¡Qué día tan padre!

Opinión
/ 14 junio 2024

Ah, el Día del Padre. Esa maravillosa jornada en la que los papás de todo el mundo reciben el merecido reconocimiento por... bueno, por ser papás. Porque claro, es un trabajo arduo y lleno de sacrificios que nadie más podría hacer. Vamos, ¿quién más podría atascar el lavabo arreglando la fuga de agua? ¿O quién si no ellos pueden lograr que el zacate esté tan perfectamente imperfecto?

Es esta fecha gloriosa donde celebramos a ese ser mitológico que muchos afirman haber visto alguna vez en casa. Ese ser enigmático que, como Batman, aparece y desaparece en un abrir y cerrar de ojos, siempre con el ceño fruncido y el cinturón listo para impartir justicia... o, más bien, para mantener los pantalones en su sitio.

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El Día del Padre se ha convertido en esa gloriosa jornada que la mercadotecnia ha decidido que es el momento perfecto para que los hijos demuestren cuánto aprecian al hombre que les dio la vida (o al menos puso su “granito” de arena en el proceso).

En este día, estos pobres progenitores se levantan esperanzados, pensando que tal vez, sólo tal vez, sus hijos se hayan acordado de ellos sin necesidad de un recordatorio de la madre. Porque, seamos honestos, la mayoría de los papás no es que estén en la lista de prioridades. Ahí están, detrás del perro, el gato, el pez, y hasta de la planta que la abuela insiste en que tiene poderes curativos.

¿Y qué decir de los regalos? ¡Ah, los regalos! Esos regalos pensados con tanto amor y... falta de originalidad. Esos gloriosos tributos que reflejan el profundo amor y comprensión que sus retoños tienen de su persona. ¡Claro! Porque nada dice “te amo, papá” como una taza que dice “Eres el mejor papá del mundo” hecha en China y comprada a última hora en el súper. O ese taladro que, con suerte, verás una vez al año, cuando el mismo hijo que te lo regaló venga a pedirte que le ayudes a colgar un cuadro porque, sorpresa, no sabe ni cuál es el lado de la broca que se usa, o una camisa que es tan fea que podría usarse como cortina en un museo de los horrores.

Porque todos sabemos que papá está secretamente soñando con esos calcetines con estampados de aguacates. Porque, como dije, ¿qué mejor manera de decir “te amo, papá” que dándole algo que jamás usaría ni en su más loca borrachera?

Y hablando de borracheras, no olvidemos la infaltable carne asada del Día del Padre. Esa maravillosa tradición donde papá, el héroe de la parrilla, se convierte en el maestro de ceremonias del humo y el fuego, luciendo su delantal de “Rey de la Parrilla” que le regalaron hace cinco años. Mientras tanto, los demás observan cómo lucha con ese pedazo de carne que parece estar más vivo que el perro de la casa. Pero no se preocupe, al final siempre termina en un festín de comida quemada por fuera y cruda por dentro, acompañada de la infaltable cerveza que se bebe como si fuera agua bendita.

Y no podemos olvidarnos de las llamadas telefónicas de los que viven lejos. Esos que, al parecer, piensan que una llamada de cinco minutos es suficiente para compensar los meses de silencio. Pero, ¿qué esperabas? ¡Es el Día del Padre! ¿Acaso pretendías algo más? Si acaso una videollamada con la cámara mal enfocada donde apenas ves media cara y un poco del techo de la sala.

Pero hay que reconocer algo, papá es todo un héroe. Los papás son expertos en resolver problemas domésticos, aunque sus métodos sean dignos de un episodio de “¿Qué chingados hizo mi papá ahora?”. Pero no es su culpa, están entrenados en una escuela especial de paternidad donde les enseñan a perder el control remoto en menos de diez segundos y a olvidar todas las fechas importantes, excepto la de sus deportes favoritos.

Oh, hay emociones que no se pueden describir, como las que surgen al ver a papá intentar armar ese mueble comprado en internet que, aparentemente, requiere un doctorado en ingeniería espacial para ser ensamblado! Él, con su desarmador en una mano y las instrucciones (que ya parecen un papiro egipcio) en la otra, grita orgullosamente “¡No necesito ayuda!”, sólo para terminar llamando al vecino que, por alguna razón inexplicable, es un experto en muebles.

Y claro, no puede faltar su rol como consejero financiero de la familia. Porque sí, papá siempre tiene un plan infalible para ahorrar dinero. ¿Quién necesita un electricista cuando papá puede arreglar el enchufe con un chicle y un poco de cinta aislante? ¿O quién necesita un mecánico cuando papá tiene su fiel caja de herramientas y su optimismo desenfrenado? Claro, hasta que se termina llamando al profesional, pagando el doble por arreglar el desastre inicial y con la clásica frase “yo lo hubiera podido hacer si me hubieran dejado más tiempo”.

Por supuesto que no podemos obviar su impecable sentido de la moda. ¡Cuántas veces hemos visto a papá luciendo esa gloriosa combinación de sandalias con calcetas y shorts de mezclilla! No hay pasarela en París que pueda competir con eso. Claro, dicen que los años dorados de papá son un desfile de moda constante, pero quizás por “moda” se refieran a la “comodidad absoluta sin importar el impacto visual”.

Pero al final del día, detrás todas sus excentricidades y defectos, sus sermones interminables, de todos esos chistes malos y los intentos fallidos de arreglar cosas, hay un ser humano que ama profundamente. Los papás pueden no ser perfectos, pero su amor y dedicación lo son. Nos enseñan a reírnos de nosotros mismos, a no tomarnos la vida tan en serio y a enfrentar los problemas con una sonrisa (o un desarmador).

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Porque al final, lo que hace a un papá no son los errores ni las excentricidades, sino los momentos de cariño, las lecciones de vida y ese abrazo fuerte que dice “Estoy aquí para ti”. Porque recordemos es el que nos enseñó a montar en bicicleta, el que nos ayudó a resolver ecuaciones imposibles, el que nos abrazó en nuestros peores momentos y el que siempre, siempre, nos ha amado incondicionalmente.

Así que, en este Día del Padre, aunque le regalemos la enésima camisa horrible, o lo veamos pelear con la parrilla o el mueble imposible, recordemos agradecerle por todo lo que ha hecho. Porque detrás de cada chiste malo y cada intento fallido de arreglar algo, hay un hombre que daría todo por su familia. Él es el pilar de nuestra familia. Y eso, amigos, no tiene precio. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?

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