Café Montaigne 269: el eterno Arthur Rimbaud
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Usted lo sabe porque aquí lo he dejado en letras redondas en varias ocasiones: siempre llego tarde a las grandes celebraciones, es decir, a lo importante y lo cual tiene categoría de verdad, lo valioso. Y lo valioso es claro, la vida, primero la vida; luego, disfrutar dicha vida (sea corta o larga): libros, música, viajes, mujeres, tertulias... la vida, estimado lector, es muy corta para dilapidarla en malos libros, mala compañía y pésimos vinos.
Y para mi desgracia, no siempre tomo las mejores daciones y me apego a mis letras de vida. Pierdo el tiempo en cosas las cuales requieren mi atención y la suya, lector, por los graves problemas sociales representados y la insana política; lo anterior le gana la tirada de naipes a lo profundo y bello: paladear la vida. Y no hay nada mejor (al menos para mí) el disfrutar de la existencia terrena con los productos intelectuales y civilizados de esta existencia terrena. A saber en este mismo instante en el cual pergeño estas notas en mis cuadernos usando mi lápiz favorito, un Faber Castell: tomo un tinto de Beronia, España (el segundo mejor viñedo del mundo este año), escucho una colección de las canciones (“lieder”) de Gustav Mahler en la voz de Christa Ludwig, y el motivo de hoy: releo a Jean-Arthur Rimbaud.
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Con cierta complicación y terror de por medio a un lado. Es el caso de tres graves dificultades actuales, de las cuales le he presentado aquí y someramente mi análisis: el “triunfo” de un esperpento humano llamado Wendy Guevara (transexual, parece es el término jurídico para definirlo) en un show televisivo/vomitivo, el cual tuvo a la audiencia de México embelesada por 71 días completos. ¿Cuál es el mensaje real mandado con tan estúpido programa de Televisa? Los niños nacen varones, pero eso es intrascendente hoy y sexualmente no significa nada. Ponte pechos, elige ser mujer, hazte transexual y... te harás millonario y serás admirado.
El trastorno de personalidad como enseñanza a la niñez es brutal: ponte implantes, cambia de sexo y serás exitoso. Otro hecho brutal: la muerte en “tiempo real” de los muchachos de Jalisco y su muerte dantesca, la cual fue condenada en todo el mundo, no así en México, donde le mereció a Andrés Manuel López Obrador una burla en sus conferencias de la mañana, engatusando al auditorio como siempre. La tercera pérdida de tiempo es el juego de las sillas propuesto por AMLO. La imposición de su delfín (Claudia Sheinbaum) rumbo a la Presidencia de la República.
Y lo anterior le ha ganado la partida a lo importante como celebración: los primeros 150 años de la publicación de “Una Temporada en el Infierno” de Arthur Rimbaud. No adolescente, sino casi un niño. No un niño, sino un ángel y demonio a la vez (así lo definió su amante y protector, Paul Verlaine, y gracias a él se le debe toda su fama inicial y posterior), el cual dinamitó la poesía francesa en su momento.
Ya luego, el mundo al conocerlo lo haría suyo: el infante terrible, el poeta por excelencia genial y rebelde. Pero también una de las vidas al límite más extrañas de las cuales se tenga memoria: su obra la escribe en tres años (de los 16 a los 19/20 años), luego se abandona a un silencio literario, el cual no romperá jamás. Después de estar “trabajando” en África (Adén, Harar, Abisinia...) muere de cáncer a los 37 años. Sin volver a hablar o decir nada (sus cartas así lo demuestran), nada de su pasado literario.
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ESQUINA-BAJAN
Se cumplen entonces 150 años de un libro, el cual lleva al cielo y al infierno en el mismo viaje. Y a este poeta, Jean-Arthur Rimbaud (Charleville, Francia 1854-Marsella, 1891), como a todo genio literario, se le puede leer en varias aristas, tonos, vocales o motivos literarios y de vida misma. Es decir, a Rimbaud se le puede leer como a un autor de versos perfectos, casi en aforismos. Sentencias pulcras las cuales nos van a acompañar eternamente. ¿Ejemplos? Lea usted los siguientes versos los cuales mueven la piel y el esqueleto: “¡Ya somos bastantes los condenados aquí abajo!”, se le puede leer en tono a lo divino (ausencia), también.
Uno más: “Logré disipar en mi espíritu toda la esperanza humana. / Sobre toda alegría, para estrangularla di el salto sordo de la bestia feroz”. Y este salto, del cual nos habla Rimbaud, puede ser el salto del suicida, del condenado en vida, el cual busca la solución a sus males y dejar de sentir el aguijón de la tristeza. Lea por último hoy lo siguiente, a reserva de seguirlo glosando, padecerlo y deleitarnos con él en siguientes entregas: “Me convertí en una ópera fabulosa: vi que todos los seres tienen una fatalidad de dicha: la acción no es la vida, sino una forma de malbaratar alguna fuerza, un enervamiento. La moral es la debilidad de la sesera”. ¡Puf!
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Sólo publicó este libro en vida: “Una Temporada en el Infierno”. Le entregó a Paul Verlaine (su pareja de adolescente, tan trágica como amada) el manuscrito de “Iluminaciones”, el cual verá su publicación justo al año de su muerte, en 1891. El libro, sus versos, sigue dinamitándolo todo. Insisto, se le debe leer en varias claves. Una de ellas, el tono vidente, el cual enseña un sentido más allá de lo inmediato. Hoy, usted lo sabe, se ama más al perro y no al ser humano. Y sí, lo dijo Rimbaud hace 150 años. Fue más allá...
LETRAS MINÚSCULAS
“Ante muchos hombres, hablé en voz alta en un momento... por ejemplo, amé a un cerdo”.
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