‘El triunfo de Sheinbaum, puede rearticular a la derecha’: Alicia Hopkins, doctora en filosofía política
Los ejemplos de mujeres que han sustituido a figuras mesiánicas en el continente, deben alertarnos sobre procesos de golpes de Estado light, sobre todo en un país que, como el nuestro, hereda un poderío militar como nunca antes.
Alicia Hopkins Moreno no se encandila tan fácilmente con el hecho de que México tendrá por primera vez una presidenta de la República. Ni ello es sinónimo de gobierno con enfoque feminista, ni resuelve en automático la deuda enorme con el asesinato y la desaparición de mujeres. Como feminista dedicada al estudio de la filosofía política latinoamericana, Hopkins tiene un largo recuento sobre la condición política de Claudia Sheinbaum, que deja poco espacio para la esperanza. “Hay una deuda enorme con el movimiento feminista”, dice. “Cuando llega a la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, una de las promesas que dio fue quitar el cuerpo de granaderos, que es un cuerpo de represión del movimiento social. No solamente no eliminó a los granaderos, sino que creó nuevos cuerpos policiales, ahora femeninos o feminizados, como el grupo de las Ateneas, que son granaderas que salen cada vez que nosotras salimos a las calles, en esta posición beligerante no solamente de contener, sino de reprimir al movimiento, y esto para mí es una contradicción enorme que muestra claramente el uso político del discurso feminista, cuando en la práctica lo que tenemos es el enfrentamiento cotidiano, en cada una de nuestras movilizaciones, con las fuerzas represivas que ella misma ha mandado”.
En el listado de hechos, Hopkins añade el desencuentro que sostuvo la futura presidenta con madres de mujeres asesinadas o desaparecidas con el tema de La joven de Amajac, por la conquista de la antigua glorieta de Colón, o el encarcelamiento de feministas que tomaron uno de los edificios de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (“víctimas de una persecución y criminalización inaudita”). O el hecho de que, también, jamás haya dicho la palabra “aborto” durante los meses de campaña. “Sabemos que es una de las reivindicaciones más importantes del movimiento feminista en este país, pero del aborto se habla de manera confusa, como el derecho de las mujeres a su cuerpo. No se dice la palabra porque tiene un costo político. Ella está jugándose otras cosas. Ha priorizado -y eso también es muy importante decirlo- la línea política del partido por encima de las posiciones feministas.
P-El triunfo de Claudia Sheinbaum es demeritado sobre todo por la oposición. No ganó ella, dicen, sino López Obrador. ¿Este tipo de referencias, no cae en lo mismo?
R-Es muy importante posicionarnos críticamente, pero hay que tener mucho cuidado de no caer en las trampas ideológicas de la derecha. Hay críticas que se están haciendo desde la oposición, pero eso una oposición de la clase política históricamente dominante en este país, y me parece que es muy importante tenerlo muy claro para evitar repetir sus mismas consignas o sus mismas ideas.
Ahora, yo no le restaría méritos, más bien pensaría en términos más complejos, porque la política no se juega en el orden de lo personal, sino es todo el proyecto político y los programas que se han derivado de este proyecto político establecido por Morena, que ha generado mucha legitimidad popular en función, sobre todo, de una política económica de distribución de la renta, que en muchos sentidos ha generado también una política clientelar, y eso ha sido muy exitoso.
P-En ese contexto, qué significado tiene el hecho de tener una primera mujer a cargo de la Presidencia de la República.
R-Ahí tendríamos que analizarlo desde distintos puntos. Ella lo dice: en 200 años es la primera vez que hay una mujer presidenta. Y yo creo que eso nos puede llevar a muchas confusiones, porque si bien es importante para las mujeres tener distintos tipos de representaciones en el mundo, también es cierto que este afán por conseguir una especie de igualdad frente a los varones no está inscrito en el aire, sino está inscrito en una historia en donde hay estructuras políticas de poder que están marcadas ahí, y que efectivamente cuando hablamos de representación o cuando hablamos sobre la primera vez que una mujer hace tal o cual cosa, se inscriben en esas estructuras de poder. El hecho de que haya una primer mujer presidenta significa entonces que ahora estaríamos reivindicando estas posiciones históricas de poder, y eso me parece que es muy problemático, porque la forma Estado, las reglas del juego, todo lo que está en la mesa cuando hablamos de la política, está creado desde una modernidad patriarcal que no se centró, no se basó y no fue construida por nosotras.
P-¿De qué sirve pensar o luchar por la igualdad en una estructura de poder que es injusta de por sí, bajo ese criterio?
R-Esto es lo que me parece que es muy importante cuestionarlo y que está en el fondo. María Renée Galindo (Bolivia), en “El feminismo bastardo” tiene una frase muy ilustrativa sobre lo que estamos conversando. “No queremos la mitad de su infierno”. Vivimos en un tiempo en donde la democracia está en decadencia, es una democracia de mercado. Sabemos que finalmente no son los partidos políticos, no son las personas gobernantes quienes realmente ejercen el poder en el país. Hay muchos poderes fácticos, económicos, que son quienes están finalmente financiando y obteniendo las ventajas y los beneficios de este sistema económico y político. En ese sentido, me parece muy ingenuo pensar que el hecho de que una mujer sea presidenta signifique que la condición de las mujeres en este país va a cambiar.
P-La diferencia discursiva durante las campañas fue imperceptible cuando se abordó la agenda feminista. ¿Qué sustentó la credibilidad en una o en otra candidata? O mejor dicho, ¿el voto estuvo decididamente influido por la marca de los partidos políticos y no por su condición de mujeres?
R- Sí, pero me parece que tiene un peso muy fuerte toda la discusión, sobre todo la que se ha generado a partir del discurso de López Obrador, que ha cimbrado en amplios sectores de la población mexicana. Es un discurso que tiene su pretensión de verdad, porque hay que decir lo que históricamente corresponde. Pero cuando pensamos qué papel histórico han jugado el PRI, el PAN y ahora el PRD, esa configuración que ha sido tan criticada desde el discurso presidencialista, también se ancla a una conciencia histórica del pueblo mexicano, que reconoce en estos partidos una deuda social enorme. Sabemos que es a partir de la llegada del PAN que se desata esta guerra terrible y sanguinaria, y que el PRI es un lugar común cuando se habla de corrupción. Esa falta de legitimidad, por supuesto que afecta a la hora de la votación. Por otro lado, tenemos un proyecto que aparece como novedoso, pero que en realidad contiene mucho de la cultura clásica-histórica del país, como el Movimiento de Regeneración Nacional. El sentido popular, si bien no es nuevo, es en gran medida lo que le da legitimidad, masividad, y logra que se siga apostando por la continuidad, aunque conozcamos perfectamente sus límites y contradicciones. Me parece que este programa económico de distribución de la renta ha jugado un papel fundamental, pero también hay que decir que esta figura mesiánica, estos mesianismos populares tan clásicos también de la política latinoamericana, alimentó o ha alimentado el imaginario de este proyecto popular, como un proyecto emancipador de estas otras posiciones políticas de corrupción y de conservadurismo de las clases dominantes.
P-Las candidatas presidenciales no fueron las únicas en este proceso. En teoría existe una representatividad de mujeres como no la hubo antes de 2018. El mismo presidente presume un gabinete a partes iguales, y sin embargo estuvo lejos de empatizar con el movimiento feminista. ¿Por qué?
R- A nosotras, como parte del movimiento feminista, lo que significó este sexenio fue una continuidad en términos de discursos, que fue muy peligroso y generó mucha violencia. Por ello insisto en que las cuotas de género no representan necesariamente un trabajo a favor de las mujeres, y aunque haya habido más mujeres en el gobierno, eso no significó para nosotras un avance. Al contrario, desde sus mañaneras, el presidente siempre manejó discursos que deslegitimaron al movimiento feminista. El movimiento feminista, afortunadamente, junto con el movimiento en defensa del territorio y de la vida, fueron los dos sectores o los dos movimientos que se mantuvieron siempre críticos a este gobierno, por una cuestión muy básica: en el 2016 nosotras salíamos a las calles a protestar porque seis mujeres eran asesinadas al día. Hoy son 10 mujeres asesinadas al día, y lo mismo ocurre con los pueblos, barrios y comunidades que están en defensa del territorio y de la vida, que se enfrentan a megaproyectos y a discursos que buscan desacreditarlos, llamándolos ecologistas conservadores. Pasa lo mismo con nosotras. Se nos señala como parte de una oposición conservadora, cuando realmente estamos muy lejos de eso, porque también la oposición conservadora ha sido históricamente nuestra enemiga en términos de la lucha por los derechos de las mujeres. Es muy peligroso porque cuando se deslegitima así desde la presidencia, con estos discursos reiterativos y teniendo una amplia legitimidad popular, con millones de personas que creen en la palabra del presidente, nos pone en un riesgo constante. Ya no es solamente la violencia estructural a la que estamos enfrentando, sino a multitudes que se envalentonan con estos discursos de odio, machistas, que hay desde las estructuras del poder.
P-La violencia hacia las mujeres es solo una de las grandes deudas que deja este sexenio. ¿Cómo se explica el grado de determinación electoral que se ha visto el 2 de junio?
R-Es un fenómeno popular, y eso es muy importante verlo también como parte de la historia latinoamericana. Cuando ocurren estos fenómenos de gobiernos de amplia legitimidad popular, aunque sean gobiernos con múltiples contradicciones, representan esperanza. El gobierno de López Obrador llega al final de esta ola de gobiernos progresistas en América Latina, y todos ellos (Bolivia con Evo Morales, Argentina con los kirchner, Ecuador con Rafael Correa, Brasil con Luiz Inácio Lula, Chile con Michelle Bachelet), gobiernos a los que hemos denominado progresistas -y quizás habría que pensarlos en otros términos- provienen de un hartazgo del pueblo. El desmantelamiento del estado de bienestar, por más precario que haya sido en América Latina, a partir de las políticas neoliberales impacta en la economía, en la cotidianidad, en el imaginario popular. Entonces hay un reconocimiento de ese deterioro de la vida y hay movilizaciones amplias, masivas, que se posicionan para confrontar al neoliberalismo. De ahí nacen los gobiernos progresistas. Pero las movilizaciones populares, las ollas comunes, estas formas organizativas, constituyen toda la potencia de los distintos pueblos latinoamericanos, incluido el nuestro, y sin embargo la propia dinámica, la propia lógica, la propia regla de la política moderna, establece una dinámica partidista con el estado que va, de alguna manera, a limitar y a encerrar toda esta potencia.
El caso nuestro lo pongo en relación con América Latina porque no es un fenómeno aislado, representa una lógica política de toda la región, de estos pueblos que están enfrentándose al neoliberalismo y que buscan una esperanza, y esa esperanza termina encarnada en un partido político y en un personaje carismático. Esta mirada nos advierte ya sobre los peligros, porque justo ese carisma, esa legitimidad popular, esa masividad que consiguió López Obrador es muy difícil de ser sustituido. Y veamos qué pasó después en los otros países: Cuando Lula se va, llega Dilma (Rousseff). Pero Dilma no tiene el carisma, la legitimidad popular, la carga mesiánica que tenía Lula, y le hacen este golpe de Estado light que se hace ahora, a partir de los congresos, para inhabilitar su gobierno. A Cristina kirchner le hacen lo mismo, y se va rearticulando la derecha, y le impiden, por algunos estratagemas legales, gobernar. En Bolivia terminó en golpe de Estado también, porque no hay quien sustituya a Evo.
Sin que sea una cuestión de manual, ni que estemos mirando el futuro en una bola de cristal, es importante prever algunos riesgos y algunas tendencias de lo que ha ocurrido en otros países. Lo que puede ocurrir acá es justo esta rearticulación de la derecha, porque va a ser muy difícil para Claudia Sheinbaum lograr sostener esta grado de legitimidad y este carisma de López Obrador.
P-Este gobierno no solo hereda crisis sociales y proyectos nacionales inconclusos. Sobre todo deja un país militarizado. ¿Cómo influye todo ello en esta posible reconfiguración de la derecha?
R-Desde luego no hablamos de cualquier derecha y de cualquier país. Lo que hizo este gobierno -por más que se diga de izquierda- fue básicamente establecer un régimen de excepción, dándole poder a los militares como nunca antes en la historia. Pienso en las elecciones que habrá dentro de seis años, cuando se vaya deteriorando esta legitimidad popular y la derecha vaya rearticulándose con estos discursos de la corrupción, que es lo mismo que usaron contra Lula, con Evo, con todos. Es un mismo paradigma político, y es una misma estrategia política también. Entonces, cuando tenga más efectos de deslegitimación el trabajo de este gobierno, van a encontrarse con un Estado militar a su medida, como a ellos les gusta, y eso es lo tremendo. Ha sido una de las deudas y de las contradicciones más grandes de este gobierno, no solamente faltar a la promesa de desmilitarizar al país sino incluso hacer todo lo opuesto. Mientras más militares hay, más demanda de trata de mujeres también. Mientras más conflicto armado, también más mujeres son asesinadas y son utilizadas como botín de guerra. Y recordemos también que la guerra y el conflicto armado en este país, ancla, sobre todo, los intereses sobre los bienes naturales comunes, que son realmente la fuente de la riqueza sobre la que están yendo las clases políticas y económicas dominantes. A ellos no les tocaron ni un pelo en este gobierno.
P-Se ha visto a Claudia Sheinbaum como delegada en Tlalpan, como jefa de gobierno de la ciudad y como candidata. Siempre bajo esa sombra enorme de López Obrador. Una vez como jefa de Estado, cuáles serían las señales de que habrá de conducirse con una agenda distinta.
R-No creo que eso ocurra. Si hubiera una especie de dos caminos, y uno de esos caminos fuera el feminismo y otro el partido, creo que Claudia Sheinbaum va a elegir el proyecto del partido. Tiene esa disciplina de seguir la línea partidista. La veo más afín a un proyecto partidista que a un proyecto de emancipación o de liberación feminista.
COMENTARIOS