Visitamos a la poeta Claudia Luna Fuentes en el lugar que ha ayudado a construir y hacer florecer: el Museo del Desierto. Parecería incongruente que una escritora sea la Directora de Divulgación Científica de tan importante institución, pero la trayectoria de esta artista coahuilense es testimonio de cómo el arte puede nutrir a la ciencia, y viceversa.
La primera semana de junio de 2024 visitó Polonia, invitada por la Universidad de Varsovia y la Cátedra Extraordinaria Octavio Paz de la UNAM, donde compartió con la comunidad sus exploraciones creativas, las ramificaciones que por más de una década han hecho crecer su práctica, llevando su poesía por caminos de tecnología, de contemplación, de encuentros, más allá de los límites de la palabra.
En Cracovia, la ciudad de Wislawa Szymborska, también pudo conectar con la poeta ganadora del Premio Nobel de Literatura 1996, fundamental para su quehacer. Un encuentro con los lugares que ella pisó, acompañada por quienes la conocieron en vida, que se funde con su vida a partir de ahora.
La vocación de Claudia es artística y política. La naturaleza no es solo un tema en su obra, es inspiración y fin, en la búsqueda de su preservación. Para ella, nuestro entorno es un elemento digno de derechos, de protección. Las entidades no humanas, que menciona en nuestra conversación, se integran a la red que nos hace ser y que inspiran asombro.
Al hablar de su presente, también fue inevitable hablar de su pasado, pues para conocer cómo funciona la exploración de hoy es necesario ir a la raíz. Así, esta charla viajó al origen y de vuelta, salpicada por las experiencias de una mujer que ve al universo como una red donde todo y todos somos parte.
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¿Qué te trajiste de Polonia, qué de esa experiencia está nutriéndote?
Ya me está nutriendo, porque ya estoy escribiendo poemas. Lo que me traje, además de influencias, es refrendar el sentido de lo que estoy escribiendo, porque tengo diferentes registros poéticos. Pero lo que estoy trabajando tiene que ver mucho con la naturaleza, con la emergencia del cambio climático, los entrecruces del ser humano con la naturaleza, las cuestiones incluso metafísicas o batallas sociales y el asombro ante el mundo.
Esta fusión que he hecho del saber científico como de las comunidades y de las entidades no humanas, resonó bastante por allá.
Me traigo también un encuentro. Se va a realizar una gran conferencia en septiembre del próximo año, aquí en Saltillo y Cuatrociénegas, para seguir uniendo este mundo de la ciencia y la poesía.
¿Para ti cómo fue encontrar tanto interés en las exploraciones que estás haciendo? Que haya esa apertura y esa curiosidad por tu forma interdisciplinaria de poesía.
Ellos están muy enfocados en el diálogo con estas comunidades no humanas porque hay un concepto que nos enlaza, que tiene que ver con los derechos de la naturaleza y a partir de ahí puede seguir entretejiéndose. Por eso para ellos la poesía es otra manera de aplicar el conocimiento, de darle mayor sensibilidad al conocimiento científico que a veces se queda resguardado dentro de las fronteras de la academia, que por naturaleza así es.
Yo creo que les resuena y les interesa que estoy trabajando con cosas que les importa. La poesía es de donde parte, pero esto no es nuevo, estamos hablando de surrealismo, de la poesía concreta, de muchas cosas previas que se hacían en otras partes.
Lo que sí es innovador es el cuidado de lo que se está yendo, el volver a asombrarnos con lo que nos rodea cada día, con este pedazo de tierra que tenemos en nuestro jardín, que resguarda innumerables formas de vida y que somos parte de diferentes ecosistemas, que nos obliga a seguir indagándonos, a seguir transformándonos.
Esto me ha hecho sentir segura de seguir tejiendo, aunque a veces sea difícil, porque no sabes qué va a salir, si un poema objeto, un poema sonoro...
Por ejemplo, estuve trabajando una serie de poemas sonoros que hice para saludar a los árboles de Polonia. Estuve trabajando con frecuencias que emiten los árboles y en mi caso tengo un árbol en mi casa que quiero mucho, escuchándolo, y utilizando las palabras y buscando sonidos y los llevé y los expuse como una manera de saludo, porque para mí era importante hacer contacto con estas comunidades no humanas.
Hay un modelo expoliador del capital, que todas las miradas sobre el territorio, sobre el paisaje y sobre los ecosistemas tienen que ver con que tiene un precio y no un valor. Entonces es también enfrentarnos a estos modelos que están agotando estos elementos sin los cuales no podríamos ni respirar.
¿Podrías contarnos un poco de ese árbol que inspiró los poemas que llevaste a Polonia?
En mi casa yo tengo dos pequeños jardines [...] En la parte de atrás tengo una vid, que es como un tronco hasta que reverdece y da unas uvas maravillosas, una papaya, un cenizo, pero había un brote debiluchito que veía cada vez que trabajaba en esa parte.
Mi habitación está en la segunda planta y siempre quise un árbol grande que me diera sombra, pero ponía uno y que no era el adecuado, y andaba preocupada por eso. Esa hebrita brotando me daba ternura y decía ‘luego la quito’, y estaba muy esbelta, muy bonita. Y de pronto empieza a crecer rapidísimo y de un año empezó a dar unas pequeñitas hojas, hasta que un jardinero que llegó a ayudarme con la vid, y le pregunté, me dice: ‘Es un fresno’.
Claro, las aves, el viento, las semillas. Ese fresno llegó hasta el segundo piso y es el que me da un frescor impresionante [...] Me inspiré en él y me estuvo escuchando cuando generaba los poemas, porque sus ramas dan también hacia donde tengo mi estudio.
Volviendo a tu visita a Polonia. Szymborska significa mucho para ti, ¿qué sentiste al estar donde ella estuvo?
Visité la primera casa donde vivió con su familia, que era muy grande. Se está deslavando, tiene esa suerte de lo que le pasa a las cosas bellas con el paso del tiempo. También me platican del edificio donde vivió con su primer esposo, eran muchos escritores en esos departamentos. Ahí vivió una época muy intensa y cuando finalmente se separa se tarda mucho en encontrar un departamento, en el cuarto piso, y ahí me llevaron aunque no pudimos entrar, porque sí vive gente.
Allá el gobierno se encarga de calentar el agua y hasta ese piso no llegaba. Pero cuando ganó el Nobel empezó a funcionar el agua caliente, pero al recibirlo no se compró una mansión, como otros escritores, se va a buscar un departamento un poco más grande, pero un departamento al final.
Michal Rusinek, asistente personal de la poeta y director de la fundación Szymborska, nos llevó a conocerlo. Tú subes con respeto porque viven más personas, pero es muy impresionante porque sabes que ella estuvo ahí trabajando. Está su imagen, ese comedor donde le gustaba tener pequeñas reuniones, donde al final, me contó Gerardo Beltrán que fue su editor, rifaba objetos extraños. Era una mujer con un gran sentido del humor, transparente, llena de vida.
Estuvo enamoradísima de su segunda pareja, pero decidieron no vivir juntos y no dejó de hacer su vida como ‘una del montón’, como una de nosotros, después del Nobel. Pasaba por un mercado de camino a casa de su pareja. Le gustaba mucho ser anónima.
Cuando le pregunté a Michal el método de Szymborska, me dice que nunca se supo, excepto por el cesto de basura, porque ella decía ‘no todos los poemas merecen ser publicados, tienen que acabar en el cesto de la basura’. Entonces su método se va a quedar en el misterio porque solamente dos manuscritos de ella con poemas, el resto eran apuntes. Ella escribió en un espacio muy sencillo que la mantenía conectada con la vida de la ciudad donde creció.
Pensando en Szymborska, en tu trabajo con Yo Soy Zapalinamé, en el Museo del Desierto, en proyectos como ‘Teatros de paisaje: Panorama de Cuatrociénegas’, ¿cómo ha evolucionado tu trabajo artístico y poesía en estos últimos años?
Un punto de partida importante fue el estar trabajando mucho con el agua en la sierra de Zapalinamé. La poesía empezó a migrar ahí hacia el formato de video poema, aunque antes de eso, con Yo Soy Zapalinamé ya se estaba moviendo hacia los murales. He sido transformada mucho por esto. Luego se movieron a esos actos restitutivos en el bosque y luego a la cuestión más material.
También desde 2013 se abrió un brazo muy importante que es la cerámica. Cuando escribo ‘La turba’, donde viene la avaricia del agua, hago toda una serie de platos que no funcionan, y fue parte de lo que llevé a Varsovia en la presentación. Siento que me he ido empapando de los procesos que he estado viviendo y que esta curiosidad hace que diga que el lenguaje y la poesía siempre me van a encantar, pero tienen otras formas de estar presente en el mundo.
¿Antes de esto te dedicabas solo a lo literario dentro de la poesía?
Sí, aunque incluso en 2010, Alejandro Arizpe me dice: ‘vamos a hacer un libro sobre la iluminación’. Ahí me fui a caminar a la montaña y saqué un libro que se llama ‘La piel de la luz’ donde hay otra migración. Yo de chiquita soñaba con libros que estaban en el aire, en medio de la noche y con las letras volando. Entonces quise hacer un libro que se pudiera leer en la noche.
Trabajamos muchísimo, mandamos traer pigmentos de España, que detuvieron en México porque pensaron que era cocaína. Cuidé todo en el libro, hasta la tipografía, que fuera ecológico, y aparte era un verso doble, en ecofont, y en el pigmento luminiscente que en la noche brillaba. Es intrincado mi proceso, siempre ha sido un entrecruzar.
Llega el colectivo en 2014 y empiezo a trabajar la cuestión de la cerámica, pero también con la cera de candelilla, a hacer cosas raras, objetos extraños, y utilizar el material que le compraba a la gente del desierto o amigos que trabajaban con comunidades. También me he abocado a tener mucho respeto por las personas que trabajan estos materiales.
Luego Aristeo llegó y me pide que sea una médium del territorio, encarnar a un habitante del territorio y hacer una reliquia, un proyecto para encapsular y que tiene su salida para ser un elemento en el ámbito teatral, que me dio mucho gusto.
¿De qué forma te nutrió el lenguaje escénico?
Yo a los 21 años actuaba y dejé de actuar, pero hacía cosas convencionales, como ‘El fantasma de Canterville’ con David Trillo o musicales donde aprovechada lo que hacía de gimnasia, pero el acercarme a una persona tan valiosa como Aristeo Mora, con esa sensibilidad, fue un punto de inflexión, porque me atravesó, porque el trabajo que se hizo fue en territorio.
Fuimos a la comunidad, estuvimos en Cuatrociénegas. Si ya estaba enraizado en mí y había nadado en esas pozas de chiquita, para mí fue una admiración por el trabajo de una persona que puede ver lo mismo que tú ves, pero lo lleva a un concierto escénico, con un gran profesionalismo, un gran talento. Nos presentó ejercicios corporales que me hicieron descubrir otra movilidad para mis acciones restitutivas.
Fue sumarle al cuerpo saberes para poder encarnar y ser un médium, porque después de cada escenificación terminábamos agotados porque lo que me tocaba decir era muy duro. Tenía que ver con la realidad de los pobladores de Cuatrociénegas y con la docuficción de que a futuro no va a haber nada y que es lo que estamos atisbando.
Y el video poema fue importante para mí porque tiene que ver con un poemario que se llama ‘Lo que salva una legión de niebla’, que tiene que ver con el agua que vuela, que tiene voluntad. Son poemarios que tienen video, o cerámica...
O que atisbaban a algo que harías más adelante...
Exacto, que me iban dando pie a, por ejemplo, estas exploraciones sonoras. Pero la gente que he conocido y la comunidad de poetas e investigadores polacos me hicieron sentir que soy parte de esta comunidad de creadores extraños, que somos un poco militantes, un poco soñadores y me reconocí mucho en ese grupo.
¿Qué implica para ti crear, pero que tu obra no se quede en la experiencia estética, sino que vaya más allá? Con esta intención política, que esté relacionado con otros aspectos de tu vida, tu trabajo en el museo, la divulgación científica, concientizar, politizar, accionar...
Para mí es parte de mi trayecto de vida y no lo concibo de otra manera. No creo que la literatura se quede per se en el objeto más convencional que le hemos asignado, que no es el único, que es el libro. Porque los poemas nacieron siendo dichos, por eso esta importancia de lo sonoro, de lo corporal. Es la única vía porque además me permite seguir explorando y constatar que vivimos en un mundo que si lo atendemos no tenemos de otra que el asombro y el asombro nos lleva al cuidado.
Recuerdo a mi maestro
José Luis Rivas, gran poeta y traductor, que decía ‘no debemos de abandonar el alma niña, esta mirada’. Y creo que esta experimentación es eso; todos los materiales que tenemos, qué puedo hacer con ellos, cómo puedo decir más, cómo puedo entrelazarme con otras personas y comunicar lo que me emociona pero también ser transformados por sus narrativas, por sus discursos, integrarlos.
Es algo que es natural en mí, no hay otra manera.
¿Algo que quieras añadir?
Estoy muy contenta y emocionada de que la Cátedra Octavio Paz y la Universidad de Varsovia me hayan llevado a este lugar tan bello, que sigue germinando. Mi compromiso no termina en qué bueno que me invitaron, hay que seguir haciendo y eso incluye el congreso que llega la última semana de septiembre del año que entra. Eso es la poesía viva, aplicada, que llegue, que se sienta...
Y que sigamos problematizando, asombrándonos, adorando, cuidando estos ecosistemas y que seamos miradas atentas sobre lo que está pasando, testimonios.
Nació en Monclova, Coahuila en 1969.
Doctora en Ciencias y Humanidades para el Desarrollo Interdisciplinario.
Poeta que experimenta con diversas disciplinas que complementan su obra.
Parte del colectivo Yo soy Zapalinamé, comprometido con la preservación natural y el arte.
Directora de Divulgación Científica en el Museo del Desierto.