Compras de pánico: Una travesía por el Valle de la Estupidez Colectiva
Esta semana llegó una tormenta algo fuerte aquí en la zona donde vivo. Por buena fortuna no pasó nada, la casa donde vivo, que es la mía, está bien preparada. Pero días previos a este incidente meteorológico, desde que lo empezaron a anunciar en las noticias y redes sociales, me di cuenta de algo, la gente se vuelve loca. Y todo por una sencilla razón, no es el desastre natural que se viene encima, no, es algo más, son las mentadas compras de pánico.
Así es, las compras de pánico. Son esa tradición humana que nos hace demostrar que, en el fondo, no hemos evolucionado mucho desde que éramos cavernícolas peleando por el último trozo de carne en la hoguera. ¿Qué sería del mundo sin ese entrañable espectáculo donde el homo sapiens revelará su verdadera naturaleza? La respuesta es sencilla: un lugar mucho menos entretenido.
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Y es que las compras de pánico son la gloriosa y perfecta manifestación de la histeria masiva, donde el cerebro humano decide tomar vacaciones y el instinto de supervivencia se convierte en una maratón frenética por papel higiénico. ¡Qué espectáculo tan maravilloso! Es como ver una mezcla entre un documental de National Geographic sobre el comportamiento de los primates y un episodio de “La Rosa de Guadalupe” con su brisa milagrosa. Claro, sólo que en vez de gorilas y ángeles, tenemos a ciudadanos en pleno uso de sus facultades mentales (supuestamente) luchando a muerte por la última lata de atún.
Pero esta maravillosa tradición moderna surge solamente cuando la humanidad se enfrenta a una crisis. ¿Pandemia? ¿Terremoto? ¿Huracán? No importa la catástrofe, todos sabemos que no hay nada más sublime que observar a nuestros vecinos, amigos y completos desconocidos convertirse en avariciosos acaparadores de productos esenciales.
Vamos a ser sinceros: en el momento en que se declara una emergencia, ya sea un huracán, una pandemia o la noticia de que Belinda ha cambiado de novio, algo se activa en la masa. De repente, el planeta entero decide que necesita provisiones como si fuéramos a enfrentar el apocalipsis zombi. Porque, evidentemente, si el fin del mundo llega, tu mayor preocupación debería ser tener suficientes rollos de papel higiénico para sobrevivir las primeras dos semanas. ¡Bravo, humanidad!
Pero claro, hay que agradecer a los medios de comunicación. Esos artistas del apocalipsis que con su infalible capacidad de exageración logran que hasta una simple tormenta de verano se convierta en el Armagedón. Y ahí está usted, noble ciudadano, aferrándose a su televisor como si fuese la última esperanza antes del fin del mundo, esperando la señal para lanzarse al supermercado más cercano y arrasar con todo a su paso.
Es increíble la capacidad de reacción que tenemos para lo verdaderamente importante. ¿Mascarillas y desinfectante? Bah, eso puede esperar. Pero, ¿papel higiénico? ¡Eso sí que no puede faltar! Porque claro, en una situación de emergencia mundial, lo último que quieres es quedarte sin la posibilidad de un trasero bien limpio. ¿Podría haber algo más épico y ridículo a la vez? Es que a veces me pregunto si las Naciones Unidas no deberían establecer una reserva mundial de papel higiénico para estos momentos de alta tensión.
Cuando todo esto comienza se vuelve un verdadero espectáculo. Un desfile de personajes que haría palidecer a cualquier carnaval. La señora con tres carritos llenos de papel higiénico, como si un inminente ataque de diarrea colectiva fuera a diezmar a la humanidad. El señor que compra suficientes latas de frijoles para sobrevivir a un asedio medieval. Y no podemos olvidar al adolescente que se lleva toda la sección de snacks, porque claro, si va a ser el apocalipsis, al menos que sea con sabor a Doritos.
Pero no sólo de papel higiénico sobrevive la humanidad. ¡No, claro que no! Todo lo que tenga un largo tiempo de conservación se convierte en objeto de deseo. Arroz, frijoles, pastas... porque aparentemente, cuando el mundo se va al diablo, la dieta se reduce a un ciclo interminable de carbohidratos. No falta quien cargue carritos llenos de latas de atún y garbanzos, como si estuvieran preparándose para el apocalipsis zombi. Y ahí los ves, con esas miradas de pánico absoluto, como si realmente creyéramos que en un par de días la civilización se desmoronará y sólo los que tengan suficiente papel y conservas sobrevivirán.
Y no nos olvidemos de esos individuos iluminados que deciden que, además del papel higiénico, el agua embotellada y las sopas instantáneas, lo más esencial para su búnker apocalíptico es llevarse todos los paquetes de cerveza. Porque claro, si vamos a enfrentar el fin de los tiempos, más vale hacerlo con una borrachera decente. Prioridades, amigos, prioridades.
Y a estas alturas, debemos rendir homenaje a los valientes guerreros del supermercado. Ahí están, con sus carritos desbordando de productos que jamás pensaron comprar, pero que, en un acto de profunda reflexión, han decidido que ahora son vitales. Mira a esa señora con tres kilos de quinoa, a ese tipo con doce cajas de condones, a aquel adolescente con veinte botellas de desinfectante de manos. No, queridos lectores, no están locos. Solo están... preparados.
Pero, ¿por qué detenerse ahí? En estas fiestas de irracionalidad colectiva, todo vale. ¿Necesitas cincuenta botellas de desinfectante? ¡Por supuesto! Porque está claro que lo primero que se lleva un virus es el suministro de productos de limpieza. ¿Y esas velas perfumadas? Seguro, nunca se sabe cuándo habrá que enfrentar el fin del mundo a oscuras y con olor a vainilla.
¡Ah, y las peleas! ¿Qué sería de las compras de pánico sin una buena pelea en el supermercado? Señoras tirándose del cabello por la última bolsa de arroz, señores discutiendo acaloradamente por quién llegó primero a la estantería de las pastas. Todo un espectáculo digno de pay-per-view, acrobacias dignas de la WWE o peleas estelares de la UFC. Un escenario donde se mezcla la desesperación con la ferocidad de un león hambriento. Porque, claro, ¿qué mejor manera de enfrentar una crisis que dándole un puñetazo a tu vecino por la última caja de huevos?
Y mientras todo esto ocurre, usted, el héroe anónimo, se siente un poco superior, ¿verdad? Porque claro, usted nunca haría algo tan estúpido. Excepto que sí lo haría, y lo sabe. Porque en el fondo, todos somos parte de este teatro del absurdo.
Pero la ironía no termina aquí. Una vez que las compras de pánico han dejado los estantes vacíos, los más valientes deciden vender su botín a precios inflados. Porque en tiempos de crisis, la solidaridad y el altruismo se manifiestan en forma de mercenarios modernos que ven una oportunidad de negocio en la miseria ajena. ¡Bravo! La cúspide de la evolución humana.
Al final de este desfile de ridiculez, uno no puede evitar preguntarse: ¿qué hemos aprendido? ¿Qué nos dice esto sobre nuestra sociedad, sobre nuestra humanidad?
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Las compras de pánico no sólo desnudan nuestra vulnerabilidad ante el miedo y la incertidumbre, sino que también revelan lo fácilmente manipulables que podemos ser. Nos muestran cómo, bajo presión, podemos perder la cabeza. En vez de actuar con solidaridad y racionalidad, tendemos a actuar por impulso, exacerbando los problemas en vez de mitigarlos.
Es cierto, las compras de pánico revelan lo peor de nuestra naturaleza, sí, pero también son un recordatorio de la importancia de que debemos evitar dejarnos llevar por el miedo y el egoísmo, y debemos pensar en el bien común. Compartir lo que tenemos, ayudar a los más vulnerables, y sobre todo, recordar que el verdadero enemigo en cualquier crisis es el pánico, no la falta de productos.
Quizás la próxima vez que el pánico nos golpee, podríamos intentar algo radicalmente diferente: respirar profundamente, evaluar la situación con calma y recordar que, al final del día, somos una comunidad. Y así tal vez, sólo tal vez, en lugar de contribuir al caos, podamos encontrar una manera de ayudar a los demás y de mantener la calma.
Así que la próxima vez que vea a alguien con diez paquetes de papel bajo el brazo, respire profundo, cuente hasta diez y si es necesario, recuérdeles que la verdadera limpieza empieza en el corazón. Porque al final del día, la verdadera preparación para cualquier crisis no está en llenar carritos, sino en llenar corazones con comprensión y apoyo mutuo.
Y si no puede hacer eso, al menos recuerde comprar también unas cuantas cajas de cervezas. Porque si todo falla, siempre podemos brindar por nuestra estupidez colectiva. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?
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