Su nombre en mi vaso
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Este cuento forma parte del libro 'Venti (detrás de la barra)', que será publicado este año
Por: Carlos Mirón*
Coeditor
Desde hace un par de meses ella llegaba todos los días exactamente a las siete con trece minutos. Quizá adivinaba la hora en que ningún auto pasaba por el carril de las bebidas para llevar. Yo anticipaba su llegada lo más rápido que podía, arreglándome el cabello, marcándome los labios de rojo y me rociaba un poco de perfume en las muñecas para que, al entregarle su café, me reconociera.
Antes de tomar su orden la miraba por la pantalla, me gustaba su maquillaje, seguro era uno caro porque era casi imperceptible, su piel parecía no tener imperfecciones aunque resaltaba una pequeña quemadura que escondía con su cabello castaño y ondulado.
De alguna forma deseaba tener sus mejillas, esas que tenían un destello apenas visible. En esos escasos segundos también veía sus cejas apenas pobladas y simétricas que no le quitaban atención a sus grandes ojos verdes sombreados con el color exacto de su piel y esos labios que casi le dibujaban por en medio la línea de un felino en busca de alimento. Me encantaba.
A ella era a la única que saludaba diferente mirándola por la pantalla.
Un “buenos días, amiga. ¿Qué te preparamos hoy?”. Quebraba el tranquilo momento. Ella contestaba con esa voz que me deshacía: “Lo de siempre, Isabella”.
Nadie en el café sabía su nombre, aunque ella se sabía sólo el mío.
Cuando se lo pedíamos se adelantaba a la ventanilla haciéndonos saber que no le interesaba dárnoslo. Tal vez por eso, a pesar de que éramos tres personas para atender a los autos, sólo yo le tomaba la orden, le preparaba su latte con leche light y un toque de menta y también me encargaba de cobrar y pasarle su café.
En la ventanilla me saludaba y hacía un comentario de lo bonita que me veía o del clima. La verdad no importaba qué me dijera porque cada que ella llegaba y me hablaba con esa voz parecida a un Caramel Machiatto, dulce y fuerte, para mí era ya un día mojado y, en esos húmedos minutos, donde apenas podía contestarle, me daba el cambio exacto de su bebida.
Al entregarle su café, siempre —y esperaba ese momento— deslizaba su mano sobre mis dedos que sostenían su vaso; me acariciaba en esos segundos, tomaba su café, me sonreía y se avanzaba justo después de decirme “hasta mañana, hermosa”.
“Todas las lluviosas”, le respondía en voz muy baja.
Una de esas mañanas llegó con sus ojos empapados en lágrimas. En la pantalla resaltaban sus ojeras, sus ojos sin ese verde que impactaba y sus labios felinos estaban apretados como conteniendo algo.
Apenas iba a preguntarle que si el de todos los días pero alcanzó a decir “Lo de siempre”. Preocupada, alcancé a ver que esa era mi oportunidad.
—¿A nombre de? —insistí.
—Bárbara —contestó entrecortada y avanzó.
Anoté con precisión algo en su vaso para alegrarle el día.
Para Bárbara:
Esperando verte sonreír.
Isabella
Estacionada frente a la ventanilla se limpió las lágrimas de la cara con ambas manos. Suspiró viéndome a los ojos. Le entregué su bebida diciéndole que esta vez era gratis por decirnos su nombre después de tanto tiempo.
Sonrió y tomó mi mano acariciándola, mientras yo sentía las gotas de lluvia resbalar por mi cuerpo.
—Voy a extrañar tu perfume —dijo sosteniendo mi mano.
Nos vimos unos segundos, hablándonos sin palabras y comprendí de alguna forma que se despedía de mí.
Estaba a punto de salir por la ventana y alcanzar a darle un beso cuando, de su boca, salió una pequeña sonrisa que arrojó un “no será lo mismo sin ti”. Me soltó la mano, su mirada regresó al volante y, sin decir otra palabra, avanzó hasta que la vi perdiéndose en el creciente tráfico de esa mañana.
Sigo viendo pasar la hora exacta en que ella llegaba, he contado cinco días en los que Bárbara no ha vuelto. Estoy en mi receso de turno, tomando el mismo café que ella pedía, sentada en la mesa que está frente a la entrada del carril de las bebidas para llevar y con la certeza de que, si ella no vuelve, para mí, el sol volverá a salir mañana.
*(Saltillo, Coah., 1991) Autor de la novela Caminando de rodillas (2017).