¿Qué separa al magistrado presidente del Poder Judicial de Coahuila, Miguel Mery, de los siete magistrados de la Suprema Corte que presentarán su renuncia antes del 31 de octubre para no participar en su reelección ante una Reforma que ellos consideran constitucionalmente improcedente? Millones de años luz de dignidad. Veamos.
En días pasados, desde el gimnasio, un Mery bien “fit”, atrapado desde siempre entre la frivolidad de la política y la banalidad del mal, declaró: “Pues habrá elecciones... ¡estamos listos! Yo sí quiero competir y continuar la ruta de un Poder Judicial cercano a la gente, moderno, digital y preparado para estos tiempos. Como dice el gober: ¡Pa’ delante!”.
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¿Qué le faltó a Miguel para haber dicho “me niego a ser parte de una farsa que hiere de muerte los cimientos de nuestra democracia”? Dignidad, nada menos, nada más. Pero ¿la tuvo Miguel alguna vez?
Pues parece que no, porque sin acabar todavía de resolverse la crisis constitucional que enfrenta a los poderes Judicial contra el Legislativo y el Ejecutivo, Mery, muy orondo, con dos Gatorades encima y tres espejeos casuales a su fornido cuerpo, declara: “Este es el modelo que nos pidieron que siguiéramos la Cámara de Diputados y Senadores, está ya suficientemente discutido (sic) y no asumirlo sería colapsar la justicia (sic), nos conviene a todas y todos los mexicanos entender y saber que, en la manera y la forma en que se dio el proceso de Reforma Judicial, ahora tenemos que asumirlo, nos parezca o no nos parezca, sea adecuado o inadecuado (sic)”. Más entreguista e indigno, imposible.
Para los que no conocen a Mery o son víctimas del encanto de sus ojos color miel y sonrisa de monaguillo, éste llegó al Poder Judicial porque la persona elegida por Miguel Riquelme declinó en último momento.
Tampoco arribó por sus méritos como abogado, menos aún como jurista. Los rumores en su tierra lagunera subrayan una realidad; hasta antes de su presidencia, Mery nunca litigó y menos pisó un juzgado.
Hoy el ámbito abogadil no valora o reconoce en Miguel una contribución −mínima− al canon de la teoría y práctica del derecho en general o del judicial en particular.
Miguel es, y siempre ha sido, un político con un refinamiento excelso para simular distintos papeles a lo largo de su carrera; por ello esta pregunta es pertinente: ¿quién recuerda en Saltillo o en Torreón alguna aportación significativa −no maquillada por pago a medios de comunicación o redes sociales (el cual fluye generoso, me dicen distintas voces del Poder Judicial local)− que Mery haya realizado en las distintas posiciones políticas que ha tenido? Sepulcral silencio.
Lanzo la pregunta de manera distinta: ¿por qué es o será recordado Miguel en esas dos ciudades? El silencio sepulcral es roto por una vocecilla tímida que con acento lagunero pregunta: “¿Estaría el salario acumulado de Mery por los distintos tipos de trabajo público que ha realizado en sintonía exacta con su estilo de vida y las propiedades acumuladas a lo largo de su trayectoria?”.
Miguel ha tenido en su carrera política la suerte del personaje de “Forrest Gump” representado por Tom Hanks, quien en las situaciones más peliagudas siempre terminaba por tocar la flauta sin desafinar. Aunque Forrest, justo es decirlo, al contrario de Mery, siempre mostró mérito a partir de su esfuerzo, una dignidad ética a toda prueba y una transparencia irrebatible.
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Ante su inminente derrota para reelegirse como magistrado, porque Miguel ha perdido todas las elecciones en las cuales ha participado, ya filtró en una columna política que si no le va bien en su intentona por reelegirse, podría competir y ganar la alcaldía de Torreón en 2027.
Al caer la noticia en su ciudad, de manera espontánea empezó una colecta entre cientos de torreonenses para pagar a los saltillenses la adopción definitiva de Mery, con pasaporte sarapero y las llaves, aunque sean de circonio, de la ciudad, incluidas.
Este movimiento, que empieza a crecer de manera insospechada, lleva por nombre: “¡Cámate, Miguel Mery, Po favó!”.