Historias de amor, amarres, embrujos, traiciones y otras locuras de un viejo Saltillo movido por el deseo

¿Es el amor un delirio colectivo que nos obliga a buscar certeza en lo inestable? Si los hechizos, los amarres y las supersticiones han sido intentos de fijar lo que por naturaleza es efímero, ¿acaso no seguimos haciendo lo mismo con nuevas formas de control y obsesión? Y si el amor es una ilusión construida por narrativas, rituales y ficciones, ¿qué queda cuando nos atrevemos a mirarlo sin artificios?

Historias de Saltillo
/ 14 febrero 2025
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El amor ha sido siempre un escenario de lo imposible, una trampa en la que el deseo se enreda para no enfrentarse a sí mismo. Amar es, en cierto sentido, aceptar la pérdida desde el principio, vivir con la certeza de que la promesa del otro nunca se cumple del todo.

Lo mencionó Georges Bataille al escribir que el erotismo es, ante todo, una transgresión, un cruce de límites que revela la precariedad de la identidad y la fragilidad de los cuerpos. Lo enunció también Lacan, que redujo el amor a una falta: amar es dar lo que no se tiene a alguien que no es.

Y sin embargo seguimos apostando al amor como si fuese una certeza, seguimos creyendo que el deseo puede domesticarse en la monogamia o en el rito del matrimonio. La siguiente idea conviene más plantearla como una pregunta: ¿seguimos creyendo en los hechizos, en los amarres, en la posibilidad de manipular lo que de por sí ya es inestable?

No hay cultura sin sus fórmulas mágicas para el amor, sus filtros, sus invocaciones. Desde las pócimas medievales hasta los rituales contemporáneos de TikTok, el amor y la magia han ido de la mano, como si el deseo pudiese ser domado con el procedimiento correcto.

Aprovecharé este espacio par hablar más adelante de algunos casos de “brujería amorosa” en Saltillo no solo por su valor documental o por una fascinación con lo arcaico, sino porque en ellos vemos las mismas dinámicas de control, obsesión y deseo que siguen operando hoy.

Cambian los métodos, pero las motivaciones son las mismas.

Pero llevemos toda esta charla al tema histórico en Saltillo, en torno a las historias de amor embrujado en la ciudad. No porque sean curiosidades del pasado, sino porque, al leerlas, es inevitable vernos reflejados en ellas en el presente.

Ahora, los casos que pude rescatar reflejan casos de mujeres persiguiendo a hombres o situaciones en donde esto siempre son las víctimas.

Como explica Silvia Federici en “Calibán y la bruja”, la persecución de las mujeres acusadas de hechicería no solo fue un acto de superstición, sino una estrategia de control sobre sus cuerpos y su capacidad de agencia. La misma lógica opera en las historias de amor y brujería en Saltillo.

¿Es una muestra de la estructura patriarcal internalizado en la sociedad? Por supuesto. Y no debe quedar solo en evidencia, sino que estos casos deberían servirnos también cuestionar la actualidad.

Mariana de la Fuente y los hechizos de ligue

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En la década de 1660, la Villa de Santiago del Saltillo fue escenario de un caso de hechicería amorosa que llegó hasta la Inquisición, según documenta Arturo E. Villarreal Reyes. Lo narró en la Gazeta del Saltillo de Enero-Abril de 2016. Todo comenzó cuando Jerónima de Sotomayor, desesperada por la infidelidad y los malos tratos de su esposo, Manuel de Vozmediano, buscó ayuda para recuperarlo.

La respuesta llegó de Mariana de la Fuente, una mujer conocida en la villa por sus conocimientos en remedios amorosos y hechizos de ligue. Entre sus recomendaciones, le aconsejó moler huesos de difunto y espolvorearlos en la ropa del marido, así como lavarse las partes bajas y darle de beber esa agua para fortalecer el vínculo entre ellos. Sin embargo, Jerónima descubrió que la amante de su esposo, Francisca de la Cerda, había usado un método similar: mezcló agua de su menstruación con raspaduras de uñas y se la dio a beber a Manuel, asegurándose así su fidelidad.

El caso estalló cuando la Santa Inquisición intervino. Mariana de la Fuente fue acusada de brujería y maleficios amorosos, y su reputación se desplomó cuando varios testigos aseguraron que había utilizado sus conjuros para ligar a distintos hombres durante más de 30 años. El juicio reveló la amplia práctica de brebajes y pócimas amorosas en la región, dejando claro que, en el Saltillo virreinal, el deseo y la superstición estaban profundamente entrelazados.

La acusación hacia Manuela, la mulata

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El amor nunca ha sido solo una cuestión de sentimientos, sino un escenario donde el deseo, el poder y la superstición han definido sus propias reglas.

Freud señaló que el deseo está marcado por la falta: anhelamos lo que no tenemos y, cuando lo obtenemos, deja de ser deseable. Aun así, la cultura insiste en la promesa de su cumplimiento, como si el romance, la pareja o el sexo pudieran suturar la herida de nuestra incompletud.

Pero, ¿qué ocurre cuando el deseo se convierte en una obsesión? ¿Y si, en lugar de aceptar su naturaleza efímera, intentamos someterlo, fijarlo, forzarlo?

Ahí podría enmarcarse varias historias. Una de ellas tiene fecha el 6 de julio de 1748 en el Saltillo de antes. Según documentos del Archivo Municipal de Saltillo y un artículo de Tamara Medrano publicado en un libro editado por El Heraldo de Saltillo, Manuela, una mujer de origen mulato, fue sacada a la fuerza de su casa por Miguel González y tres hombres, quienes la acusaban de haber hechizado a la esposa de González.

La llevaron con violencia, la amenazaron de muerte y la azotaron brutalmente, exigiéndole que confesara su crimen o que al menos revelara qué otra mujer le había enseñado la brujería.

Manuela juró que no sabía nada, que nunca había practicado hechicería ni conocía a nadie que lo hiciera. Pero su negativa solo enfureció más a González, quien la golpeó hasta que, por miedo a ser asesinada, aceptó la acusación y dijo que podía curar a su esposa con un muñeco que tenía en su casa.

Miguel González aseguraba haber visto a Manuela entregarle a su esposa una pelotilla de hueso de maguey con alfileres, tras lo cual la mujer cayó en cama, consumida por una enfermedad extraña para su época. Sin embargo, nunca se encontraron pruebas reales de hechicería, más allá del testimonio de un esposo desesperado y de la confesión arrancada bajo tortura.

Marcelino Escobedo, casado por embrujo

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Después, en el Saltillo de 1868, está el caso de Marcelino Escobedo, cuya historia se difundió en la época con el título: “Casado por embrujo”.

Hasta antes de su relación con Ysabel Flores, era un joven como cualquier otro. Comía con apetito, dormía con tranquilidad, tenía intereses diversos. Pero un día dejó de comer. Dejó de hablar con su familia. Solo repetía, una y otra vez, que debía casarse con Ysabel.

$!Así aparece en la edición de diciembre de 1992 de la Gazeta el caso del matrimonio que se investigó por presunta brujería.

Su padre, Jesús, alarmado, buscó explicaciones. Finalmente, alguien le susurró lo impensable: Ysabel le había dado toloache, la planta que podía convertir el deseo en obsesión.

El caso llegó a los tribunales. El juez tercero de lo social encontró a Marcelino en un estado de trance. No había pruebas fehacientes del hechizo, pero tampoco había una explicación racional para su comportamiento. Así que la única solución fue aceptar el matrimonio.

El caso de Mónico y las brujas

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Este caso le pertenece más al folklore saltillense que a los documentos.

La historia cuenta que entre 1919 y 1921, en una casa de la calle Victoriano Cepeda, Mónico Martínez, agente de hoteles, vivió con un miedo que lo consumió hasta la muerte. Aunque era conocido por su elegancia y amuletos supersticiosos, su obsesión con las brujas y lechuzas lo sumió en una paranoia creciente.

Aseguraba que alguien lo acechaba por las noches, que despertaba con rasguños inexplicables y que las brujas esperaban el momento de llevárselo. Supuestamente por una deuda de amores.

En marzo de 1921, tras días de insomnio y crisis, su familia pidió ayuda a las autoridades, quienes montaron guardia en su habitación.

A la mañana siguiente, su cama estaba vacía. Lo encontraron flotando en la alberca sin signos de ahogamiento. Su hermana yacía inconsciente en el patio, aferrada a un zapato suyo, asegurando que intentó detenerlo cuando lo vio “volar”.

El misterio nunca se resolvió. Para algunos fue un ataque de histeria, para otros, una prueba de que el miedo puede ser tan letal como aquello que lo provoca.

Debo decir que no encontré documentos formales que acrediten el hecho. Si embargo no quise dejarlo fuera. Porque al final, la historias que nos dan identidad no son solo aquellas que se comprueban con el método científico.

Hechizos digitales y amor en la era del algoritmo

Los casos de Saltillo no son reliquias del pasado. Con quien se platique, es fácil encontrar testimonios de personas que conocen alguien a quien le dieron agua de calzón, que lo tienen amarrado, que le hicieron un trabajo.

Aquí no estamos diciendo que eso sea cierto o no.

Lo que sí creo que de formas contemporáneas, los hechizos de amor siguen existiendo. El deseo sigue manipulándose, aunque ya no sea con toloache, sino con algoritmos que nos muestran, una y otra vez, el rostro de quien queremos olvidar. Las redes sociales han convertido la ausencia en una ilusión: basta un like para mantener vivo el espejismo de la cercanía, basta un mensaje no respondido para provocar la ansiedad del abandono.

El amor, como en los viejos rituales, sigue siendo una transacción de poder. Si antes un conjuro ataba el alma de alguien, hoy son las plataformas digitales las que deciden a quién seguimos viendo, con quién seguimos interactuando, a quién seguimos deseando.

Tal vez, en última instancia, el amor no sea algo que se encuentre o se fuerce, sino algo que se inventa cada día, sin garantías, sin conjuros, sin la seguridad de que mañana seguirá existiendo.

Y tal vez, justo ahí, en su fragilidad, resida su verdadero poder.

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