Café Montaigne 261: De estados alterados y testamentos olvidados
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En nuestra tertulia pasada, ahora en su modalidad de jueves (Café Montaigne 260) le conté de la nota periodística, la cual le dio la vuelta al mundo, al morir la señora y traductora María Kodama, la amanuense y esposa de Jorge Luis Borges, ésta se fue del mundo... ¡sin dejar testamento! Cosa asombrosa, sin duda. ¿Olvido imperdonable, de la señora Kodama, azar, indolencia o sencillamente un juego de datos, un tiro de cubilete en el vacío?
Cosa no menor, señor lector, porque al morir la señora, esta era la poseedora universal de los derechos de autor, biblioteca, condecoraciones, distinciones y era la Presidenta de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, creada por ella para “difundir y preservar la obra del escritor”. Y lo repito, caramba, no cualquier escritor, sino uno de los genios de la humanidad que han deambulado sobre la tierra. Al morir María Kodama sin dejar testamento (así lo ha confirmado su abogado, Fernando Soto, al día de hoy), la obra del divino ciego ha quedado en el desamparo. Y sí, ya algunos sobrinos de Kodama están haciendo los trámites legales para quedarse con los bienes universales dejados por Borges y ahora por María Kodama. ¡Caray!
¿Por qué no dejó un buen testamento debidamente delimitado y acotado? Nunca lo sabremos. Tal vez dejó una carta oculta, la cual y en su momento sabremos de su existencia. Pero hoy me atrevo a pensar, está en marcha el robo de sus posesiones. No puedo decirlo de otra manera, aunque esperemos dichos muchachos que se van a quedar con todo esto, sean dignos de administrar el fondo literario de uno de los mayores escritores que ha dado la humanidad. Y es que usted lo sabe, es tremendamente complicado encontrar la obra del argentino, no obstante sus ventas y presencia en el mercado editorial, no sólo latinoamericano, sino mundial.
Circulan en varias editoriales lo más conocido de la narrativa de Borges. Es decir, conforme ha pasado el tiempo, los libros de Borges han cambiado de editorial, precisamente por eso, por el pago de derechos de autor y las nuevas firmas y convenios realizados por su esposa y amanuense. Recuerdo varias editoriales que publicaron a Borges en su momento: Bruguera, Emecé, Gedisa, Fondo de Cultura Económica, Lumen, Altalena. Pues ahora y mientras se definen los derechos de autor en materia universal por parte de los muchachos que ya promueven un juicio civil al respecto en Argentina, va a ser peor de complicado conseguir sus libros.
Usted, y casi en cualquier librería medianamente surtida, puede conseguir uno de los textos más famosos y perfectos: “El Aleph”. Texto que, a decir de la leyenda, me lo recordó en pretérita ocasión el académico y periodista Luis Carlos Plata, fue escrito bajo el palio de la ingesta de hongos alucinógenos por Borges. María Kodama hoy unida a la eternidad, en una conferencia en España “Jorge Luis Borges y la experiencia mística”, alimentó la fábula cuando en una ronda de preguntas dijo textualmente: “a Borges le gustaba comer pajaritos de monte...”. Y dichos pajaritos, señor lector, no son otra cosa sino hongos, los cuales contienen sustancias alucinógenas y estimulantes las cuales producen estados alterados, como la psilocibina.
ESQUINA-BAJAN
El historiador Heródoto es nuestro guía en los infiernos para abonar más letras a los estados alterados que se pensaba no existían en Borges; este contará: “(los escitas) han descubierto otros árboles que producen un fruto de una clase particular, el cual los indígenas, cuando se encuentran en grupos y han encendido un fuego, lanzan a éste, mientras se sientan a su alrededor en círculo; al inhalar los humos del fruto que se quema en el fuego se intoxican con el olor, del mismo modo que los griegos hacen con el vino; cuantos más frutos echan más se intoxican, hasta que se levantan para danzar y ponerse a cantar”.
Estados alterados: los nativos se ponen a chillar, a danzar y a cantar. Los textos de Heródoto demuestran que los escitas conocían bien el cannabis (o derivados) y que éstos pensaban que el inhalar su humo, el vapor y los espíritus, eran la mejor manera de disfrutarla; aunque fueron incapaces de dar el salto que se dio en América: fumarla. Fumar, olor o beber. Esto ya forma parte de la historia de la humanidad. Va texto enviado por el contador Rogelio Ochoa: “Para no ser esclavo del tiempo, ¡embriágate! ¿De qué? De vino, de poesía o de virtud. Pero ¡embriágate!”. Así vivió y así murió en sus paraísos artificiales... Charles Baudelaire.
El historiador romano de la naturaleza, Plinio (23-79 d.C.), reproduce a su vez un fragmento de Demócrito referido a una planta denominada Thalassaegle o Potamaugis, la cual muchos estudiosos opinan que se refiere al cannabis: “Beberla produce delirio, el cual presenta extrañas visiones de la más extraordinaria naturaleza. La cheangelis, dice, crece sobre el monte Líbano en Siria, sobre la cadena de montañas llamada Diete en Creta y en Babilonia, y Susa, en Persia. Una infusión de ella imparte poderes de adivinación a los magi. La gelotophyllis es también una planta que se encuentra en la Bactriana y en las riberas de los Borístenes. Si se ingiere con mirra y vino toda suerte de formas visionarias se presentan por sí solas y llevan a la risa más inmoderada”.
LETRAS MINÚSCULAS
“Formas visionarias”. Sí, William Blake, Henri Michaux; el mismo Borges.