Cosa muy de ver era aquella amable viejecita, blanca y sonrosada, de negro siempre hasta los pies vestida, con su chal, señorita ella de misa y comunión diaria, entrando en aquellos villanos callejones habitados por gente de mal ver y peor vivir
Entre pistas de baile, rusos blancos y noches interminables, el Kumbala fue más que un bar; fue un espacio de encuentro y cultura que vive en la memoria un Saltillo más pequeño, más íntimo, más seguro.
Dos siglos de historia caben en estos muros. Lo mismo guardaron las plegarias de un cura que los apuntes de una estudiante; lo mismo contuvieron cuerpos presos que ideas en fuga. El Centro Cultural Vito Alessio Robles ha sido todo eso: casa, cárcel, refugio y escenario de lo inolvidable.
El Saltillo antiguo se murió y nadie lo veló. Lo disfrazamos de progreso: le pusimos bardas, cámaras, slogans y hashtags. Lo que alguna vez fue comunidad es ahora fraccionamiento cerrado. Lo que fue cielo idílico, ahora nubes de ceniza. ¿Cuánto más tiene que arder esta ciudad para que dejemos de nombrarlo con nostalgia?
Para verlos danzar podemos ir al atrio de la Catedral cada 6 de agosto, tradición que data de 1640; el 12 de diciembre en el Santuario de la Virgen de Guadalupe; el 3 de mayo en Landín y como ya lo habíamos comentado, el segundo domingo de septiembre en la Iglesia del Ojo de Agua.
La reelección del gobernador José M. Garza Galán en 1889 desató tres días de festividades llenas de lujo y propaganda en Coahuila; los banquetes, el baile y los discursos retratan el espíritu del Porfiriato y la exaltación política de la época
La antigua casona ubicada en el corazón de Saltillo ha sido testigo de intrigas familiares, hospedaje presidencial y decisiones históricas clave para el país. Hoy, su estructura sufre un alarmante deterioro
El lenguaje tiene la capacidad de moldear la historia inscrita en el espacio público. En Saltillo, la calle José María Lafragua se ha transformado, en el habla cotidiana, en “La Fragua”, diluyendo el homenaje original a un personaje histórico
En 1777 se contaban más de 600 manantiales en Saltillo. Hoy se estiman menos de trece. Esta es la historia líquida de una ciudad que nació del agua y que, entre válvulas, pozos y promesas, ha ido secando su memoria