Claudia Sheinbaum: nos jugamos el futuro en los próximos seis años
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Asumir un destino colectivo no es ser guadalupanos, ni irle a la selección o celebrar la Independencia del país. Asumir un destino colectivo implica ser solidarios con los que menos tienen, abrir oportunidades para todos, generar mejores condiciones de vida, apoyar al Estado pagando nuestros impuestos, haciendo bien lo que nos corresponde hacer y quitar esa telaraña mental de que “durante todo el sexenio no te la vas a acabar”. Aquí sí opera la leyenda urbana de que “si le va bien a México, nos va bien a todos”.
Gobiernos, organizaciones, medios (convencionales y no), universidades (públicas y privadas), escuelas, empresas, iglesias e instituciones en general tendremos que revertir lo que se ha hecho y con autocrítica saber que hay muchas áreas de oportunidad que nos pueden hacer responsables de un presente y un futuro mejor para todas y todos. Asumir cada uno las responsabilidades que tenemos y prever el impacto de nuestras acciones puede contrarrestar la baja estima social, moral y psicológica que nos ha impedido consolidarnos como país.
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Lo que hemos vivido en nuestro país, de forma permanente, me refiero a bloquear de manera sistemática al gobierno –por el simple hecho de ser de un partido distinto al que defendemos, preferimos o simpatizamos–, nos ha hecho un daño enorme porque las vísceras, el sentimiento o el romanticismo han podido más que la razón, la lógica y la reflexión.
Lo grotesco del espectáculo cotidiano de grupos contrarios a quien gobierna o, por otro lado, el uso y abuso del poder por parte de quien gobierna para generar violencia epistemológica, nos ha dejado una estela de división, pero de seguir con esa dinámica, no llegaremos al punto que deseamos. O entendemos que son más las cosas que nos unen que las que nos desunen o seguiremos cavando nuestra propia tumba.
No es posible que haya quienes se alegren porque la gasolina no baja. Y no es que en el sexenio que agoniza haya habido una promesa de ponerla en 10 pesos, sino más bien que quien lo dijo no lo soporto, no me simpatiza o simplemente me da náuseas. No es posible que nos alegremos porque el tipo de cambio, la inflación, el precio de la canasta básica, los altos cobros por los servicios básicos, las tazas de interés o el precio de todo ande por las nubes –donde se sigue sin entender que vivimos bajo las reglas del pernicioso libre mercado, donde los gobiernos no tienen injerencia–, simplemente no es posible.
Como ya se ha dicho por aquí, si hay cerca de 16 millones de personas que no están de acuerdo con el Gobierno que sale y por la continuidad de este, que se sostiene con casi 36 millones de personas, tendrán seis años para revertir la situación en buena lid a través de un proyecto sexenal –que corra paralelo a las políticas públicas que implemente la nueva Presidenta– que sume, que convoque, que se fortalezca y que se convenza de lo que se representa. No se habla aquí de la conservación del statu quo, sino de un proyecto alternativo que convenza a los otros 38 millones que permanecieron ausentes a lo ocurrido en la última elección. Les recuerdo que el padrón electoral es de 90 millones de personas. Digo, por aquello de que la suma no les dé.
No sé si no les ha quedado claro que ese bloqueo sistemático en contra del gobierno en turno y descaradamente tendencioso, no funcionó. Lo que promovió no fue la participación ciudadana, fue la división y la falta de apoyo al Gobierno en turno, probablemente ese era el objetivo. El activismo de sillón ordinariamente no funciona. Los procesos de elección de candidatos, la alianza misma en sí, y la asunción de quien resultó candidata, así como la forma sobre como se condujo, convencieron a muy pocos.
Ojalá que el balance de las cámaras empresariales, los medios de comunicación convencionales, los intelectuales y los ciudadanos contrarios al régimen, les haga caer en la cuenta de que si en el camino al 2030 se repite la historia que tanto vomitan, desde ya, generen redes –no de golpeteo a la actual administración– para convencer a la ciudadanía indecisa, esa que no salió a votar o no supo por quién el pasado 2 de junio.
Si el trasfondo es “no estamos de acuerdo con las políticas públicas del actual gobierno, ni con su discurso, ni con su forma de ser”, generen un proyecto respetuoso, sinérgico, enérgico, pero sobre todo basado en la tolerancia que convenza a las mayorías. No puede ser el escarnio, la crítica burda, el andar hurgando a ver qué causa sensacionalismo, a ver quién comete la más mínima pifia. Se vale ser contrario, vivimos en una democracia; lo que no se vale es seguir ensuciando los espacios de la participación ciudadana desde el activismo de sillón. Entiendan, no es la ruta. La ruta de la democracia es el respeto, el diálogo, la tolerancia y la pluralidad.
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Es verdad, el gobierno anterior deja muchas áreas de oportunidad que hay que intervenir. Las patologías sociales siguen al alza. Es evidente que las estrategias de seguridad, contra la violencia y otras tantas siguen sin solucionarse. Pero no es el seguir en la postura de incredulidad, la intransigencia y la cerrazón las que nos van a hacer tener una mejor sociedad; multiplicar y no dividir debe de ser la consigna.
Este 1 de octubre, todas y todos los mexicanos tenemos una nueva oportunidad de revertir lo andado. Estamos ante un momento histórico que ojalá sea para bien. Entendamos, si Claudia se complica, se complica el país. Si Claudia no funciona, no funciona el país. Muchos anhelábamos una mujer en la Presidencia de la República, no fue Xóchitl Gálvez (16 millones de votos), fue Claudia Sheinbaum (36 millones de votos); es tiempo de entender que nos jugamos el futuro. El nuestro y el de nuestros hijos. Así las cosas.