Acumulación, globalización y nearshoring
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Avances científicos heredados de tecnología de guerra en la segunda conflagración mundial, entre otras innovaciones, en las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX se aplicaron exitosamente a la producción y a mercancías, con resultados cada vez más complejos para satisfacer necesidades; sin embargo, en la década de los setenta las economías desarrolladas experimentaron distorsiones derivadas del exceso de liquidez generada por ganancias constantes de capital, lo que les generó presiones inflacionarias y tendencia de aumento de tasas de interés ahorro y crediticias, así, el capital se ahogaba en sus propias fronteras.
Lo anterior requirió presionar a países subdesarrollados para abrir sus economías, es decir, que ampliaran sus importaciones y recibieran inversión directa en condiciones favorables para el capital, con reducciones arancelarias, eliminación de cuotas de importación, desregulación y disminución de trámites, contención salarial para menores costos de producción, asimismo la liquidación o venta de empresas paraestatales para evitar la “competencia desleal”.
La expansión progresiva del capital a escala mundial se logró con presiones financieras y políticas hacia los países del tercer mundo: renegociaciones de deudas externas con cláusulas de apertura económica y financiera; golpes de Estado en América Latina, África y Asia; salida de capitales para depreciación de monedas; disminución de compra de materias primas y/o reducción de sus precios internacionales; bloqueos económicos; entre otros. Desde los años ochenta asistimos a la globalización económica como acumulación de capital a gran escala, con procesos encadenados en diferentes subestructuras productivas de país a país, hasta generar el producto final.
Esta dinámica del capitalismo ha tenido complicaciones, por desregulación financiera con crisis derivadas de burbujas accionarias -capital ficticio-, igualmente por sobre producción y conflictos bélicos y diplomáticos que elevan los precios de materias primas -alimentos, petróleo y gas-. La reciente contingencia sanitaria COVID-19 trastocó drásticamente cadenas de producción y líneas de distribución globales, tanto de los países periféricos como de los centrales, sobre todo los segundos, Estados Unidos y Europa occidental.
Por lo anterior, en los últimos años la estrategia de acumulación se ha centrado en colocar la cadena productiva geográficamente lo más próxima posible, asimismo colindante a mercados de consumo final. Esto es relocalización o nearshoring, así, la expansión del capital no se modera, más bien se reorganiza para reducir costos y garantizar ganancias, es decir la globalización cercana y en esto México tiene ventaja dada su cercanía con los Estados Unidos.
En otras colaboraciones de esta columna ya se ha tratado el fenómeno señalado, pero es necesario retomar el análisis respecto a condiciones, retos y riesgos.
Estabilidad política y económica, infraestructura productiva con servicios necesarios, capacitación técnica actualizada de fuerza de trabajo, facilidad en trámites de instalación y operación, capacidad logística local, seguridad pública, entre otras, son condiciones que requiere la inversión extranjera directa por relocalización.
Si se pretende aprovechar esta oportunidad económica el reto es importante, porque se habla de montos de inversión considerables, así, con política industrial integral, en las regiones del país los tres niveles de gobierno deberán coordinarse para responder y afianzar las condiciones antes mencionadas, asimismo instalar infraestructura social necesaria ahora potencializada por la migración interna: vivienda y servicios primarios; espacios recreativos; educación y capacitación; abasto, aprovechamiento y cuidado del agua; seguridad social en todos sus ámbitos; seguridad pública; entre otros. Es decir, urgente planeación integral, diseñada y proyectada de manera interinstitucional, transregional sin sesgos políticos y multidisciplinaria en ciencia, tecnología y humanidades.
Los riesgos como daños colaterales provocados por la relocalización son: distorsiones en integración social sin reglamentación jurídica clara y ágil; aumento delincuencial; saturación en tránsito y movilidad social; depredación de la naturaleza y polución sin reglamentación precisa; agotamiento del agua y otros recursos naturales; conflictos obrero-patronales; entre otros.
Como ya ha sucedido, la realidad económica puede imponerse y rebasar a la sociedad, a gobiernos e instituciones. Esperemos que, para el país y sus regiones, este no sea el caso.