Familia del Edil de Papantla festeja en grande pese a las desapariciones de 3 jóvenes

Nacional
/ 7 abril 2016

A días de que seis elementos y el Jefe de Policía de Papantla, Veracruz, fueran detenidos por la desaparición de tres jóvenes, el empresario Ricardo Romero Sánchez, hermano del Alcalde de ese municipio, el perredista Marcos Romero Sánchez, festejó su cumpleaños 56 con una fiesta multitudinaria a la que acudieron alrededor de cinco mil personas

Ciudad de México.– A días de que seis elementos y el Jefe de Policía de Papantla, Veracruz, fueran detenidos por la desaparición de tres jóvenes, el empresario Ricardo Romero Sánchez, hermano del Alcalde de ese municipio, el perredista Marcos Romero Sánchez, festejó su cumpleaños 56 con una fiesta multitudinaria a la que acudieron alrededor de cinco mil personas.

Medios de comunicación locales dieron a conocer que el festejo, realizado el domingo pasado, fue amenizado por grupos como Los Cadetes de Linares y Sangre Felina, agrupación conformada por hijos de Los Tigres del Norte. La misma información refiere que la entrada fue gratuita, al igual que las aguas y los refrescos, además de tratarse de una celebración que la familia Romero ha venido realizando desde hace años.

De acuerdo con el portal de noticias e-consulta, tanto los artistas como como los asistentes a la fiesta preguntaron por el Edil Marcos Romero Sánchez, quien, dice el medio, por primera vez en muchos años, no acudió al festejo. La publicación dice que el perredista sí puso dinero para la fiesta, no obstante el Alcalde no ha confirmado esta información.

Blanca Ninfa Cruz Nájera, madre de Alberto Uriel Pérez, uno de los tres desaparecidos por la Policía Municipal, lamentó en entrevista con la prensa local que el Alcalde haya dicho que no había dinero para liquidar a los elementos de su corporación policiaca que habían reprobado los exámenes de confianza, “y ahora me entero que tiene súper fiesta”

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Cruz Nájera dijo que aún cuando han pasado más de 16 días de que su hijo desapareció, conserva la esperanza de que sea encontrado con vida. “Sino por lo menos que nos entreguen los cuerpos ya que queremos verlos, nosotros sufrimos y la familia Romero divirtiéndose con baile y alcohol”, comentó.

“Al teléfono de mi pareja le dicen que ya no busque a mi hijo, que según era malandro y por eso lo levantaron. Pero si es verdad, que me lo digan de frente. A Uriel sí le gusta echarse sus caguamas y se fumaba de vez en cuando su churrito de mota, pero no tenían porqué desaparecerlo, ahora quién sabe si lo encontremos. A lo mejor ya lo mataron”, dijo por su parte Humberto Morales Pérez, padre de Alberto, al medio digital Blog Expediente.

A más de dos semanas de la triple desaparición no hay rastro de los ausentes. De Uriel sólo perduran las cosas que dejó en su habitación a medio construir, unas cuatro mudas de ropa, su altar a la Santísima muerte, sarapes regados en el piso, donde duerme. Y rayones con aerosol en las paredes que presumen su pasión por el graffiti.

Sobresale una pinta con la letra zeta en tonos negros, junto al altar que sus padres han ofrecido para su pronta aparición. “Queremos tenerlo otra vez con nosotros, sabemos cómo está la situación por acá, pero siquiera que nos regresen un brazo, una pierna, algo”, comenta el padre con los ojos flagelados por los desvelos.

La familia está asentada en la colonia Unidad y Trabajo, uno de los barrios que los turistas no conocen de Papantla por ser de los más humildes en la zona. Llanuras similares a los favelas brasileñas o las comunas antioqueñas, en Medellín, Colombia. Lugar para los desplazados, donde vive la gente pobre.

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“MI HIJO SE FUE DE PARRANDA Y YA NO REGRESÓ”

El viernes fue la última vez que se vio con vida a Uriel Pérez Cruz, según reporta su padre. Dio aviso que saldría de fiesta con sus amigos. Se engalanó para la ocasión, se despidió de los suyos y doce horas más tarde sería levantado por tres unidades policiacas, marcadas con los número 060, 061 y 084.

Con base en la denuncia ante el ministerio público de Papantla, con el número 326/2016, el joven de 19 años, viste una camiseta en cuello v color azul, pantalón de mezclilla clara, gorra en tonos azules y tenis aerodinámicos en vivos rosas y negros.

Su padre, desde una silla de plástico, lo dibuja como un chamaco flaco, que no rebasa el metro con 65 centímetros, tez criolla y de boca pequeña. Posee un tatuaje en el antebrazo izquierdo de la Santa Muerte y otro más con la letra U a la altura de la pantorrilla izquierda.

Falsea al caminar, debido a un accidente en motocicleta, donde se partió el tobillo en dos y se ganó una cicatriz de forma circular a la altura de la nuca. Sus características personales ya se propagan en volantes a las afueras de las centrales camioneras y zonas turísticas.

Según relata su novia, de quien se omite su identidad por seguridad, el joven llegó a visitarla abordo de un vehículo marca Aveo, color rojo. Iba acompañado de otros dos jóvenes, aparentemente en estado de ebriedad.

Uriel invitó a su pareja a subir a la unidad y luego de ruegos ella aceptó. Apenas le dio tiempo para entrar por sus cosas personales cuando escuchó el rugido de motores policiales. Así la tragedia comenzaría… el reloj marcaba las 9 de la mañana en punto, del 19 de marzo de 2016.

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“LO LEVANTARON LOS MUNICIPALES”

Según la declaración de la pareja de Uriel, al ver los elementos municipales el vehículo Aveo fue acelerado en forma brusca, rozando incluso con la patrulla número 068, comandada por el oficial Higinio Bastián Santiago, hoy detenido, junto a otros siete municipales, como presuntos culpables de desaparición forzada.

Acto seguido, comenzó una persecución que duraría escasas tres cuadras. Los oficiales dispararon contra los neumáticos del Aveo color rojo, hasta imposibilitar su avance. Los gendarmes entonces bajaron para someter a los tres sujetos, entre ellos, Uriel Pérez Cruz.

“Mientras unos policías sometían a los chamacos, otros llamaban a refuerzos, entonces llegaron las patrullas número 060 y 061. Los bajaron a ras de banqueta, les cubrieron el rostro con sus propias camisetas y los treparon a alguna de las dos patrullas”. Posteriormente el rastro de los jóvenes sería borrado.

La testigo afirma conocer al oficial Bastián Santiago, por lo que acudieron a su domicilio horas después para preguntarle sobre lo sucedido. “En su cara, mi nuera le dijo: Usted iba manejando la patrulla 084, usted le tiró de balazos al carro, usted levantó a Uriel”, recuerda el padre.

Ante el señalamiento, el oficial aceptó haberlos detenido para luego ponerlos a disposición del orden municipal. Ante la interrogativa de quién tenía a los ausentes Bastián Santiago solo inmutó y reportó lo que sucedía al comandante Bernardino Olmedo Castillo. Luego de la conversación por teléfono, el cuestionario lo dio por terminado y se resguardó en su domicilio.

El padre sería avisado al día siguiente que de los tres jóvenes levantados, uno había escapado y estaba en su casa. La recomendación fue visitarlo. El padre lo hizo más tarde. No obstante, el paradero del tercer muchacho se ignora hasta el momento. En la investigación ministerial es catalogado como sospechoso por los padres.

Cabe mencionar que el día 19 de marzo no fueron tres, sino cuatro jóvenes los levantados, entre ellos: Uriel Alberto Pérez Cruz, Luis Humberto Morales Santiago y Jesús Alán Ticante Olmedo, el cuarto logró escapar y presuntamente huyó de la ciudad.

Se trata de Noé Martínez López. “Misteriosamente la libró. No nos lo explicamos. Yo lo fui a ver, lo esperé con mucho miedo afuera de su casa y vi que efectivamente ahí estaba. Fui entonces a avisar a los ministeriales, después regresamos a interrogarlo; pero ya se había ido. No lo encontramos por ningún lado”.

En el barrio me dicen: Si es camarada de los chavos ¿por qué no vino a avisar en seguida lo que había pasado? “Aunque tampoco descarto que quizá tenga medio o esté amenazado” comparte el padre, asediado de dudas.

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“NO TENEMOS NI PARA LOS PASAJES”

“Si le digo todo lo que ya hemos gastado… no me lo va a creer. Mínimo ya me gasté unos seis mil pesos, tal vez para mucha gente sea poquito, pero con eso ya come varios días la gente de por acá”.

El padre es concesionario de un taxi en Papantla, Veracruz, gana 200 pesos al día. Ahorita ya no tenemos dinero, tenemos que andar a pie para dirigirnos al ministerio público, mi carrito ya mejor lo renté, porque tampoco puedo salir, que tal y también me levantan” emite el padre, temeroso.

Dueño de un predio a medio construir, de paredes sin revocar y techo de lámina. Su hogar pertenece a un barrio humilde de Papantla, Veracruz. Sin embargo, don Humberto reparte sus monedas para rendirle un altar a su ausente.

Una mesa de madera con las patas podridas, que apoyan dos fotografías de Uriel Pérez, donde se le ve sonriente. En el centro, un plato con pollo enchilado, el platillo predilecto de la persona desaparecida.

El padre confía la entrada a la habitación de Uriel, donde sólo se aprecian unas cuatro mudas de ropa. Un ropero decorado con papeles coloridos que le obsequió su novia. En las paredes de tabique permanece impregnado el aroma a marihuana. Y en el suelo, sarapes donde dormía el joven.

A un costado de lo que simula su cama, se aprecia una mesa, parecido a un altar con el cuadro de la Santa Muerte. El padre no niega la devoción del chico, pues asegura que ni ello ni sus tatuajes dan fe de que se trate de una mala persona.

“El comandante de la Fuerza Civil me dijo que no importa si mi hijo es marihuano o matón, que si ellos hicieron algo deberían de estar encerrados y no desaparecidos”, comparte el padre mientras se cambia los huaraches de plástico para acudir al ministerio público y exigir avances en la investigación.

Don Humberto, describe al “bebé”, como le nombra de cariño al ausente, como un chico amigable, que no se mete en broncas gruesas. Que si bien se echa sus cervezas Modelo Especial y sus churros de mota, lo hace solo para convivir con los amigos del barrio.

El nivel económico de la familia victimizada, apenas rindió para pagar los estudios de Uriel hasta la secundaria, actualmente laboraba como repartidor de tortillas y aprovechaba los descansos de su padre para manejar su taxi y ganar unos pesos.

Así culminaría la entrevista, entre presiones por parte del padre del otro chico desaparecido. Le advierte que ya es tarde y deben acudir al ministerio público a pie, pues ya no hay dinero. No obstante, el padre antes de retirarse sentencia:

“Aquí lo de levantar muchachitos es algo normal, lo que hizo importante a nuestros hijos es que nosotros sí alzamos la voz. No vamos a descansar hasta saber a dónde están los chamacos, quién los tiene y qué pasó con ellos.

“Queremos tenerlo otra vez con nosotros, sabemos cómo está la situación por acá, pero siquiera que nos regresen un brazo, una pierna o algo” comenta el padre con los ojos flagelados por desvelos, luego se dispone a descender las llanuras del cerro donde vive.

Con información de Miguel Ángel León Carmona.

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