Saltillo: El complejo desenlace de la herencia de los Negrete y de doña Josefa, una empresaria sorprendente
La viuda de José Negrete, que fue víctima de rumores por la muerte de su esposo e hija, mostró toda su valía y acabó con las murmuraciones
Para Josefa, la pérdida de su esposo José había dejado en su corazón un gran vacío, un abismo que se tornó aún más oscuro con la repentina muerte de su hija María, apenas tres días después.
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El dolor no fue su única carga. Los rumores se esparcían como reguero de pólvora, señalándole como la sospechosa de aquellas muertes. Josefa tuvo que enfrentarse no solo a la devastación personal, sino también a las miradas inquisitivas que la apuntaban como la culpable de las muertes de su esposo e hija. La viuda de Negrete resistió en silencio cada día contra el peso de las injurias.
VAN TODOS POR LA HERENCIA
La tarde del 23 de marzo de 1904, en la casa de la calle Hidalgo número 9, María Negrete, hija de Josefa, postrada en su lecho de muerte, pidió la presencia de Eulogio de Anda, el notario más respetado de la ciudad.
Aquel hombre, conocido por su pulcritud y profesionalismo, acudió sin demora. María, con el rostro pálido, sumida en la fatiga de su enfermedad, sabía que el tiempo se le escapaba y con voz estremecida, dictó su última voluntad, dispuso que todos sus bienes fueran para su esposo, Ángel Villar. María falleció poco antes de las cinco de la mañana del siguiente día.
EL PROCESO DE LA REPARTICIÓN
Poco después de las muertes de José Negrete y su hija María, de nuevo el notario Eulogio de Anda se presentó en la Casa Blanca, en la calle Bolívar. En esta ocasión, su visita tuvo un carácter oficial.
En esa reunión estuvieron presentes Josefa Valdés y Ángel Villar, el esposo de la fallecida María. Durante la formalización, los comparecientes, tras expresar sus datos generales y confirmar su capacidad legal, acordaron dividir los bienes comunes procedentes de los testamentos de José y María Negrete.
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Asimismo se celebró un convenio que detallaba de manera específica la distribución de dichos bienes, se estableció de manera clara quién recibiría qué y en qué cantidad. Este procedimiento permitió dar por concluidas las obligaciones legales y personales relacionadas con la herencia.
LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
Josefa Valdés, cuando vivía su marido, aparentó ser la abnegada esposa que siempre actuaba a la sombra de su cónyuge, resultó ser en realidad, la verdadera fuerza detrás de cada decisión importante.
La historia que tantos desconocían reveló un panorama distinto. Mientras todos creían que era su esposo quien llevaba las riendas, era Josefa quien, con mano firme y visión clara, decidía los destinos de los dineros, en pocas palabras cuánto y dónde invertir.
Cada movimiento, cada inversión, no fue fruto del azar, sino de la mente estratégica de Josefa. Ella, en silencio, tejió el entramado de decisiones que la llevaron a amasar una fortuna considerable. Aquella mujer que el mundo veía como una simple acompañante, era en realidad la artífice de un éxito financiero que pocos pudieron haber imaginado.
El monto de la herencia ascendía a 360 mil pesos. De esa cantidad, se dedujeron 45 mil pesos para cubrir deudas y una renta de 5 mil pesos, lo que dejó un total líquido de 315 mil pesos. De esos 315 mil pesos, el fallecido José Negrete había aportado 15 mil pesos al matrimonio. Esto dejó 150 mil pesos como bienes gananciales del matrimonio, que debían dividirse por igual entre la señora Josefa Valdés, y el viudo de María.
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A Villar se le adjudicaron más de 80 mil pesos y un par de propiedades. Lo sorprendente aquí es que la verdadera acaudalada en esta historia era Josefa Valdés, no su esposo. José Negrete, en realidad, solo había aportado 15 mil pesos al matrimonio. A pesar de esto, en el convenio de partición doña Josefa procedió con generosidad, otorgando a su yerno la cantidad que le correspondía.
DE JOSEFA A PEPITA
Después de que el documento y la repartición de la herencia salieron a la luz, todo cambió radicalmente. Las falsedades y acusaciones que habían manchado el nombre de Josefa comenzaron a disiparse. De ser señalada como la maligna viuda sospechosa de envenenamiento, la opinión pública dio un giro inesperado. Cuando se reveló que Josefa era la verdadera dueña de la mayoría del capital del matrimonio, su reputación se transformó por completo. De repente, la sociedad que antes la había calumniado, comenzó a llamarla cariñosamente “Doña Pepita”.
LA VIDA DEBE CONTINUAR
Apegada a las costumbres de su tiempo, Josefa no dejó de asistir a misa todos los días y vistió de negro por largo tiempo en señal de luto. Sin embargo, estos rituales no fueron un obstáculo para hacer lo que realmente dominaba: los negocios. Con una fortuna considerable en sus manos, decidió invertir en empresas de la región y siguió comprando propiedades.
Hizo algunos movimientos audaces, como adquirir mil doscientas acciones de la Compañía Industrial Jabonera de La Laguna, valoradas en 30 mil pesos, lo que le generó cuantiosas ganancias. Sin titubear, compró 57 acciones de la Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, después conocida como Fundidora Monterrey, cuyo éxito le produjo resultados extraordinarios. Y por si fuera poco, Josefa tenía muchos créditos a su favor, entre ellos los de la escuela de Artes y Oficios Enrique Mass, que sumaban más de 16 mil pesos.
En el álbum de fotografías que perteneció a Josefa, me llamaron poderosamente la atención dos fotografías, en ellas aparecían cuatro mujeres sentadas en una fuente, presumiblemente en la Casa Blanca.
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En la primera, de manera burda, alguien había cubierto con una pintura al óleo a una persona que estaba en la imagen y en la segunda imagen, la misteriosa persona fue recortada con tijeras. ¿Por qué la borraron? ¿Qué razones tuvieron para hacerla desaparecer? ¿Quién estaba detrás de esos pincelazos?
No pude aguantar mi curiosidad, con una mezcla de ansia, paciencia y cuidado para no dañar la fotografía, me puse a quitar la capa de pintura sobre la foto. Poco a poco fue apareciendo la misteriosa persona, tras el delicado proceso de remoción se distingue un hombre sentado con la pierna cruzada que en su regazo sostiene un ramo de rosas.
Puede uno imaginar muchas cosas, pero resulta evidente que la persona que permaneció oculta bajo la plasta de pintura por más de 100 años no era bienvenida y la visita de ese hombre incomodó a las mujeres de la fotografía. Tal vez por ello lo hayan querido desaparecer.
El lenguaje corporal es una herramienta poderosa para comprender las emociones y pensamientos de los demás. Se requiere observación cuidadosa, entendimiento del contexto y conocimiento de las diferencias culturales.
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Las damas de la foto muestran desagrado por la figura del hombre. Junto a la persona presumiblemente no deseada está Francisca Valdés, quien claramente le da la espalda, luego Josefa Valdés, con lo hombros encogidos en señal de cierta incertidumbre, luego Eleuteria Valdés, con la mano en la boca, con signos de asombro y al final Engracia Rodríguez esboza una sonrisa nerviosa.
ALGO SOBRE LA PRIMA MONJA
Prisciliano Flores y Margarita Valdés tuvieron una hija llamada María de la Luz, quien era sobrina de Josefa y prima hermana de María Negrete. Las dos primas siempre tuvieron una relación cercana y se llevaban muy bien. Después de la muerte de su prima María, Luz decidió dedicarse a la vida religiosa y se convirtió en Hermana de la Caridad del Verbo Encarnado.
QUIÉN Y CON CUÁNTO
El 1 de febrero de 1918, Josefa Valdés se presentó ante el notario público Salvador Cárdenas Peña para formalizar su testamento, un acto que reflejaba su característica previsión.
En este documento nombró como únicos y universales herederos a su hermana Eleuteria Valdés, viuda de Narro, y a su sobrina Luz Flores, distribuyendo la herencia en partes iguales entre ambas. Sin embargo, Josefa impuso la obligación de proporcionar sustento vitalicio a la señorita Engracia Rodríguez, dejando claro su sentido de responsabilidad. Además, designó a su sobrino político, el ilustre José García Rodríguez, como albacea y ejecutor testamentario.
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En un giro inesperado, Josefa, conocida cariñosamente como “Pepita”, falleció tres días después de dictar su testamento, a los cincuenta y ocho años. Según el acta de defunción, la causa de su muerte fue un atascamiento intestinal. Este hecho cerró el capítulo de una vida marcada por la meticulosa planificación y la fortaleza personal.
Para entender mejor la magnitud de la riqueza de Josefa, hagamos un ejercicio interesante. En 1921, los 315 mil pesos que ella tenía equivalían a unos 6 mil 300 centenarios de oro. Si multiplicamos esa cantidad por el valor actual de un centenario, que es de 52 mil pesos, eso nos da aproximadamente 334 millones de pesos. Pero hay más. Si convertimos esa cifra a dólares, con un tipo de cambio de 19.40, ¡estaríamos hablando de unos 16 millones de dólares! saltillo1900@gmail.com
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