AMLO: poder o hegemonía cultural
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‘Haiga sido como haiga sido’, AMLO avanzó en la redefinición del sentido común de casi 36 millones de mexicanos que votaron por su candidata, para entender y definir la realidad.
El sentido común está conformado por “los sentimientos espontáneos de las masas desde su experiencia cotidiana” (Antonio Gramsci 1891-1937). En esta región, nos dice Georges Sorel (1847-1922) este sentido “se mezcla con todo: fórmulas verdaderas y falsas, reales y simbólicas, excelentes en un sentido y absurdas en otro: todo depende del uso que uno haga de ellas” y, añado, desde el uso interesado del poder del aparato de Estado vigente.
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Sin embargo, precisa Gramsci, más allá de esa mezcla “...el sentido común identifica la causa exacta, simple y al alcance de la mano, y no se deja desviar por fantasías y oscuridades metafísicas, seudoprofundas, seudocientíficas, etcétera” (de científicos o intelectuales). Porque, finalmente, remata Giambattista Vico (1668-1744): “El sentido que es común a todos es un juicio sin reflexión, universalmente experimentado por todo un grupo, por todo un pueblo, por el conjunto de una nación...”.
En síntesis, el sentido común de las personas que votaron por Claudia Sheinbaum, es todavía en este momento -como lo puntualiza Gramsci-, “la filosofía espontánea” de los morenistas, que buscará ser, en el tiempo, una ideología homogénea para todos los mexicanos.
¿Qué hizo Andrés Manuel para afianzar ese sentido común, compartido de una manera u otra, por casi 36 millones de mexicanos? Primero, entendió a la perfección que desde 2018 debía iniciar una guerra cultural y lingüística para modificar ese sentido común y, con ello, el principio de normalidad que prevalecía en aquella época para comprender y definir la realidad.
Por ejemplo, si en aquel tiempo, “el neoliberalismo” era parte de ese sentido común y, por tanto, normal e incuestionable, había que criticarlo -con una fuerte carga de indignación moral ligada a las mayorías agraviadas- como “conservador”, “elitista”, “depredador” y “responsable de los males de la patria”, para luego suplantarlo como alternativa, con el vocablo “la 4ª Transformación” definida como principio popular de esperanza y evolución comprometida con los más necesitados. Y cerrar el círculo con acciones políticas que ratificaran su dicho.
Segundo, para ganar esa guerra cultural que consistía en edificar una nueva manera de comprender y definir la realidad, López Obrador utilizó un lenguaje maniqueo, multiplicado en “Las Mañaneras”; a través de su aparato propagandístico en medios oficiales y redes sociales y de sus intelectuales orgánicos incrustados en medios de comunicación.
Ese lenguaje -en blanco y negro- afirmaba la polarización social de manera cotidiana en varias dimensiones, para deteriorar el significado de conceptos vigentes en el lenguaje y en los hechos políticos, hasta 2018: por ejemplo, contrastaba con palabras y accciones; democracia representativa de partidos vs democracia directa de consultas populares. Ciudadanía vs pueblo. Neoliberalismo vs transformación. Mafia en el poder vs 4T.
Fifís clasistas y racistas vs pueblo sabio y bondadoso. Rico corrupto vs pueblo honesto. Clases medias aspiracionistas-extranjerizantes vs pueblo austero nacionalista. Inteligencia cultivada vs saberes ancestrales populares. Racionalidad vs irracionalidad. Complejidad vs simplicidad. Información vs desinformación. Y razón vs emoción.
Esa configuración del nuevo sentido común, afianza los lentes a través de los cuales, con sus variaciones, 36 millones de morenistas miran la realidad. Afirma, también, un principio de normalidad inexistente hasta antes de 2018. Y clarifica los avances en la edificación de una nueva hegemonía o poder cultural (y lingüístico) desde la 4T; que insistirá, con el tiempo, incluir a todos los mexicanos, sin excepción.
Nota: Este editorial toma y expande un párrafo de mi anterior colaboración, publicada en la versión digital de VANGUARDIA.