De cómo llegué al departamento de Wislawa Szymborska

Opinión
/ 7 julio 2024

Última entrega.

Suenan los pasos de Wislawa Szymborska ascendiendo las escaleras con bolsas de verduras, legumbres y frutas que trajo del mercado ubicado a solo unas cuantas calles. Deja las bolsas en el suelo para abrir la puerta. Entra y dispone lo que ha comprado en la barra de la pequeña cocina. Enciende un cigarro y mira por la ventana que da a la avenida plena de árboles. Luego de echar una larga bocanada, comienza a preparar algo para comer. Así me imagino a Wislawa entre frutos, tablas de cortar y humo de cigarro.

Al exterior, clavado en la pared, hay una nomenclatura de metal que identifica a este edificio: UL. PIASTOWSKA 46klII DZ: KROWODRZA. Ola, Pawel y yo subimos por la escalera que miles de veces usara Wislawa. Un color acremado en la pared enmarca a un grupo de macetas que reciben luz en el descanso de las escaleras. Al fin, una puerta blanca justo enfrente de nuestra mirada. El número 18 cuelga, contiene el infinito en el segundo signo. Tiemblan mis piernas. Ni en mis sueños imaginé estar aquí. Este que fuera su hogar, es uno de tantos nidos, que habitados, ofrecen discretos sonidos en su cotidianidad.

Mi corazón late acelerado mientras Pawel toca la puerta. Nada digo. Abre quien fuera su asistente personal, el profesor Michał Rusinek. Wislawa lo eligió entre otras cualidades, seguramente por esta sencillez, este trato amable y cercano.

El departamento es pequeño. A la entrada se encuentra una imagen de Wislawa y debajo una mesa breve. Albas paredes. A la derecha hay una sala modesta de color verde y a dos de las cuatro paredes les nacen amplios libreros de madera. Al fondo, hay un comedor de madera con ocho sillas. La luz entra por una ventana. Y girando la mirada a la izquierda, es posible ver a través de un pequeño ventanal, la cocineta. Por ese recuadro derivaba Szymborska conversación, bebidas y atenciones a quienes estaban en el comedor.

Nos sentamos en esa mesa en donde ella recibía a sus amigos y a sus traductores. Rusinek nos trae un espresso perfecto. Muestra los últimos libros de Wislawa. Hay un furor colosal por su trabajo que ha colocado su literatura en la lista de los libros más vendidos en todo el mundo.

Nos comparte el profesor Rusinek que hay un último poema inédito encontrado y se ha incluido en el último de los libros publicados recientemente. Nos muestra tres gruesas ediciones.

Miro los libreros del departamento que contienen además, tazas con figuras tanto de la premio Nobel caricaturizada, como de gatos. Allí se encuentra también la fotografía de la pareja con quien compartió la última parte de su vida, el escritor Kornel Filipowicz. Cuelgan de las paredes collages juguetones; incluso una mosca de plástico de más de diez centímetros que parece un eco de aquellas fiestas en donde Wislawa regalaba objetos extraños a los comensales.

La sencillez del departamento me impresiona. Hay otros premios Nobel que usaron parte del dinero para comprar mansiones. Ella prefirió un apartamento un poco mejor, no uno más grande, pero sí uno funcional, ya que el anterior, ubicado en un cuarto piso -me cuenta Ola-, no recibía agua caliente. Curiosamente, el agua caliente pudo llegar hasta su departamento cuando obtuvo el premio Nobel, pero la decisión ya había sido tomada.

En el recorrido, Rusinek nos muestra las dos recámaras, en una de ellas dormía Wislawa. Hay dos paredes del departamento en las que se ha transferido en gran formato, su caligrafía. Son escasos los manuscritos de Wislawa, ya que acostumbraba trabajar directo en la máquina de escribir.

Entramos a un cuartito con una lavadora. Imagino a Wislawa allí, no sé si con esa lavadora o con un modelo más antiguo, pero sí colocando su ropa y preguntándose por la limpieza o la suciedad del mundo.

Nos cuenta Rusinek, que ella buscó lo más que pudo, vivir en el anonimato. Recuerdo inmediatamente su poema titulado Como una del montón. La imagino caminando mientras en la cabeza le nacían coles, árboles, bombas o preguntas sobre la lentitud de la compasión. Versos y más versos que como dardos se incrustaban en la realidad que ella disectaba.

Refiere Rusinek que nada se sabe del método que usara para escribir. Lo que sí hay en el departamento, es un cesto de basura tejido con fibras naturales, porque para Wislawa allí caían los poemas que no funcionaban. No todo merece publicarse, decía ella.

Para recibir el Premio Nobel de Literatura, el rey de Suecia tuvo qué hacer una excepción. Y es que Szymborska rechazaría ir a la ceremonia que prohibía el cigarro, dejar de fumar nunca estuvo en sus planes.

Uno de los últimos poemas escritos de su puño y letra, nos permite comprender parte de su vida, una vida compleja que incluyó su militancia en el comunismo, al que luego, por congruencia abandonara (mucho sabemos de los monstruos de izquierda y de derecha). Es un poema que quiero hondamente y al que accedí gracias a la traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán, ya que nos acerca al problema de la libertad, un tema que nunca abandonó a Wislawa, quien fuera testigo de la Segunda Guerra Mundial y padeciera luego la censura y la escasez de alimentos. El título es Alguien a quien observo desde hace un tiempo, tiene estos versos: “una vez encontró en los arbustos una jaula de palomas. / Se la llevó /y para eso la tiene / para que siga vacía”.

Esta es Wislawa Szymborska quien vivió en un departamento pequeño y escribió en una mesa pequeña, para dejar que los poemas crecieran a tal grado, que iluminaran con sus preguntas, al mundo.

El vocablo libertad proviene del latín libertas que significa: “el que jurídica y políticamente es libre”. En la antigüedad esta palabra aludía a quienes habían nacido libres, o bien, a quienes, habiendo nacido esclavos o vasallos, habían obtenido la autonomía para decirse libres.

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