En Saltillo, hay madres y abuelas lesbianas; pocas se atreven a salir del clóset
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Ser lesbiana no es sencillo. Es muy duro salir del clóset, decirlo a los padres, al resto de la familia, enfrentar la negación o el rechazo, la evasión del tema y, prácticamente, vivir el amor de pareja a ocultas, sin poder demostrar a plenitud las muestras de cariño y afecto.
Aunque parezca sorprendente, difícil de creer por ideas conservadoras o religiosas, en Saltillo son frecuentes los casos de mujeres de 45 años o más que son lesbianas, al margen de ser madres de familia o abuelas, pero que se casaron y tuvieron hijos para cumplir las expectativas de los padres sobre el conformar una familia tradicional, refiere Berenice Hernández Vázquez, integrante del colectivo Orgullo y Dignidad Saltillo.
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Poco a poco la mentalidad de la sociedad y de las propias familias va cambiando, hay un poco más apertura y aceptación, pero la lucha ha sido complicada. Si hace unos 15 años las mujeres que se besaban o caminaban tomadas de la mano eran llevadas a los separos de la Policía Municipal, ahora es más común verlas como parejas en las calles del centro de la ciudad y en centros comerciales.
Son mujeres jóvenes, de Secundaria y Preparatoria, que tienen la fortaleza y la determinación para reconocerse como parte de la diversidad sexual y que deciden expresar abiertamente su preferencia sexual y convivir con sus parejas, sin importar o sobreponiéndose a los señalamientos, conscientes de que tienen derecho a amar y ser felices.
En su caso, salió del clóset entre los 14 y 15 años. Tenía una novia, la madre de ésta descubrió la relación, le reclamó a la madre de Berenice y se hizo un caos. A los 18 años debió salir de casa, independizarse y vivir separada de la familia. Con el tiempo el vínculo se reestableció, pero no en los mejores términos, puesto que sus relaciones de pareja no puede compartirlas de manera completamente abierta, como sí lo demuestran sus hermanas.
“El trato para conmigo no es el mismo, hablando de parejas, no es la misma aceptación, no me tocó ser la persona más discriminada, pero tampoco me tocó sentirme libre de llevar a mis novias, de llevar una relación como cualquiera de mis hermanas la vive... a mis 35 años me cuesta trabajo expresar mi amor a mi pareja de la manera más normal, me quiero sentir libre, me tengo que rebelar ante la incomodidad de otras personas”, dice.
Lamenta que las lesbianas son simplemente sexualizadas, vistas como objeto sexual, de ahí las insinuaciones a participar en tríos. Son parte del colectivo LGBTTTIQ+, sin embargo, representan a la letra menos visibilizada.
“Siendo las lesbianas parte de las letras de la comunidad, no ha visibilizado como la letra G. Como en toda la sociedad, el hombre tiene más visibilización en muchos aspectos y la mujer lleva una lucha diferente a la del sexo masculino”, lamenta.
“Se debe convocar a levantar la voz y recordar que, como toda mujer, no son sumisas y que tienen derechos que deben ser promovidos y respetados como parte de su dignidad”, dice orgullosa.
Implica el derecho a amar y demostrarlo en el espacio público y privado. “A pesar de que nos falta muchísimo por voltear a vernos con respeto y amor, sin duda ha cambiado mucho la dinámica, tanto que las adolescentes pueden ir por la calle sin ser cuestionadas o tener qué esconderse para vivir una relación sin miedo”.
Falta mucho por hacer, por cambiar la historia y que no se repitan los casos de madres y abuelas lesbianas que escondieron su preferencia sexual y no han podido salir del clóset, obligadas de jóvenes a cumplir un rol heterosexual y ser madres de familia.
“Existen madres que están tratando de salir del clóset con sus hijos y se vuelve complicado. Aunque lo estén viendo en la actualidad, es imposible que lo puedan hacer. Tuvieron que crecer en una familia conservadora y tener una familia tradicional, por no tener el valor, las herramientas o el apoyo (para negarse)”, explica.
Señala el caso de una mujer de 60 años que recién acaba de vencer el cáncer y que, a raíz de eso, decidió salir del clóset, y los hijos ya no le hablan. “Voy a vivir mi vida, estuve a punto de morir, y si mis hijos no me quieren, pues ni modo; ellos están viviendo su vida ¿yo, cuándo voy a vivir la mía?”.
Berenice considera que el padecimiento llevó a la persona a despertar, tomar valor y decidir vivir con felicidad. “A muchas personas la vida no nos ha llevado a situaciones tan complicadas como para tomar el valor y decir: ‘quiero amar, como yo quiera amar’, tomar esa rebeldía y decir ‘a la chingada lo que piense la gente’”, concluye.