El `Nocturno' poeta saltillense
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Manuel Acuña logró desarrollar un especial ambiente romántico en sus obras
Que tal estimados amigos, con el gusto de siempre los saludo, para reconocer el personaje que hoy recordaremos es necesario que nos remontemos a la mitad del siglo 19, época de conflictos bélicos en nuestro país, últimos momentos del tristemente celebre Santa Anna, época del presidente Benito Juárez, de la Guerra de Reforma, de la intervención francesa, pero también de reconstrucción de un México pujante que veía el amanecer y consolidación de una gran nación, donde se significaban las marcadas diferencias de un México intelectual y otro analfabeta.
Aquel era el entorno que daba marco al nacimiento de uno de los más notables poetas de esa época, me refiero a Manuel Acuña Narro.
Para nuestro orgullo nació en Saltillo el 27 de agosto de 1849 y es considerado grande entre los grandes, ya que en su honor se ha puesto su nombre, a calles y ciudades.
Acuña ha sido inspiración de bellos monumentos esculpidos en su recuerdo, como el que se exhibe en la plaza de su mismo nombre, elaborado por el escultor hidrocálido Jesús Fructuoso Contreras Chávez y que alguna vez fuera mostrado en el pabellón mexicano de la exposición universal de París y en el patio de la Academia de San Carlos en la Ciudad de México, para que posteriormente fuera traído a nuestra ciudad en 1917 y ubicado tanto en la Alameda Zaragoza como en su lugar actual.
La juventud de Manuel Acuña se desarrolló en una época intelectual dominada por las teorías positivistas, además de tener una gran influencia en la tendencia romántica en la poesía.
Él estudió en la ciudad de Saltillo en el Colegio Josefino, ese que los investigadores de la historia lo sustentan como la raíz del Ateneo Fuente que hoy conocemos, posteriormente se traslada a la Ciudad de México e ingresa al Colegio de San Ildefonso y en 1868 inició sus estudios de Medicina donde se distingue por su inteligencia y en donde sólo alcanzó el cuarto grado de esa carrera por el desenlace fatal que provocó su partida.
Los poetas más notables de aquella época, acostumbraban reunirse y, junto a Manuel Acuña, desplegaban una bohemia de prosa, versos y poemas y era ahí donde se expresaba la creatividad más profunda del pensamiento literario de aquella época, de este ejercicio cultural e intelectual nace la Sociedad Literaria Netzahualcóyotl en el seno de la cual diera a conocer Acuña sus primeros versos a través de la revista "El Anáhuac".
Dato interesante por parte de los biógrafos sobre su persona, es el capítulo de Rosario de la Peña y Llerena, mujer con un encanto misterioso que despertó por igual la desesperada pasión de Manuel Acuña como el deseo de Manuel M. Flores la senil adoración de Ramírez y el cariño devoto de Martí, encanto que estos cuatro hombres de letras desbordaban en sus poemas y que era motivo de satisfacción y halago para ella cada vez que frecuentaban su casa, las tardes que se convertían en tertulia de poesía en que se debatía por largas horas sobre filosofía y se daba muestra de las mejores obras de cada uno.
Los historiadores aún se preguntan qué pasaba por la mente y el corazón de Acuña, aquella tarde del 6 de diciembre de 1873 en que decidió ingerir cianuro de potasio y dar fin a su existencia.
Todo se envuelve en un misterio, pues dejó una nota que al pie de la letra decía; "Lo de menos será entrar en detalles sobre la causa de mi muerte, pero no creo que le importe a ninguno; basta con saber que nadie más que yo mismo, soy el culpable", algunos historiadores coinciden que el origen de su muerte fue su amor no correspondido por Rosario, esto por su poema Nocturno a Rosario.
Sea cual fuera el motivo, el mundo se privó de uno de los más grandes poetas que haya surgido en ese siglo.
Su gran amigo, Juan de Dios Peza, narra en sus memorias; que sus honras fúnebres fueron un acontecimiento magno en la sociedad literaria de nuestro país por la relevancia de la partida de este joven personaje, que desafortunadamente falleció a la edad de 24 años.
Sin duda, dejó una enorme huella imborrable para el mundo de la literatura. Por todo esto, honor a quien honor merece, reconocemos a este personaje de nuestra ciudad que siempre será recordado por haberle dado gloria a las letras de México para el mundo entero, Manuel Acuña Narro.
Lo de menos será entrar en detalles sobre la causa de mi muerte, pero no creo que le importe a ninguno; basta con saber que nadie más que yo mismo soy el culpable".
Carta póstuma de Manuel Acuña.