‘Con el Museo del Desierto creamos un elemento identitario para Coahuila’; charla con Magolo Cárdenas

¿Por qué en Coahuila existe una marcada identidad de su gente con el desierto? Magolo tiene una clara respuesta

22 diciembre 2024
‘Con el Museo del Desierto creamos un elemento identitario para Coahuila’; charla con Magolo Cárdenas

Hay generaciones enteras de coahuilenses que crecieron con una relación intrínseca entre el desierto y la cultura. Las dinoquesadillas, la Orquesta Filarmónica del Desierto, los Dinos de la Liga Profesional de Futbol Americano. Todas son todas expresiones culturales del Desierto.

Sin embargo, es para muchos desconocido que esa relación no siempre fue así de estrecha. Tampoco saben que tiene un origen definido en un grupo de personas liderado por Magolo Cárdenas Rafael.

Autora de varios títulos literarios, se define a sí misma como una traductora del lenguaje que los científicos de finales del siglo pasado quisieron transmitir a las nuevas generaciones.

Lideró el equipo que a la postre inauguró el Museo del Desierto, que este año cumplió 25 años de existencia y que aun con una riqueza científica incomparable con otros recintos del norte de México, su legado más importante, contó Magolo Cárdenas a A La Vanguardia, es su herencia cultural.

$!‘Con el Museo del Desierto creamos un elemento identitario para Coahuila’; charla con Magolo Cárdenas
¿Cómo te nace el interés por el Desierto?
Me llamaba mucho la atención de niña, que los libros de texto que teníamos en la escuela, en los paisajes de México no aparecía el desierto. Me llamaba la atención porque desde mi recámara yo lo que veía era el desierto y decía ‘nos tocó vivir en una zona que no es bonita o ¿por qué no aparece?’
Años más tarde me tocó por primera vez publicar un texto en el periódico “El Sábado”, que era el suplemento cultural del periódico “Uno Más Uno” que fue una herramienta importantísima para los intelectuales de los setentas y ochentas. Allí me tocó publicar un texto que se llamaba ‘el desierto, el desierto, el desierto’.
Yo vivía en la ciudad de México y vine acá y me maravilló lo que me maravillaba desde niña.
Posteriormente me tocó hacer un libro para niños que se llamó ‘El tesoro de don Té’. Eran una colección sobre ecosistemas de México y a mí me tocó la zona noreste, es decir, el desierto.
Entonces fui al Colegio de México a investigar sobre el desierto y me encontré en la biblioteca del Colegio de México con una bibliografía fascinante sobre el desierto, en concreto de Coahuila.
Me llamó mucho la atención que no habláramos de eso. Me acuerdo de tesis de japoneses y alemanes sobre las pozas de la Becerra, que yo no conocía. Y me decía ‘¿cómo es posible, yo siendo de Coahuila y no había oído hablar nunca de eso?’
¿Qué percibiste al integrarte al gobierno de Coahuila?
Pasó el tiempo, regresé a Coahuila y me tocó la suerte de dirigir el sector cultural del gobierno del estado en la época del doctor Rogelio Montemayor. Entonces hicimos el Instituto Coahuila de Cultura. De las cosas que llamaba mi atención era la falta de presencia del desierto entre los artistas y entre los escritores de Coahuila en concreto.
Sí había otros escritores hablando del desierto en el noreste, en el sureste, en el noroeste, pero poco aquí. Decía yo ‘¿por qué pintan paisajes del Mediterráneo cuando el paisaje nuestro es tan fantástico, tan hermosísimo?’
Entonces le hicimos en esa época una revista que se llamó “Desierto Modo”, con la intención de rescatar temas, artículos, textos, poemas, cuentos, ensayos, lo que fuera, imágenes, fotografía que tuviera que ver con el desierto. Esa la publicamos durante seis años y fue muy bonita revista.
Cuando llegué a Coahuila, el desierto no existía.
¿Ahí comienza a surgir la idea del Museo del Desierto?
Cuando recién regresé a vivir a Saltillo, supe de un grupo de paleontólogos que estaban yendo a investigar los restos fósiles del desierto de Coahuila. Me fui con uno de ellos y me dejó extasiada ver con ellos los huesos, que ahora es muy común verlo, pero en ese entonces muy poca gente lo manejaba.
Eran gente voluntarios, voluntarios de la Secretaría de Educación Pública y gente aficionada a la paleontología, dirigidos por un paleontólogo de México y dirigidos por después otros paleontólogos de Estados Unidos que venían a hacer búsquedas aquí y se quedaban aquí en el verano y trabajaban en el desierto.
Son mucha la gente que colaboró para hacer el Museo del Desierto, entre ellos este equipo de paleontólogos, este grupo de paleontólogos que siguen trabajando, tengo entendido, en el Museo del Desierto.
Cuando inauguramos el Instituto Coahuilense de Cultura, vino el que entonces era presidente de Conaculta, que era Rafael Tovar, y vino con la presidenta del INAH que era María Teresa Franco, y los llevé a ver en los yacimientos que habían descubierto en Rincón Colorado, y se quedaron muy contentos de ver eso. Y vino con ellos don Joaquín García Bárcena, que era el presidente de la Comisión de Paleontología de México, del INAH y de ahí empezamos a trabajar en una idea de un museo, concretamente de paleontología.
Fui buscando investigadores de por acá, en concreto investigadores de la facultad de Ciencias de la Tierra de la Autónoma de Nuevo León, para empezar a trabajar.
Desde que don Joaquín nos planteó la importancia de hacer un museo de paleontología aquí, el doctor Montemayor, que era entonces el gobernador, me apoyó y me dijo pues ‘denle para adelante, vamos a ver qué se puede hacer’.
Luego de tener un pequeño equipo de investigadores y de especialistas, de seis, ocho gentes éramos, empezamos a ver la temática del museo y allí empezó a aparecer no solo la paleontología, sino los ecosistemas del desierto y la flora y la fauna del desierto. De corazón lo digo, fue una de las experiencias quizá más hermosas de mi vida, el poder haber hecho este proyecto.
El desierto está poblado de vida, sobre todo de vida nocturna y subterránea, y tiene una enorme riqueza que contarnos.
¿Cómo fue adaptarse a un mundo más científico que literario?
Yo estaba acostumbrada, por ejemplo, a escribir libros y a leer libros, pero no me había enterado de que el mundo se puede leer.
Me acuerdo de una vez que fuimos con geólogo y paleontólogo, biólogo a ver los riscos del cañón de San Lorenzo, porque en algún momento se pensó en hacer ahí el museo, aunque se decidió que no, porque era un poco inaccesible para la gente llegar hasta allá.
Ellos veían el risco y decían algo como ‘esa fue una época de glaciación, esa fue una época de sequía, porque en las rocas está escrito el pasado de la tierra’. Y yo me quedé maravillada, porque yo sabía apreciar la tierra en términos estéticos, pero no leerla como ellos la leen.
Tener en mis manos un hueso de un animal que había vivido aquí hace 75 millones de años, me pareció fascinante tener un coprolito, y decir ‘¿pero cómo es posible esto que esté aquí?’ Ver cómo la tierra, las plantas, plantas, los animales, las rocas nos hablan, nos cuentan historias.
Y para mí eso fue una lección de vida. Ha sido una lección de vida.
He aprendido a leer historias de muchas cosas, de muchos, de arañas, de tortugas. Aprendes a leer lo que te pueden contar ellas, lo que te puede contar una cactácea, lo que te puede contar una planta gobernador.
La tierra, las plantas, plantas, los animales, las rocas nos hablan, nos cuentan historias.
¿Cómo se tradujo esa experiencia al Museo?
La gente que trabajamos en la creación del Museo del Desierto, teníamos verdadera pasión por el proyecto, estábamos enamorados del proyecto. Hicimos cosas con mucho detalle, con mucho cuidado y con mucha finura. Estuvimos trabajando el proyecto cinco años y se inauguró a los seis años, ya cuando iba a salir el doctor Montemayor. Pero tuvimos en nuestras manos el proyecto desde el 95.
Ahora lo valoro más que nunca porque me doy cuenta de que lo que hicimos, este equipo inicial que trabajó haciendo el museo, el equipo de museografía, el equipo de diseño, los fotógrafos, los escritores, los investigadores, los coleccionistas, todos los que estuvieron trabajando ahí, que estuvimos trabajando ahí, una cosa muy importante: creamos un elemento identitario para el estado.
Cuando llegué a Coahuila, el desierto no existía. Los dinosaurios existían entre un grupo de aficionados apasionados también por el tema, pero eran unos cuantos. Y el desierto se volvió un tema que nos define en el imaginario de los coahuilenses. Las placas tienen dinos, hay dinoquesadillas, hay orquesta Sinfónica del desierto.
El desierto está en todos lados.
Es una identidad, un orgullo de pertenencia, porque cuando yo era directora de cultura, buscábamos fomentar ese orgullo de pertenencia. Aquí pertenecemos a este territorio, que parece árido y seco, que parece que no tiene vida, y que sin embargo, está poblado de vida, sobre todo de vida nocturna y subterránea, y que sin embargo, tiene una enorme riqueza que contarnos, tiene una enorme sabiduría que platicarnos.
Las repercusiones culturales del Museo del Desierto, son increíbles y era algo que nosotros buscábamos que penetrara en el corazón de los que vamos ahí, de los que lo visitaron, que penetrara en el alma de cariño por ese territorio que es el nuestro. Eso creo que sí se logró, porque sí está el desierto en muchas cosas.
El desierto está en todos lados.
¿Quiénes fueron las personas clave en la creación del Museo del Desierto?
Voy a mencionar a dos personas. Al doctor Rogelio Montamayor que nos apoyó desde sus inicios, porque si no hay voluntad política, estos proyectos nunca salen. Y a una persona que ya falleció, que se llama Beatriz Flores, que era secretaria técnica del gabinete que cuando le presenté el proyecto, ya que lo teníamos armado todo el equipo y fue la que dijo ‘vamos a entrarle, vamos a ver al doctor’.
Fui un día a la oficina del doctor en una reunión de gabinete, el resto de algunos de los secretarios presentaron proyectos. Yo presenté el del Museo del Desierto, y el doctor Montemayor dijo ‘vamos a hacer este’.
Beatriz era una mujer muy trabajadora y muy lista y el doctor Montemayor muy dispuesto a escuchar, que eso es algo muy valioso de los políticos. Con mucha disponibilidad de escuchar y de decir ‘a ver, de esto yo no sé, tú eres la que sabe, tú platícame’. Y yo siempre le reconozco eso con mucho cariño.
Tener en mis manos un hueso de un animal que había vivido aquí hace 75 millones de años, me pareció fascinante.
¿Desde entonces imaginaron el impacto cultural que tendría?
Después de esta reunión con el doctor, fui a unas vacaciones de una semana de verano y estaba enfrente de la playa con un amigo que también colaboró con los equipos del museo.
Le dije: ‘¿Te imaginas si se hace este proyecto? ¿Te imaginas lo que va a ser eso?’ Me acuerdo de que el corazón se me salía de la emoción.
En esa época también Alejandra Rangel, cuando ya era directora de cultura de Nuevo León, me dijo ‘Magolo están haciendo un rescate cultural impresionante’. Porque era que rescatáramos a los dinos, pero no era solo eso, sino era el cambio de mentalidad de quienes habitamos aquí.
¿De qué manera contribuimos a lograr que la gente aprecie a una gobernadora? ¿De qué manera contribuimos a que no digan: ‘quítenme todos estos cactus feos de aquí’? ¿De qué manera contribuimos a hacer que la gente se sienta orgullosa del entorno en el que vivimos?
Eso fue lo más bonito, lo más emocionante y lo recuerdo con enorme cariño. En lo personal fue un cambio de vida porque sí me enseñó a leer el mundo.
Me pongo a pensar y he sido como traductora del lenguaje de los científicos, de los especialistas, hacia lenguajes más accesibles, hacia los ciudadanos de a pie como yo, somos capaces de sorprendernos ante las bellezas que estudia la ciencia.
Las repercusiones culturales del Museo del Desierto son increíbles, penetraron en el corazón de quienes lo visitaron.
En ese momento valoraron que era importante llevar el desierto al arte y al imaginario colectivo. Hoy en día, ¿qué es necesario valorar? ¿qué estamos perdiendo de vista?
Creo que en los organismos gubernamentales hay poca valoración de una parte que ahora estoy trabajando, que es la primera infancia y el arte. Sembrar en los niños de cero a seis años la curiosidad, el asombro, el juego, la diversión que trae el arte y junto a sus cuidadores.
Todos leen. No leen como leemos los adultos, pero los chiquitos leen, les gustan los libros, los mueven, los hojean. Pero sentarte con un chiquito a leer implica una relación afectiva, porque lo tienes aquí cerquita y le empiezas a contar el cuento.
El trabajo artístico es ideal para generar relaciones de afecto en la primera infancia entre quienes los cuidan y los bebés. Sí sé que en la Secretaría de Educación hay algo de eso, no tengo suficiente conocimiento, pero no lo veo desde los organismos culturales, no lo veo.
Lo que nosotros estamos haciendo ahorita es trabajar con públicos muy vulnerables, con reclusos, con gente de colonias muy amoladas. Recluso varonil de Apodaca, en el femenil, en hospitales, en casas de migrantes, en centros comunitarios, en los lugares donde hay cero atención cultural, donde hay poca atención cultural, estamos llevando esto y los resultados son extraordinarios.
Los papás, por ejemplo, que están en el reclusorio privados de su libertad, no sabes la oportunidad que les da este programa de formación en las artes y la lectura con sus chiquitos. Uno de ellos dice ‘si hubiera tenido esto de niño, seguramente no estaría aquí’.
Más que un programa de hacer artistas, es un programa de generar afecto, de generar situaciones afectivas, de cariño, de escucha, de libertad en el juego, de eso es lo que hace que un niño se forme de una manera distinta.

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