé a mi hija más pequeña como excusa para no participar en algunas; no voy a reconocerle a mi hija mayor que mamá se está transformando en una gran cobarde a medida que pasan los años. Y mi marido prometió no volver a hablar nunca más de mi ataque de pánico claustrofóbico en la Expedición en el Submarino Buscando a Nemo. (En mi defensa: a decir verdad, da la sensación de que el barco está bajo el agua pese a que nunca se sumerge. Está bien, no hay ninguna excusa –soy una cobarde.)

3. Disfruto mucho con mis hijas. Esto puede parecer obvio, pero es agradable recordar cada tanto que me gusta pasar tiempo con mis hijas. No teniendo plazos para entregar trabajos ni actividades como ir y venir con el auto o preparar comidas, es increíble cómo puedo divertirme jugando y estando con mis hijas.

De modo que ahora que volvemos a la vida normal, donde el aroma de churros no llena y el aire y la decisión más importante no es qué FastPass hay que conseguir, tengo cierto síndrome de abstinencia de Disney. Admitámoslo –el lugar es mágico.

Para mí, la parte más mágica del viaje fue tomarme cuatro días únicamente para estar con mis hijas, crear recuerdos en familia y no preocuparme por ninguna otra cosa más que disfrutar el momento juntas. El solo hecho de estar haciendo cola sin chequear nuestros teléfonos celulares era un juego mientras charlábamos.

Por lo tanto, si bien las vacaciones, por ahora, terminaron, espero incorporar algo de la magia de Disney a mi vida diaria. 
No tendremos princesas en cada rincón ni fuegos artificiales todas las noches, pero nos tenemos unos a otros. Y si hay algo que incorporé en este viaje, es que el tiempo que compartimos puede ser mágico –estemos donde estemos.

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