¡Cúmplele, papá! Es momento de disciplinarse

Opinión
/ 9 febrero 2024

Algo que siempre escucho y que nunca dejará de intrigarme es la insistencia en masa que existe en nuestra sociedad sobre que todos debemos ser siempre más disciplinados. Tenemos una obsesión acerca de este tema aunque no queramos reconocerlo. La RAE, que como siempre tiene muchas y muchas respuestas, nos dice que la disciplina es básicamente la instrucción de una persona, especialmente en lo moral. Yo siempre he pensado que la palabra “disciplina” suena más a castigo que a algo deseable, es como encontrarse en una relación complicada.

La disciplina es como esa amiga o amigo que nadie quiere invitar a la fiesta. Pero en realidad es quien te salva cuando todos los demás amigos se han ido y te encuentras en medio de un desastre autodirigido. Es el hada madrina que aparece cuando todo está a punto de convertirse en calabaza.

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Imaginemos un mundo sin disciplina, donde cada uno hiciera lo que le diera la gana. Sería un paraíso para los perezosos y un caos para los demás. La disciplina es esa voz interior que nos dice que no podemos pasar todo el día en pijama viendo series. ¡Oh, qué aburrida sería la vida si no nos impusiéramos reglas!

Nos guste o no, la disciplina nos acompaña a todos lados, como una sombra incansable que nos recuerda que no debemos dejar las cosas para mañana. Nos susurra al oído: “¿Seguro que quieres dejar la dieta para la próxima semana?”. Y así, como buenos seres humanos, nos resignamos a hacer esa serie de abdominales que hemos evitado con maestría.

Pero, ¿quién quiere disciplina cuando se puede tener diversión? La respuesta es: todos los que no quieren convertirse en versiones hiperbólicas de sí mismos en el futuro. Porque la disciplina, queridos amigos, es la que nos permite evitar la tragedia de encontrarnos con nuestra foto de hace 10 años y preguntarnos: “¿Qué pedro pinche pablo? ¿Qué pasó aquí?”.

Así que en estos tiempos donde la disciplina parece más esquiva que una dieta sin chocolate, yo me aventuré en la búsqueda épica de dominar el arte de la autodisciplina. ¿Por qué? Porque lo quiero, porque me interesa ser ese ejemplo a seguir para que usted se convierta en ese ser adulto responsable, “importante” y “necesario”. No, la verdad fue por pendejo, no hay otra respuesta lógica.

Así que, armado con mi linterna de sabiduría dudosa y un mapa garabateado con emojis de caritas felices y tristes, me sumergí en el mar tempestuoso de la disciplina. Mi primera parada fue el gimnasio. Sí, ese lugar misterioso lleno de máquinas que parecen instrumentos de tortura medieval. Después de cinco minutos en la cinta de correr, mi corazón latía más rápido que un velocista olímpico y mis piernas temblaban como gelatina en un terremoto. Pero, por supuesto, recordemos que la disciplina es como ese amigo que te hace ver las cosas “para tu propio bien”. Así que, decidí volver al día siguiente, prometiendo que el dolor muscular es sólo un signo de que estás ganando en la vida.

La siguiente parada fue mi escritorio. Con la disciplina como mi fiel escudero, me propuse ser más productivo. Pero, oh sorpresa, procrastiné tanto que mi escritorio se convirtió en un monumento a la pereza. En lugar de completar mis pendientes, revisar correos y ponerme al día, como debe ser, descubrí la fascinante vida de las hormigas que paseaban por mi ventana. Incluso pensé en cambiar mi carrera a entomología, pero la disciplina me susurró al oído que debería centrarme en el trabajo. ¿Qué chingados va a saber ella?

Después de días tratando de domar mi caótica vida, decidí que necesitaba algo más estructurado. Así que, decidí subir de nivel, me aventuré en el mundo de las dietas. Despedí a toda comida con grasa suficiente para considerarse “no saludable” y abracé la ensalada con la misma emoción que un niño abraza su peluche después de una pesadilla. Pero la disciplina me recordó que todo en exceso es malo, incluso la lechuga. ¿Quién iba a pensar que una hoja verde podría ser tan problemática?

Ahí en medio de mi viaje de autodisciplina, descubrí que mi refrigerador era una tierra de tentaciones, un reino donde galletas y demás instrumentos de Lucifer mal llamados snacks conspiraban contra mi débil voluntad. Pero aprendí algo muy importante, la verdadera disciplina no es resistir el postre, sino no comprarlo en primer lugar. Un acto de valentía y autocontrol que sólo los más fuertes pueden lograr.

Después de batallas épicas contra la tentación, me encontré en un momento de introspección. Y claro, ya sin fuerzas por nomás estar tragando tanta pinche ensalada. Y me pregunté: ¿Qué había logrado realmente con esta odisea cómica de autodisciplina? No me había convertido en un superhéroe de la responsabilidad ni en el maestro zen de la productividad, menos en el superfit del universo. Pero, al mirar hacia atrás, descubrí algo valioso: la disciplina no es una tarea única, es una obra en constante construcción.

La disciplina no se trata de negar todos los placeres de la vida o de convertirse en un autómata productivo. Es más bien una danza equilibrada entre el autocontrol y la indulgencia medida. Después de todo, ¿de qué sirve una vida sin un poco de caos y risas desenfrenadas?

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En medio de la batalla entre la flojera y la disciplina, habrá momentos en los que deseemos que la disciplina sea un ser tangible para poder abofetearla un poco. Pero, a pesar de nuestras quejas y pataletas, al final del día, sabemos que es la disciplina la que nos lleva por el camino del éxito.

Es necesario rendirnos ante la disciplina, ante esa compañera incómoda, pero necesaria en nuestro viaje por la vida. Porque al final del día es mejor tenerla de nuestro lado que tener que lidiar con las consecuencias de ignorarla. Porque, admitámoslo, sin disciplina nuestra existencia sería un desastre cómico, pero también trágico.

Así que, queridos lectores, mientras navegamos por las aguas tumultuosas de la disciplina, recordemos esto: la verdadera maestría no está en nunca caer, sino en levantarse con una sonrisa sarcástica y seguir bailando, incluso cuando todos los pasos parecen conducir a una pista de hielo resbaladiza. Debemos encontrar el balance perfecto en el que la fuerza de la disciplina y el sentido del humor nos acompañen. Pero como siempre, usted tiene la última palabra y la única y mejor decisión, porque al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?

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