Son de lo que no hay

Opinión
/ 2 octubre 2015

La literatura fantástica vive una primavera editorial pese a la competencia del realismo hegemónico. La imaginación impulsa nuevos sellos y colecciones a la vez que rescata clásicos del género

Ciertoamigo, ya fallecido, cuando íbamos a un restaurante sin pretensiones -benditossean- y alguien lo recomendaba diciendo "aquí comeremos como en casa", siempre protestaba:"¡Ah, no, yo lo que quiero es comer bien!". En efecto, la dieta cotidianaprecisamente por serlo puede no resultar la más apetecible. De igual modo, lavida a la que nos resignamos cada jornada, lo real empeñado en parecerseminuciosa y fatalmente a lo real, tampoco tiene por qué apasionarnos siemprecomo argumento literario. Es más, la descripción minuciosa y esforzadamentefiel de la realidad es insuficiente para comprender la realidad misma. Ocurreque lo auténticamente significativo nunca sucede fuera de nosotros, enel escenario fotográfico y pedestre, sino dentro, que es territoriofantasmagórico. Acudimos a lo fantástico no para huir de la realidad -objetivotan digno como imposible- sino para ponerla mejor a nuestro alcance o, comodiría el lobo a la realista Caperucita, "para entenderla mejor". No debemosolvidar que Borgescatalogó la teología y digamos que por extensión también la filosofía mismacomo pertenecientes a la literatura fantástica. En la misma línea, Paul Valéry-un poeta racionalista donde los haya- escribió en su Pequeña carta sobrelos mitos: "¿Qué sería de nosotros sin el auxilio de lo que no existe? Pocacosa, y nuestros espíritus desocupados languidecerían si las fábulas, losmalentendidos, las abstracciones, las creencias y los monstruos, las hipótesisy los pretendidos problemas de la metafísica no poblasen de imágenes sin objetonuestras profundidades y nuestras tinieblas naturales".

Desde luegoes cuestión de carácter, como casi todo lo que respecta a gustos literarios.Entre quienes admiten el placer de la ficción, que ya es fantástico de por sí,los hay que solo son realmente capaces de disfrutarlo si refleja con esforzadoparecido el orden desordenado con el que suelen convivir: la vecina del terceroizquierda, esposa insatisfecha que busca consolarse con el hijo del portero,quien a su vez padece maltrato laboral en una empresa dirigida por uncapitalista beneficiado por la guerra civil, que a su vez. Todo muy interesantepara quien se interese por ello. Pero existen caracteres diferentes, reacios ala función del espejo o nostálgicos de atravesarlo para ver qué hay al otrolado, que nos identificamos con lo que dijo de sí mismo el gran HerbertGeorge Wells: "Quizá soy persona de excepcional condición. No séhasta qué punto experimentan otros hombres lo que yo. A veces padezco extrañosalejamientos de mí mismo y de lo que me rodea. Me parece que observo loexterior desde parajes muy remotos, fuera del tiempo, del espacio, de la vida yde la tragedia de las cosas". Para esos paladares está hecha la literatura fantástica,aunque a través de ella volvamos siempre a recaer en la vida y la tragedia (ocomedia) de las cosas.

Basada en la maravilla o el estremecimientosobrecogedor, los tiempos no son propicios al género a pesar de lasobreabundancia casi industrial de artefactos literarios que pretendenpertenecer a él. Cuando cualquiera de nosotros, por ramplona que sea suimaginación, lleva ahora en el bolsillo un objeto prodigioso del tamaño de unpaquete de cigarrillos que permite comunicarse con cualquier parte del mundo,enviar sonidos e imágenes, tomar fotografías, ver películas o acontecimientosdeportivos, consultar archivos y bibliotecas, orientarse en ciudadesdesconocidas, recibir noticias, solicitar ayuda si se está en peligro, buscarnovia o jugar al póquer, además de mil cosas más, creer en la magia se havuelto difícil por saturación. Nos hemos familiarizado con lo milagroso, cuyaesencia consiste precisamente en romper con lo explicable y familiar. Lasprofecías innovadoras de Jules Verne o el propio H. G. Wells no nos transportan yaimaginativamente hacia el futuro sino que ahora tienen el encanto nostálgico deaquellos tiempos en que lo supuestamente imposible era todavía imposible deverdad y no una rama de las ofertas otoño/invierno de los grandes almacenes.Tal como decía el viejo chiste que le habría ocurrido de haber vivido en Españao México, Franz Kafkase ha vuelto ya en todas partes un escritor costumbrista. Sin embargo, elencanto literario de lo fantástico sobrevive a su cumplimiento tecnológico:aunque hoy ya el submarino sea un vehículo tan prosaico como el autobús, el Nautilussigue siendo el libertario enigma de los mares.

Para losaficionados al género que no nos resignamos a la manufactura idiotizadora desubproductos con elfos, dragones, conspiraciones de sectas que aspiran adominar el mundo (¡vaya cosa!), etcétera, están nuestras editoriales dereferencia. Por ejemplo Valdemar,en cuyas colecciones se encuentran en ediciones excelentes los mejores clásicosde nuestra afición. La última joya que han publicado es Noctuario del sombrío y espléndido ThomasLigotti, algunos de cuyos relatos podría haberlos firmado un Edgar A. Poeredivivo sin enrojecer. O La Biblioteca del Laberinto, animada por el indomablePaco Arellano, gracias a la cual vamos conociendo todo lo escrito por esenarrador puro que fue Robert E. Howard, pero cuyo catálogo entero es purotocino literario de cielo borrascoso: Edmond Hamilton, Henry Kuttner, EdgarRice Borroughs, etcétera. Y además publica Delirio, la mejor y máserudita revista de ciencia ficción y fantasía de nuestro país que ya va, locrean o no, por su entrega número 11. También contamos con la editorial Alamut, que entre otrasobras más recientes de ficción científica nos ofrece lo indispensable de Arthur C.Clarke, Isaac Asimov o de Orson Scott Card. Claro que hay quepermanecer alertas, porque a veces una editorial no identificada con el géneronos brinda algo que no debemos perdernos: por ejemplo, Anagrama acaba de publicarWild Thing,de Josh Bazell,una divertida sátira con monstruo del lago, perotambién con sexo, narcotráficoy mil sobresaltos humorísticos más.

Por lo general, la literatura española suele acostarsemás del lado del realismo que del rincón fantástico y eso se nota sobre todocuando los autores de recursos más modestos se empeñan en fabricar thrillersesotéricos y seudohistóricos al modo de las sagas más vendidas del mundoanglosajón. Pero eso no quiere decir que carezcamos de buenos ejemplos tambiénen el terreno de lo imaginario, empezando por las Leyendas, de GustavoAdolfo Bécquer. En su ilustre traza, ciertos autores reputados enotros campos han hecho excelentes incursiones en lo fantástico, como Ana MaríaMatute que haríamos mal en olvidar,José MaríaMerino o Javier Marías (quien no solo ha escrito buenos cuentos defantasmas sino que es un excelente connaisseur de ese mundo, el otromundo). También Juan Benetha firmado narraciones espectrales de gran originalidad, y VicenteMolina Foix ha acuñado leyendas urbanas intensas e irónicas, lomismo que Antonio Muñoz Molina, quien es autor de una de las novelas defantasmas (o novela breve con fantasma) mejores que conozco: CarlotaFainberg.

Pero sobretodo hay escritores que se han especializado con bravura en los géneros de lafantasía, como la estupenda Pilar Pedraza, delicada, morbosa, inventiva y cruel, o José MaríaLatorre, fiel al estilo clásico de los relatos terroríficos. En losdominios de la ciencia ficción, el gran veterano español del género es GabrielBermúdez Castillo, del que La Biblioteca del Laberinto ha publicado la space-operaEspíritus de Marte.También tiene ya una larga trayectoria CésarMallorquí, cuya última novela -La isla de Bowen, Premio Edebé deLiteratura Juvenil 2012- reúne el encanto algo antañón del relato tradicionalde aventuras con un argumento de alcance extraterrestre. Aunque varía de ungénero a otro con versatilidad casi estresante, siempre he seguido con interésal intensamente imaginativo León Arsenal (¡qué buen seudónimo!) desde que en 2004 forméparte del jurado que le concedió el Premio Minotauro por Máscaras de matar.Una declaración de fe: estoy seguro de que hay muchos más, jóvenes y nuevos,que yo no conozco a causa de ser más dado a releer que a leer, por la culpacombinada del hedonismo que no se arriesga y la vejez que tampoco. Pero ahoralo confieso, como don Quijote en la playa fatal bajo la lanza del conjurado,"porque no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad".

Cuandoestaba escribiendo estas líneas, murió Ray Harryhausen, el mago paciente e ingenuo de los únicosefectos especiales cinematográficos que jamás olvidaré. Sobrevivió solo pocomás de un año a Ray Bradbury,su compañero de instituto y amigo de toda la vida. A ambos les debo tantosmomentos felices que renuncio a decirlo con palabras. En una entrevista alalimón, Harryhausen hablaba de su adolescencia con el otro Ray, rememoraba lafecha lejana en que se conocieron y empezaron acompartir gustos -dinosaurios,platillos volantes.- y concluía: "Desde entonces, hemos crecido juntos".Bradbury le corrigió: "No, nos hemos criado juntos, pero no hemos crecido". Soyuno de los muchos que hoy les recuerdan a ambos con gratitud, porque nos hemoscriado con ellos, pero afortunadamente -¡Dios no lo permita!- sin crecer jamás.

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