Crónica roja del niño pez

Opinión
/ 25 junio 2024
true

Historias de violencia que no se olvidan, aunque puedan resultar falsas

Ahora que trabajo en un periódico de nota roja, pienso que la historia más violenta que he escuchado fue una que nos contó la maestra de preescolar cuando yo tenía cinco años.

A esa edad los niños se pueden dividir en dos grupos: los que realizan juegos de contacto o actividad física en el recreo y los que llevan juguetes y prefieren estar en un lugar seguro. Y en otra parte estaba yo, que no formaba parte de un grupo porque para eso se requerían más de dos chamacos y yo era el único que se dedicaba a deambular por la escuela o me sentaba en una banca a ver a los demás.

Un día Madre me regaló una moto de cuerda y me dijo que podía jugar con ella en el recreo, entonces yo imaginaba que la barda perimetral del kínder era una pista y me la pasaba dando vueltas por toda la orilla con el juguete en la mano. En la parte de atrás de nuestro salón, en lugar de muro había una malla con alambre de púas. Me gustaba pasar las llantas de la moto por ahí porque hacían un ruido metálico que luego se perdía cuando volvía a transitar por el cemento.

Una mañana los niños del “contacto físico” llegaron corriendo con la profe a decirle que un compañero estaba colgado del alambre de púas. La miss se levantó como resorte del escritorio y corrió tras ellos. Obvio yo me les uní. Al llegar encontramos a un niño que se había subido a la cerca de malla y estaba enganchado del suéter, por lo tanto colgaba como piñata. La maestra fue y lo bajó y nos llamó a todos al salón de clases. Asustada, con la mano en el pecho intentando aplacar los latidos de su corazón, nos contó que tiempo atrás había vivido una situación muy parecida: un niño se subió a esa cerca y se ganchó, pero no del suéter sino de aquí (en ese momento sujetó su labio inferior con el índice y el pulgar). Dijo que las maestras intentaron bajarlo y no pudieron, hasta que llegó el conserje y bajó el cuerpo desangrado del niño. La cara de mis compañeritos destilaba terror. Yo imaginaba a ese niño como pez sacado del agua con el anzuelo atravesando su labio, y no sabía cómo terminar la imagen en mi mente, porque nunca nos dijo si el niño murió, así que desconocía si dicho pez era depositado en una tina o regresado al mar.

Eso bastó para que nadie más se acercara a la malla (como si una fuerza misteriosa enganchara nuestros labios a las púas si nos atrevíamos a pasar por ahí). Yo tuve que buscar otra ruta para mi moto de juguete, aunque ninguna superficie sonaba como esa. Por eso ahora que me topo con imágenes de extrema violencia en mi trabajo, pienso que nada se compara a esa historia de la maestra, a ese niño pescado que nunca sabré si fue real o una estrategia efectiva para comportarnos.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM