Café Montaigne 204
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Los días son largos y lerdos. Eso de que no hubo “tercera ola” y de que han bajado los contagios, los infectados y ya casi es nula la mortalidad del maldito chino, usted puede creer en ello y yo lo voy a respetar. Pero a mi juicio, estamos igual de jodidos que siempre. Le doy la cifra de muertos al azar de los últimos días en la República Mexicana: día 22 de mayo, 341 muertos. Día 15, 225 muertos. Día 18 de mayo, 257 decesos. ¿Entonces de qué hablamos? Saque usted sus conclusiones y usted tome sus decisiones.
La vida anterior se extraña. La vida antes de la pandemia, es letra muerta y todo se extraña. Por estos días sintonicé una misteriosa estación de radio. Rara y extraña, porque escuché dos o tres canciones y nunca escuché la identificación de la estación. Tampoco tuve la preocupación de ver los dígitos en el cuadrante. El punto es que de corridito, escuché dos o tres canciones de ese par de contadores de historias cubanos, tan viejos y antiguos como yo. Eran nada menos que Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Ambos, tuve la fortuna de ver sus conciertos en Monterrey. Hoy, una maravilla de recuerdo. Sus conciertos, este tipo de tocadas eran para escuchar, no para ver o admirar visualmente.
Los recuerdos se agolparon en mi pálida memoria cuando escuché las dos o tres canciones de ellos en la radio, aunque aclaro, debo de tener de ambos, una amplia discografía. Discos que años, años tengo sin poner en mi almuédano de sonido. Y es que usted lo sabe señor lector, hubo una época que en México y en el mundo queríamos hacer el amor y la paz y no la guerra. Eran tiempos de cantos de protesta y llanto por un mundo más habitable. Un ícono de ello, eran las canciones de Silvio Rodríguez o las de Pablo Milanés.
La música, las canciones de ambos forman parte de mi mapa sentimental. ¿Aún me reconozco en este tipo de tonadas? Sí y no. Y vaya que por ejemplo Silvio Rodríguez tiene líneas memorables que si yo las hubiese escrito, no dudo que con esto estaría salvado de por vida. Es el caso de las siguientes líneas: “Ojalá que la aurora no de gritos que caigan en mi espalda…” ¡Ah! ¿Qué se imagina usted con esto, señor lector? Sin duda, poesía en estado puro. Líneas afortunadas las cuales se consiguen arrastrando lápiz o pluma sobre la paciente hoja en blanco.
Hay una tonada clásica por su parte, de Pablo Milanés, aquel canto adolorido y plañidero cuando la amada se evapora de la cama y de nuestras manos: “La prefiero compartida, antes de vaciar mi vida. No es perfecta pero se acerca a lo que yo, simplemente soñé…” Caray, mi maestro y admirado Milanés debió de haber ido al psicólogo y a sendas terapias a la taberna más cercana, rodeado de hartos tragos, mujerzuelas y tangos, para curarse ese emperrado mal de amores. ¿Entonces el amor es depender, el amor es compartir a la mujer con otra bola de gente? ¿El amor es estar atado y renunciar a la libertad individual? ¿El amor es sojuzgamiento y sujeción de por vida? El amor es una enfermedad. No lo digo yo, lo dice todo mundo, desde Aristóteles, Demócrito de Abdera, hasta los nuevos y lúcidos pensadores.
ESQUINA-BAJAN
Buenos y varios lectores se comunicaron por el anterior texto de esta tertulia sabatina de “Café Montaigne” donde aleatoriamente, sugerí una lista de libros sobre tema amoroso para mitigar esta maldita y perra soledad por la pandemia bíblica que nos asiste. Casi todos los comentarios fueron en un sentido: el listado fue parco, demasiado corto. Tuvieron y tienen razón. Y es que amar es cosa seria. Repito, es una enfermedad, en algunos casos, perniciosa y mortal. En lo personal, amo tanto a las mujeres, que cuando tengo una a mi lado y camino de la mano con ella, le cumplo cualquier antojo y las hago princesa en la medida de mis posibilidades.
Y usted señor lector lo sabe, como soy escritor, pues veo todo con otro cristal, tal vez distorsionado. El poeta Louis Aragón, francés él, escribió: “No hay amor que no hiera/ no hay amor que no viva de lágrimas y espera…” Caramba, el amor como tortura, carga y condena. Lea usted los siguientes versos del inconmensurable José Alfredo Jiménez en su canción llamada “La mano de Dios: “Yo sé que nacimos los dos/ nada más para adorarnos…” Sin duda, exceso de serotonina y dopamina. El amor, usted lo sabe, es una droga, por eso nosotros los escritores la necesitamos siempre y por eso, cuando las musas se van con otro tipo con billetera más sexy, uno (yo) queda hecho un pendejo y el dolor entre el pecho y la espalda.
Pero bueno, fue un largo preámbulo para presentarle a usted una lista un poco más larga de títulos, buenos libros donde aflora esa enfermedad llamada amor. Empezamos: “Lolita” de Vladimir Nabokov. “El amante” de Marguerite Duras; algo ligero y mexicano sería “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel. Un ensayo esclarecedor al respecto, imperdible por supuesto, es un libro del gran Octavio Paz con su “La llama doble.”
No puede faltar el Gabo, Gabriel García Márquez, sin duda, hay que leerlo todo. En todos sus libros se destila amor en sus múltiples variantes, tal vez si usted lo lee ahora con esta pendejada de “revisionismo moral” que está en toda la sociedad pérdida y putrefacta, se asombrará que con variantes, pero hay una constante: las protagonistas son adolescentes púberes, en otros casos, niñas. Lea usted “El amor en los tiempos del cólera”, “La triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada”, “Memoria de mis putas tristes”, “Isabel viendo llover en Macondo”…
LETRAS MINÚSCULAS
Pido disculpas, de nuevo me acabé el espacio. Completo la lista el próximo sábado.