AMLO vs. Sheinbaum: El relevo es inevitable para el proyecto político

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En México no sucederá lo que ocurrió en la icónica corporación Disney en la disputa de los Bobs. Su director ejecutivo, el carismático Bob Iger, previo a la pandemia, promovió su sucesión por un director de su hechura, Bob Chapek. Bob Iger no se retiró, siguió colaborando en la dirección creativa y, después de dos años de una accidentada relación, Chapek fue removido e Iger regresó nuevamente a la dirección de Disney. Aquí no puede suceder lo mismo porque no hay reelección; es una de las fijaciones institucionales inamovibles: quien se va, no regresa, aunque quiera.
Mucho se especula sobre la relación futura entre López Obrador y Claudia Sheinbaum. Con frecuencia se recurre al pasado para esclarecer el futuro entre los presidentes; pura especulación. Tampoco ayuda a abundar en la personalidad de los involucrados, a pesar de la singularidad de López Obrador, que hace pensar que para él vivir fuera de la política es dejar de existir. Poco creíble que pueda reinventarse para volverse acucioso investigador de la historia antigua de México.
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Ofrece más luz entender las reglas del poder para inferir la posible evolución de los eventos. Primero, a descartarse es una diferencia sustantiva en la visión de Sheinbaum y de López Obrador. Hay mucho en común, con un agregado adicional que no debe desestimarse, el firme sentido de lealtad de la futura presidenta. Lealtad que resulta problemática porque tiene dos dimensiones: lealtad al proyecto y lealtad al líder.
Durante el proceso político obradorista, líder y proyecto han sido lo mismo. Incluso el movimiento asociado al partido tenía como referente ganar el poder en función del líder. Tres dimensiones iguales: líder, proyecto y movimiento. Sin embargo, en las condiciones en que Sheinbaum asumirá su cargo del gobierno y el líder originario pasará a la marginalidad; el proyecto cobra relieve y el movimiento inevitablemente transita a su institucionalización al transformarse en partido. Tema para comentar en otra colaboración.
La mayor tensión que enfrentará la nueva Presidenta es entre el proyecto político de cambio de régimen y gobernar. Es el tránsito entre líder y gobernante. Ya la reforma judicial ha dado muestra de los efectos perniciosos para el nuevo gobierno y que complicaría, a la larga, el consenso en torno al proyecto y, consecuentemente, la vigencia del obradorismo y la hegemonía política de Morena. El cambio de régimen no es virtuoso para gobernar porque su objetivo es el control político, no la calidad de la gestión pública.
No todo, pero buena parte del problema remite a la economía. El sustento mayor del régimen ha sido la reestructuración del gasto público para fondear pensiones directas no contributivas. En su empeño se ha perdido mucho en el camino, además del financiamiento de obras magnas con inexistente o precario retorno, además del costo de Pemex. El diseño financiero para el año electoral generó un déficit financiero insostenible. El problema es que el gasto social se queda y no hay recursos suficientes para mantenerlo. Difícil que pueda reducirse el déficit fiscal a la mitad, más con las bajas cifras de crecimiento para el futuro inmediato.
Persistir en el cambio de régimen plantea un reto monumental a la gobernabilidad. La pérdida de la confianza es uno de los efectos. El crecimiento económico no puede darse sin certeza y reglas confiables. El país perdió demasiado con la reforma al poder judicial, sus irreductibles −elección popular de juzgadores y tribunal disciplinario que acaba con la autonomía del juez− impiden que la ley ordinaria genere claridad y certeza de derechos y justicia. La derrota para la justicia es total y el país pierde un activo de manera fatal. La retórica o la propaganda no puede mitigarlo, al menos para la economía, porque los inversionistas, como en todo el mundo, deciden a partir de las reglas, no de las buenas intenciones de quienes gobiernan.
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Para la Presidenta y sus colaboradores, el principal problema que enfrentarán está en el dilema sobre el proyecto político, donde López Obrador pudo avanzar; o de gobierno, del que se desentendió en buena parte porque las condiciones del país y del mundo se lo permitieron. Incluso la pandemia le vino como anillo al dedo para justificar malas cuentas y que la sociedad interiorizara la resiliencia en su más amplia expresión.
Las diferencias y las tensiones entre AMLO y Sheinbaum aparecerán cuando haya que definir qué tendrá que hacerse en el gobierno para darle vigencia al proyecto político obradorista.