La habilidad natural: talentos

Politicón
/ 25 mayo 2020

Esos diamantes en bruto que debemos buscar dentro de nosotros mismos para luego tallarlos a fin de que surja su esplendorosa belleza

Lo dijo Goethe “que ninguno sea como los otros, y que, sin embargo, Todos sean como el más alto. ¿Cómo hacer esto? Que cada quien sea perfecto en sí mismo”. Y para eso existen los talentos.

Los talentos representan la habilidad natural, la capacidad innata que todos tenemos para desempeñar o ejercer alguna actividad, son esos “dones” que nos fueron regalados al nacer, que nos distinguen como personas “únicas”, haciendo una diferencia ante las demás. Son esos diamantes en bruto que debemos buscar dentro de nosotros mismos para luego, al encontrarlos, tallarlos con dedicación y paciencia, a fin de que surja su esplendorosa belleza.

En ocasiones se tiende a confundir el genio con el talento y es José Ingenieros quien proporciona una sagaz diferencia entre estos dos conceptos: “Llama genio al hombre que crea nuevas formas de actividad no emprendidas antes por otros o desarrolla de un modo enteramente propio y personal actividades ya conocidas; y talento al que practica formas de actividad, general o frecuentemente practicadas por otros, mejor que la mayoría de los que cultivan esas mismas aptitudes.”

Pero ¿qué hacer para, una vez descubierto los talentos propios, estos florezcan, crezcan y se perfeccionen? ¿Qué hacer para llevarlos incluso a la mismísima genialidad? La respuesta es sencilla: saberse administrar como personas anclando el oficio a emprender, precisamente, en esas fortalezas. Veamos.

Que ninguno sea como los otros, y que, sin embargo, Todos sean como el más alto. ¿Cómo hacer esto? Que cada quien sea perfecto en sí mismo”.

APORTACIÓN SOBRESALIENTE

Fue Peter Drucker (1909-2005), el más destacado pensador del siglo XX sobre temas de administración, al investigar a grandes personajes de la humanidad – como Napoleón, Da Vinci y Mozart - , descubrió que independientemente de la innata genialidad de estas personas, gran parte del éxito lo determinó el hecho de que supieron administrase a sí mismas.

Partiendo de este descubrimiento, Drucker comenta que, con mayor razón, las personas comunes y corrientes debemos trabajar en desarrollar la capacidad de autogestionarnos, a fin de obtener lo mejor de nosotros mismos.

El punto que propone es sencillo: en la vida hay que ubicarse en la posición en donde cada persona pueda generar la mayor contribución, en donde los personales talentos encuentren tierra propicia para crecer y dar frutos.

PUNTOS FUERTES

La mayoría de las personas no conocen apropiadamente sus debilidades ni tampoco el potencial de sus fortalezas, pero intentan, en primera instancia, desarrollarse minimizando sus debilidades, lo cual es inapropiado. Más bien – propone Drucker -, las personas que deseen triunfar deben centrarse en sus “Dones”, en sus talentos. Y ofrece una metodología para lograrlo.

Ciertamente, no es sencillo descubrir nuestros puntos fuertes, porque en la mayoría de las de las ocasiones estos se encuentran adormecidos o mutilados, paradójicamente debido al proceso educativo en el cual, desde pequeños, nos encontramos inmersos.

Esto significa que posiblemente somos buenos para las matemáticas aun cuando nuestras calificaciones no lo demuestren así, a pesar de que se nos hagan muy pesadas, porque tal vez lo sucedió fue que, cuando alguien intentó enseñarnos esta materia lo hizo de manera inadecuada, y a partir de ese momento en este tema perdimos toda esperanza. Desde entonces una posible fortaleza la percibimos como debilidad.

En la vida hay que ubicarse en la posición en donde cada persona pueda generar la mayor contribución, en donde los personales talentos encuentren tierra propicia para crecer y dar frutos.

UN MÉTODO

El primer paso que propone Drucker, reside en descubrir nuestros talentos, pero advierte que recorrer este camino es arduo, pues implica tiempo, análisis y retroalimentación. Envuelve horas de observación, de auto análisis, de andar como detective tras los resultados de las decisiones importantes que tomamos. Proceso que requiere comparar la contribución personal con las expectativas; lo emprendido con los objetivos logrados.

Al respecto Drucker señala: “La comparación de sus expectativas con sus resultados también le indicará aquello que no debe hacer. Todos tenemos una gran cantidad de áreas en las que no contamos con ningún talento o habilidad y no podríamos llegar siquiera a ser mediocres. Una persona no debería aceptar trabajo en dichas áreas, especialmente cuando se requieren conocimientos. No hay que desperdiciar esfuerzos en mejorar las áreas en las que uno no es demasiado competente. Lleva mucho más trabajo y energías perfeccionarse a partir de una incompetencia para llegar a ser mediocre que perfeccionarse de un desempeño muy bueno para llegar a ser excelente (…) Las energías, los recursos y el tiempo deberían dedicarse, en cambio, a transformar a una persona competente en un ejecutante estrella”.

Entonces, analizar el desempeño trae buenas noticias y a pesar de ser un proceso lento, los beneficios son sustanciosos: sencillamente ejercer este procedimiento descubre las actividades que hacemos o dejamos de hacer, revela las áreas en las que somos competentes y en las que simplemente no lo somos; sabremos lo que en verdad nos gusta hacer y aquello que preferimos delegar.

El segundo paso consiste en concentrase en esas fortalezas para mejorarlos. Lo que implica, por un lado, perfeccionarlos y por otro, buscar nuevas técnicas y conocimientos que fortalezcan esos talentos. Aquí reside la necesidad de involucrase en procesos de aprendizaje formales, así como practicar sin cesar.

El tercer paso requiere de humildad para comprender que no solo debemos aprender lo necesario para fortalecer esos talentos, sino que conlleva un proceso de “desaprendizaje”, flexibilidad y adaptación. Es aquí donde es necesario corregir los hábitos que conducen a la mediocridad y que impiden que esos talentos florezcan.

EJECUTAR

Drucker comenta que muy pocas personas saben cómo hacer que las tareas se cumplan, por tanto fallan en la ejecución. Esto se debe a que trabajan con costumbres ajenas, lo cual prácticamente garantiza un mal rendimiento.

De ahí que el cuarto punto sea descubrir: “¿cómo me desempeño?” y “¿cómo aprendo?” También saber la manera en que mejor trabajamos: “¿trabajo bien con gente o soy un solitario? ¿Me desempeño bien bajo presión, o necesito un ámbito predecible y altamente estructurado? ¿Trabajo mejor en una gran organización o en una pequeña?”, pues muy pocas personas trabajan bien en todo tipo de ámbitos.

Valores

El quinto paso sugerido es preguntarse, “¿cuáles son mis valores?” Para eso, basta mirarse todos los días en el espejo y preguntarse: “¿qué clase de persona deseo ver en el espejo a la mañana?”. También se refiere al hecho de saber que si se trabaja en una organización cuyo sistema de valores es incoherente con el de uno, tarde o temprano seremos improductivos.

¿A DÓNDE PERTENEZCO?

Finalmente, el proceso de autogestión implica saber a dónde pertenecemos en la vida, así como los músicos, cocineros, médicos y maestros desde muy tempranas edades lo descubren. Esto implica también decidir a dónde no pertenecemos. Pues la persona que no hace lo que le gusta difícilmente logrará altos niveles de excelencia, excepto que, en el proceso, haya aprendido a gustarle lo que hace.

Drucker comenta que las carreras exitosas se gestionan. Una persona se auto administra cuando conoce sus talentos, su método de trabajo y sus valores, y es hasta entonces cuando estará lista para aprovechar las oportunidades que la vida le propone.

Adicionalmente, si la persona sabe a dónde pertenece, puede transformase: pasar de ser una persona “común” a ser un ser humano “excepcional”, un profesional que sabe producir y rendir al máximo según lo que ha recibido, que basa su éxito en sus fortalezas, en ese gigante que lleva dentro, en sus personalísimos talentos, esos que gratuitamente recibimos, esos que es menester descubrir y fructificar, esos que jamás -por miedo, comodidad, flojera o cobardía-, deberíamos enterrar, pues entonces sí que seríamos personas irresponsables. ¡Un gran desperdicio!

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