"¡Es la misma fecha y se repite el cataclismo!"
COMPARTIR
TEMAS
El saltillense Armín Gómez, catedrático del Tec de Monterrey Campus Ciudad de México, comparte con VANGUARDIA su testimonio del terremoto del 19 de septiembre 2017
En la Ciudad de México, especialmente en la época de lluvias, es usual que ocurran temblores de tierra. Todo comienza con crujidos de paredes y ruidos extraños del suelo, luego comienza el vaivén de objetos y de muebles. En mi cubículo de profesor del Tec de Monterrey, acostumbro tener una referencia (persiana o lámpara) que me indique que se trata de un temblor de tierra y no es un mareo u otra distracción. Normalmente, suenan las alarmas y tenemos tiempo de evacuar los edificios antes de que el movimiento arrecie, pocos segundos después ya ha dejado de temblar…
Ayer nada de esto fue así. No sonaron alarmas, no hubo indicadores ni señales previas. A las 13:14 horas nos sorprendió en el salón de clases la violencia del terremoto en toda su intensidad. Se movían paredes y techos, se deslizaban los asientos de colores con ruedas que ahora utilizamos en el Tec, comenzó a caer polvo y se escuchaban ruidos ensordecedores afuera.
Dos horas antes, a las 11:00, habíamos tenido el simulacro en conmemoración del sismo de 1985. Mi primer pensamiento sentado en mi silla giratoria que se movía sin control, sin dejarme levantar, fue: “¡Es la misma fecha y se repite el cataclismo!”. No lo creí posible, me supo como una broma macabra de la vida, como un mensaje de otra dimensión pues yo no creo en las coincidencias ni casualidades, creo que todo pasa por algo.
Nos recomiendan guardar la calma y pedir a los alumnos quedarse donde están. Es más seguro estar en el salón junto a los muros y columnas que salir en estampida hacia las escaleras que pueden caerse. Pero este 19 de septiembre fue tan violento el movimiento telúrico que poco pude hacer para mantener la cordura, los chavos comenzaron a exaltarse y a gritar, y alguien pidió salir del lugar. Me levanté a abrirles la puerta, pues algo que he aprendido es que la huida es una pulsión incontenible y no puedes detener a alguien que necesita salir. Logré levantarme pero el movimiento me hizo tambalear y casi me caigo. Ya los chicos habían abierto y salían en tropel, corriendo, gritando y empujando, rompiendo todas las reglas para salvar la vida, lo que en su gran mayoría fue así, afortunadamente.
Ya parado en la puerta sólo se veían nubes de polvo, se oían ruidos y gritos. En medio del caos tuve un ángel. Justo ayer tenía como invitada en clase a la escritora Ximena Suárez que nos iba a hablar del guión para televisión. Ella, de modo increíble para mí, mantuvo la calma y me repitió que nada nos iba a pasar. Yo no dejaba de observar el techo para advertir si algo se nos caía encima, pero ya nada más pasó, solo quedaba aguantar en el dintel de la puerta el fortísimo movimiento que no paraba.
Al fin cesó. Nos dimos el lujo de entrar al salón y recoger nuestras bolsas (sólo quedábamos ella y yo, los jóvenes ya se habían ido). Cuando estábamos saliendo hacia las escaleras que estaban intactas, Ximena tuvo el impulso de asomarse al pasillo: ya no había puentes, sólo espantosos escombros. Vimos algunos estudiantes asomándose a los montones de rocas y vigas, queriendo comprobar si había gente atrapada, y por desgracia sí la hubo. Hasta hoy miércoles, cinco personas del Tec de Monterrey Campus Ciudad de México perdieron la vida. No sé si son alumnos o profesores o empleados, no tengo más información.
Después de evacuar, nos reunieron a todos en los jardines. Un amargo sabor de garganta reseca, no sé si por el polvo o el terrible susto vivido, me invadía. Tuve que sentarme en el pasto, para asimilar un poco lo que pasaba. De inmediato surgió la solidaridad, los chicos organizándose junto al personal de protección civil para quitar escombros. Eso me alentó y me llenó de orgullo. Luego, me entraron un par de llamadas justamente de gente muy querida de Saltillo, preguntando si yo estaba bien. Sí, estaba vivo, pero sin saber qué seguía, qué había pasado y qué más podía pasar.
Mi historia termina bien. Un par de horas después pude salir del campus gracias a que me dieron un aventón; el periférico estaba en pie, se podía pasar hacia el norte de la ciudad. El sur estaba colapsado, el tráfico parado por kilómetros. Luego, me quedé a mitad de mi camino pues el auto donde viajaba iba hacia otro rumbo y tuve que caminar unos 6 u 8 kilómetros para llegar a casa: no me importó, había salido ileso mientras otros queridos amigos y colegas estaban lastimados.
Agradezco hoy el regalo de la vida y a la espera de la nueva etapa que nos aguarda: velar a los muertos, reconstruir los edificios, tratar de volver a la rutina habitual. Abrazo a todos en Saltillo.
*Armín Gómez Barrios, nació en Saltillo, Coahuila en 1965) es Doctor en Letras por la UNAM. Es autor de “Ancestrales hechizos de amor” y de “Andanzas y desventuras del caballero Santos Rojo. Tríptico teatral”, una interpretación de la fundación de Saltillo. En el Tec de Monterrey, fue director de la carrera de Licenciado en Ciencias de la Comunicación y director de Medios Informativos y Comunicación Institucional en el Campus Ciudad de México.