“El mal del fierro”: Héctor Horacio Dávila y su pasión por los autos clásicos que trajo dos Récord Guinness a Saltillo

Héctor Dávila es uno de los impulsores más importantes del movimiento de autos clásicos en el norte de México. Con dos Récords Guinness, décadas de experiencia y una colección emblemática, ha consolidado en Saltillo una comunidad de entusiastas que restauran, conservan y celebran la historia automotriz

3 mayo 2025
“El mal del fierro”: Héctor Horacio Dávila y su pasión por los autos clásicos que trajo dos Récord Guinness a Saltillo

Héctor Horacio Dávila Rodríguez nació el 5 de julio de 1960. Proveniente de una familia numerosa y unida, es el cuarto de cinco hermanos, aunque el mayor falleció durante la pandemia por COVID-19. Su trayectoria profesional como ingeniero industrial del sistema, egresado del Tecnológico de Monterrey, es solo una faceta de una vida marcada por el esfuerzo, el compromiso y los principios familiares inculcados desde la infancia.

Su formación académica se enriqueció con una maestría en administración también por el Tec de Monterrey, y aunque su camino se orientó hacia la ingeniería, en su familia abundan los perfiles profesionales: doctores, una maestra, e incluso un químico. Esta diversidad profesional refleja una base familiar enfocada en la preparación y el servicio, pero también en los negocios y el trabajo constante.

Criado en un entorno matriarcal, Héctor recuerda con profundo respeto y admiración a su madre, quien, con determinación, sacó adelante a todos sus hijos.

Fue ella quien lo envió a Estados Unidos en 1976 para estudiar inglés, algo poco común en aquella época. Allá, en Pensilvania, no solo aprendió el idioma, sino que también destacó en el ámbito deportivo, formando parte de equipos representativos de fútbol americano, lucha olímpica y atletismo, aun siendo uno de los más jóvenes.

La educación en su hogar se basó en el mérito y la autosuficiencia. Nada era dado gratuitamente; si se quería algo, había que ganárselo trabajando.

Esa filosofía se reflejaba incluso en lo cotidiano, como en la mercería familiar, donde si se deseaba un peluche para regalar, había que pagarlo, no recibirlo como obsequio. Esta disciplina forjó un carácter trabajador y emprendedor que ha marcado su vida y sus decisiones.

$!La pasión de Dávila por los autos clásicos ha trascendido lo personal: en Saltillo, su iniciativa ha convocado a cientos de familias a sumarse a exhibiciones y rutas. Gracias a esta comunidad, la ciudad ha conseguido dos Récord Guinness relacionados con automóviles antiguos.

Hoy, con 89 años, su madre sigue siendo una figura fundamental en su vida, y su legado vive en cada uno de sus hijos.

Héctor ha aplicado esa ética de trabajo en todos los ámbitos: desde el sector hotelero hasta la manufactura, y en cada rincón donde ha estado, se ha comprometido a dar el ejemplo, metiendo literalmente las manos en el trabajo, ya sea lavando autos, ajustando maquinaria o atendiendo a clientes.

Apasionado del deporte, aficionado de los Steelers y recientemente convertido en seguidor de los 49ers de San Francisco, Héctor Dávila lleva su filosofía de “ensuciarse el uniforme” a cada proyecto y responsabilidad que asume.

Para él, no se trata solo de dirigir, sino de saber hacer. Cree firmemente que la única manera de liderar es con el ejemplo, demostrando que el compromiso y la excelencia no son opcionales, sino el camino correcto.

En esta entrevista para A La Vanguardia, nos habla de una de sus pasiones: los autos clásicos.

$!Al fondo de sus vehículos más emblemáticos, Dávila conserva también la memorabilia y señalética que ha coleccionado en más de cuatro décadas. Todo en su espacio remite a la cultura carretera y al espíritu viajero que dio origen al movimiento.
¿De dónde nace la pasión por los autos clásicos?
Desde que era niño, siempre me apasionaron los autos. Tenía una habilidad natural para armar maquetas sin siquiera leer las instrucciones. Me encantaba pintarlas, abrirles la cajuela y llenarlas de piedritas para jugar. Con mis amigos de la infancia, los carritos eran parte de nuestra vida diaria.
Más adelante, trabajé en Houston con un tío y con el dinero que ahorré compré una camioneta abandonada. La restauré poco a poco, enfrentando varios retos, desde reparaciones hasta trámites con las autoridades.
En 1985, impulsado por mi amor a los autos, organicé el primer evento de autos clásicos en Saltillo, llamado Mundo sobre Ruedas. Fue un gran reto, pero lo hicimos posible con el apoyo de amigos.
A pesar de que me fui a estudiar y luego trabajé fuera, nunca dejé esa pasión. Años después, junto con otras personas igual de entusiastas, volvimos a organizar eventos. Incluso en 2022 logramos traer 50 carcachitas desde distintas partes del país, algo muy complejo pero muy gratificante.
Aunque hubo desacuerdos con algunos clubes, para mí lo importante siempre ha sido compartir esta pasión y hacer que la gente disfrute del legado automotriz.
¿Cómo empezaste en esta pasión?, ¿fue con esa camioneta?
No, la primera fue una una motocicleta Honda de 500. Venían desarmadas de una caja de cartón y el frente viene desarmado y pues estuvimos casi 4 o 5 días armado todo el tablero, tacómetros del velocímetro, el manillar, el freno, el acelerador, el foco. Todo. Y no funcionaba.
Ahí estábamos como locos y en eso pasó mamá a la hora de la comida. Dice que si no lo podemos echar a andar. Le decimos que no. “Pónganle gasolina”, dice. Y pum, prendió.
Luego, la primera camioneta que obtuve fue una de 1958. Me costó mucho dinero para mí en aquel tiempo.
Tenía 14 años. Y en una ocasión, en un banco, la vio una persona de mucho dinero. Firmó un cheque y me dijo: “ponle la cantidad que quieras que no llegue a seis cifras”. Le pregunté si le podía poner un peso antes del millón. “Sí, pónselo”. Y pues yo tentado, porque no traía dinero.
Pero me rajé. Le dije: no la vendo, no la vendo y ahí se quedó.
Mi mamá me dijo: “Cuando usted haga un trato, tiene que fajarse. Su palabra es la que vale. No puede decir que siempre no”.
Imagen Saltillo, con modelos restaurados qu
Si esa camioneta hablara, contaría que fue con la que entregué mi primer pedido al Grupo Benavides. Nunca me abandonó. En Monterrey, cuando estudiaba, fue la que me sacaba del jale. Y sigue aquí. A mis hijos los paseé en ella, manejando con una mano. Por eso se quedó conmigo.
Entonces aprendes de carros y también de responsabilidad.
Esto es más que un hobby: es una forma de vivir, de conectar con otros y de conservar la historia sobre ruedas
¿Los Récord Guiness de Saltillo que consiguieron con autos clásicos, cómo fueron?
La idea nació cuando asistimos a un evento de Récord Guinness en la Ciudad de México. Fue el primero en su tipo, y aunque fuimos con entusiasmo, la experiencia fue un caos total: tráfico pesado, falta de espacio y una logística muy complicada para los que íbamos con coches y tráilers.
Ahí fue cuando pensé: ¿por qué no organizar algo así en Saltillo? Aquí tenemos todo: infraestructura, hoteles, restaurantes y el espacio suficiente para hacer un evento bien organizado.
Le propuse la idea al alcalde de ese tiempo, Isidro López, y me dijo que sí. Se armó una mesa de trabajo con Protección Civil, Bomberos, Seguridad Vial, representantes de centros comerciales y nuestro club. Fuimos alrededor de 20 personas, y nadie faltó a ninguna reunión.
Durante ocho meses trabajamos duro, invitando participantes de todo el país: Zacatecas, Hermosillo, Guadalajara, Querétaro, San Luis Potosí, Sonora. Queríamos romper el récord de la mayor concentración de camionetas pick-up clásicas, que estaba en unas 450 unidades.
Tras todo el esfuerzo, apenas teníamos 250 registradas formalmente, lo cual nos preocupó bastante.
Imagen Record Guiness de autos clásicos en
Pero el día del evento fue una locura maravillosa: llegaron más de 700 camionetas pick-up clásicas. El bulevar Venustiano Carranza se llenó completamente, desde la funeraria Martínez hasta Galerías. Se nos salió de las manos de tan grande que fue, y tuvimos que abrir el parque con ayuda de don Víctor, quien siempre nos ha apoyado.
Dimos kits con camisetas y tazas, cortesía del Grupo Industrial Saltillo, y usamos chips especiales para registrar el paso de cada camioneta por la meta. Mi familia fue clave: mi esposa Patricia y hasta mi mamá manejaron vehículos. Fue un esfuerzo comunitario total.
Hubo también tensión con el tema del juez de Guinness. A dos días del evento, aún no habíamos pagado los 25 mil 000 dólares necesarios para traerlo desde Brasil. Gracias a una gestión de último momento del alcalde y un préstamo urgente de un amigo, se hizo el depósito justo a tiempo. El juez llegó desde Brasil la madrugada del evento, y a las 9:00 a.m. ya estaba validando todo.
Aprendes de carros y también aprendes de responsabilidad
Además de dinero ¿qué es lo que cuesta de tener autos clásicos?
Dedicarse a los autos clásicos no solo cuesta dinero; lo más caro es el tiempo y la pasión que se invierte.
Tienes que ser verdaderamente apasionado, porque restaurar un auto a su estado original no es fácil. Yo decidí conservarlos tal cual salieron de fábrica, sin modificaciones modernas. Y eso implica buscar piezas originales —como una simple plaquita de identificación que me costó 100 dólares, pero cuya búsqueda y hallazgo me dieron una alegría inmensa.
No se trata de poner piezas nuevas que funcionen, se trata de hacer funcionar las originales, aunque eso signifique estar horas con un alambrito o reconstruyendo un medidor viejo. Es un proceso largo, artesanal, y muy personal. Además, se vuelve parte de la familia: mis hijos, mi esposa, hasta mis nietos tienen una conexión con cada coche.
El clásico no solo es un vehículo, es una historia viva que compartimos.
También está el lado humano. Haces muchos amigos. Hay algo que llamamos “el mal del fierro”: una especie de hermandad. Si te quedas tirado en otra ciudad, basta con pedir ayuda en el grupo de autos clásicos, y seguro alguien aparece. Esa red solidaria no tiene precio.
Encontrar la gente adecuada para trabajar en los autos también es difícil. No todos los talleres tienen la habilidad ni la paciencia para trabajar como antes, con plomo, sin pasta, y sacando las líneas a puro golpe de experiencia.
Y lo más bonito es que en el camino vas aprendiendo de todo: pintura, motores, transmisiones, aceites... Es una escuela de vida.
Imagen bicicletas, herramientas y vehícul
Hoy, con tantas restricciones y con la escasez de piezas, esto se vuelve aún más desafiante. La comunidad internacional ya empieza a definir qué autos se considerarán clásicos, y cada vez se acota más el rango.
Pero mientras eso pasa, yo sigo emocionándome como el primer día cada vez que un motor arranca, cada vez que termino un proyecto, o cada vez que alguien de la familia se enamora de una “carcachita”.
Esto es más que un hobby: es una forma de vivir, de conectar con otros y de conservar la historia sobre ruedas.
El mal del fierro es una especie de hermandad: si te quedas tirado, siempre aparece alguien a ayudarte
¿Algún consejo?
Si vas a empezar en este mundo, mi consejo es claro: no te metas con autos raros.
Al principio, todos nos emocionamos con un modelo exótico, pero muchos no tienen refacciones y terminas frustrado o gastando una fortuna. Busca algo más común, donde todavía haya piezas o al menos una comunidad que te respalde.
Y nunca, pero nunca compres un coche totalmente picado. El óxido es como el cáncer: cuesta tres veces más restaurarlo de lo que vale. Mejor pregunta, acércate a un club, a la gente que sabe. Hay muchos que te van a orientar con gusto, porque aquí el compañerismo es real.
Este mundo une a la familia, genera amistades que duran años y da una satisfacción enorme.
Hay una anécdota que me encanta: un niño le dice a su papá que de grande quiere tener un auto clásico, porque ve que los que tienen uno se saludan con alegría, como si fueran amigos de toda la vida. Y es cierto. Yo tengo amigos que no veo en años, y al reencontrarnos es como si nos hubiéramos visto ayer. Así de fuerte es el “mal del fierro”.
Aquí no hay espacio para cosas negativas. Es un ambiente sano, sin vicios, donde se respeta y se convive. Las familias son bienvenidas, las esposas acompañan, los hijos se integran.
Mi mensaje es: si no tienes una pasión, ven a los autos clásicos... te puede cambiar la vida.

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